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Río+20 y el valor del futuro

Daniel Loewe
Por : Daniel Loewe Profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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La idea de una economía verde va en la dirección correcta, pero está todavía lejos de encontrar las voluntades necesarias para su implementación. Seguimos atrapados en la miopía propia de la especie humana, que nos impide ver y considerar el futuro.


Imagine que usted va al banco y solicita un crédito de consumo a nombre de su hijo. Su hijo puede haber nacido ya, o ser un ente potencial con buenas probabilidades de llegar a ser sujeto de crédito en el futuro. Con el monto solicitado usted pretende mejorar su propia calidad de vida, comprar un auto y tener reparadoras vacaciones en el Caribe. Evidentemente, ninguna institución crediticia le otorgaría el crédito. Pero supongamos que alguna institución bancaria estuviese de acuerdo en concedérselo. ¿Habría en la acción que usted llevo a cabo algo criticable?

Imagine que su hijo vuelve del futuro, lo sacude de su tumba y lo encara: “porque tu hipotecastes mi futuro en vistas a tus propios beneficios, yo debo llevar una vida miserable. ¿Qué puedes decir a tu favor?” ¿Qué respondería usted? A pesar de la creatividad filosófica (cuya mayor expresión es el “problema de la no-identidad” articulado por Derek Parfit, un profesor de Oxford mundialmente reconocido), parece ser que cualquier respuesta sería causa de vergüenza. Después de todo, usted (y el banco) habrían pasado por sobre la autonomía de su hijo nacido o por nacer, hipotecando su futuro en vista a beneficios personales. Usted no solo habría violado sus obligaciones parentales. Además, habría violado la dignidad de su hijo al haberlo tratado meramente como un medio en la consecución de sus propios fines.

[cita]La idea de una economía verde va en la dirección correcta, pero está todavía lejos de encontrar las voluntades necesarias para su implementación. Seguimos atrapados en la miopía propia de la especie humana, que nos impide ver y considerar el futuro.[/cita]

Esta historia puede parecer descabellada. Pero esto es justamente lo que realizamos todos los días como humanidad, y en muchos casos como individuos, en relación a nuestros hijos futuros, las generaciones futuras que tendrán que vivir (si es que lo consiguen) con las consecuencias generadas por nuestros modelos de producción y consumo. Ciertamente hay discusiones razonables acerca de la magnitud de estas consecuencias. Pero sobre lo que hay coincidencia en el mundo científico serio, es que habrá impactos negativos en la vida humana (y ciertamente no-humana).

Sólo como botón de muestra: el calentamiento global que se puede retrotraer, en buena medida, a la actividad humana, producirá, entre otros, el crecimiento del nivel de los mares y la desertificación de ciertas geografías. Esto reducirá las zonas habitables y cultivables, produciendo pobreza y desplazamientos involuntarios. Con el aumento de la temperatura, aumentará la prevalencia de enfermedades como malaria, dengue y cólera. De igual modo, el clima se tornará más imprevisible, aumentando el número de fenómenos —como olas de calor o tornados— con consecuencias mortales. Entre las mayores víctimas de estos procesos se encuentran los más pobres de la tierra.

¿Cuál es el valor del futuro? Como la psicología ha dejado en claro, los seres humanos (y otros animales) tendemos a descontar el valor del futuro. Esto quiere decir que algo con un valor X hoy, tiene mañana un valor menor a X. (Qué prefiere: ¿un millón ahora al contado, o dos millones en tres años?). Sin duda, esta tendencia tiene bases evolucionistas. Pero la tendencia a descontar el valor del futuro se encuentra en diferentes disciplinas académicas. Algunos economistas sostienen, incluso, la idea de una tasa de descuento pura. Es decir, es exclusivamente la diferencia en la ubicación temporal lo que hace necesario descontar el valor del futuro. Puede haber buenas razones para descontar valor al futuro (la necesidad de que el presente ocurra para que haya un futuro; el riesgo y la indeterminación del futuro, etc.), pero (como ya afirmaba Ramsey) la tesis de una tasa de descuento puro es moralmente insostenible.

¿Qué valor tienen los intereses de las generaciones futuras potenciales pero de existencia previsible? Hay buenas razones para considerar que en asuntos primordiales, es decir asuntos relacionados con la posibilidad de satisfacer intereses fundamentales que en tanto tales deben ser protegidos por derechos, no debería haber descuento. En estos aspectos, que refieren, por ejemplo, al derecho a la vida, a la subsistencia, a un ambiente saludable, a no ser desplazados involuntariamente, etc., sus intereses debiesen contar igual que los nuestros. Una sociedad global decente coetánea debiese asegurar a las generaciones futuras al menos la misma cantidad y calidad de oportunidades que la que ella ha podido disfrutar. Una sociedad global generosa, (tal como padres responsables), debiese tratar de generar mejores y mayores oportunidades para las generaciones futuras. Esto implica distribuir en el presente la mayor cantidad de los costos de mitigación y adaptación de las políticas medioambientales. Esto implica no sólo cambiar nuestras estructuras y hábitos de producción, sino también de consumo. Y los créditos a nombre de nuestros descendientes que nos pueda otorgar algún banco, deben transformarse en inversiones para el futuro.

Esto está todavía lejos de la recién celebrada cumbre Rio+20, una cumbre muerta antes de nacer. La idea de una economía verde va en la dirección correcta, pero está todavía lejos de encontrar las voluntades necesarias para su implementación. Seguimos atrapados en la miopía propia de la especie humana, que nos impide ver y considerar el futuro. Como este futuro estará habitado por otros (es decir, no es comparable a nuestra jubilación), nos importa poco y seguimos viviendo a su costa. Ciertamente, tenemos una certeza razonable de que nuestros hijos no volverán del futuro a encararnos en nuestra tumba. Pero esto difícilmente puede ser un argumento para hacer prevalecer “lo comido y lo bailado” en nuestras decisiones morales, al menos no, para seres con conciencia moral.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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