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Bofill y el gobierno ganan a lo Pirro

Alberto Mayol
Por : Alberto Mayol Sociólogo y académico Universidad de Santiago
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La Tercera sabe que los apoyos están por su lado y desnuda la debilidad de Longueira que una mañana cualquiera se ha enterado que ya no tiene nada en sus manos, que todo el poder se ha evaporado, cuando un medio dice ‘yo puedo equivocarme, pero usted no es nadie’. En un escenario irrelevante, el señor Longueira ha sido políticamente ejecutado.


Longueira ha recibido un duro golpe. Y gratuito, lo que en política equivale decir ‘intencional’. Se le imputó un acto en La Tercera, él lo negó, luego el medio reconoció su error y, no obstante La Tercera asume su error, ataca y descalifica al ministro en tono psiquiátrico. El significado de los hechos es evidente. Un medio es, por definición y disculpe usted lo obvio, un medio. Es decir, no tiene un fin en sí mismo más allá de canalizar otros contenidos, externos a él. Siempre hay una línea editorial, pero no hay que ser un genio para asumir que en este caso la línea editorial se traspasó. Por tanto, lo que vemos es un medio ‘para’ alguien. ¿Y para quién? Aquí tenemos una ventaja.

El director de La Tercera es un personaje público, es alguien que analiza la realidad permanentemente en importantes medios más allá de su periódico (radio, televisión), podemos conocer sus visiones y de la regularidad de ellas, deducir sus intenciones. Un ejemplo: Cristián Bofill y su periódico La Tercera jugó a perjudicar a Eduardo Frei en su candidatura, potenciando a Marco Enríquez-Ominami. Cuando la elección se acercó, dejó caer a MEO. Otro ejemplo: para la elección de la FECh, La Tercera potenció varias semanas a Gabriel Boric, tratando de perjudicar a Camila Vallejo, con gran éxito.

[cita] Requiere otros temples, requiere que el gobierno aborde seriamente proyectos de gran envergadura, requiere conectarse con la ciudadanía desde el contenido y no en la forma. La clase política quiere ganar tiempo frente a la ciudadanía, y Golborne y Bachelet parecen buenas herramientas. Pero están equivocados. Aquí se necesita mucho más. A los tres meses de gobierno, sea cual sea que gane, estará en una crisis peor que la actual. Creer en Golborne o Bachelet para superar la crisis actual es como creer que el modelo se defiende con una foto.[/cita]

Misiones cumplidas. En el último Tolerancia Cero, Bofill hizo tres cosas interesantes: señaló que la tesis del montaje del Caso Bombas es un absurdo, pronunciándose en el terreno judicial con toda calma; luego acusó a Fernando Paulsen de haber instalado el tema la semana anterior ‘sin avisar previamente’ (lo que revela que le gusta tener pauteado el programa en su totalidad, no sólo en invitados, sino en contenidos) y señaló que apenas había salido del programa donde Paulsen denunció las ‘firmas falsas’ en los peritajes del ‘Caso Bombas’, indagó en el particular llamando a sus ‘contactos’ (entiéndase, a las doce de la noche de un domingo), llegando a la conclusión que no era un tema decisivo (vaya información privilegiada). Villegas lo secundó, por cierto, pues aunque pretende con su prosa obnubilar con el protagonismo de la anarquía y la olímpica soledad, finalmente siempre anda de segundo.

Es decir, raya para la suma, el señor Bofill parece ser gobiernista. Pero el señor Longueira es ministro del gobierno. Entonces, ¿por qué lo ataca? Podemos preguntarnos desde la ingenuidad. Longueira, se sabe, no es santo de devoción de Sebastián Piñera ni del maltrecho piñerismo. Lo llamaron a apagar el incendio y él fue. Pero ha llegado el momento de quitarle el piso. Si La Tercera golpea es porque tiene las espaldas cubiertas. No se ataca ni al más débil y odiado candidato presidencial de ese modo (no se hace porque no conviene). La Tercera sabe que los apoyos están por su lado y desnuda la debilidad de Longueira que una mañana cualquiera se ha enterado que ya no tiene nada en sus manos, que todo el poder se ha evaporado, cuando un medio dice ‘yo puedo equivocarme, pero usted no es nadie’. En un escenario irrelevante, el señor Longueira ha sido políticamente ejecutado.

Bofill con esto revela una decisión clara en la derecha, o al menos en el gobierno: Golborne es el nombre. Para el piñerismo es lo menos malo, para la UDI también. Su falta de historia, su liviandad, su simpatía, su llegada con la gente, parecen permitirle ser el competidor de Bachelet. Y como no arranca en las encuestas, lo mejor es iniciar la campaña cuanto antes. Si el problema de Bachelet es una campaña, entonces hay que comenzarla lo antes posible. Golborne es puesto en la pista, listo para arrancar. Y tiene la ventaja de ser un territorio en disputa: aún no es de nadie, mañana lo será. Ahora todos corren para amarrarlo en su mundo y él se deja desear. Bofill ha sido un engranaje más para construir al candidato.

Los ataques constantes contra Bachelet terminarán dando efecto, eso es cierto. El cálculo es correcto, aunque los ataques que funcionarán son los que vengan desde la izquierda. Por tanto, ella sufrirá importantes mermas. Seguramente Enríquez Ominami será una carta competitiva, capaz de poner complejidad a la ex Presidenta. Los ataques desde la izquierda, cada vez más articulada, surtirán efecto contra Bachelet, quien hará un programa más ciudadano, pero necesariamente insuficiente y siempre con la carga de la traición cometida. Por tanto, Golborne, el hombre sin historia, tendrá opción de ganar, aunque hoy se vea como imposible.

Pero hay un error. Y es grande.

Las operaciones políticas tienen sentido para construir proyectos, para tomar en las manos la Historia. Esto es más claro cuando un proceso social o político está en una fase decisiva, como acontece hoy en Chile. Golborne es un candidato, un eterno candidato incluso en el cargo. Es cierto, se parecerá a Bachelet, tal vez tenga una simpatía incombustible. Pero el ciclo político que viene no es para los simpáticos, no es para Golborne, no es para Bachelet.

Requiere otros temples, requiere que el gobierno aborde seriamente proyectos de gran envergadura, requiere conectarse con la ciudadanía desde el contenido y no en la forma. La clase política quiere ganar tiempo frente a la ciudadanía, y Golborne y Bachelet parecen buenas herramientas. Pero están equivocados. Aquí se necesita mucho más. A los tres meses de gobierno, sea cual sea que gane, estará en una crisis peor que la actual. Creer en Golborne o Bachelet para superar la crisis actual es como creer que el modelo se defiende con una foto.

Bofill se tiñe de victoria en los pasillos (de pasada le dice a El Mercurio que es más influyente) y la clase política designa dos candidatos a la busca del pueblo perdido. El gobierno gana su partida y deja en el camino los hombres-obstáculo (Allamand y Longueira). Pero es una victoria a lo Pirro. En el camino dejaron agonizando uno de los suyos y, de llegar al poder, habrán perdido al hombre que al menos tenía un plan sobre cómo salvar el modelo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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