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Encuesta CEP: de la igualdad a la justicia

David Henríquez
Por : David Henríquez Corporación Proyectamérica
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Se aprecia un espíritu marcadamente meritocrático, que valora el esfuerzo personal para evaluar si una situación social o individual es justa o injusta. En esencia, esta valoración es parte de un ideario liberal. Pero este espíritu meritocrático se observa acompañado de una intención o voluntad de justicia y equidad que respalda también la reforma social.


La tercera parte de la Encuesta CEP de agosto de 2012, titulada “Democracia y Mercado” evaluó la opinión de la población respecto de temas sociales y políticos estructurales. De alguna forma, muestra el punto de situación ideológico de la ciudadanía respecto del ordenamiento social, económico y político. Hay varios aspectos consultados que hacen interesante su mención.

En primer término, el estudio incorpora una pregunta vinculada a la idea de distribución del ingreso y a la noción de justicia. Se intenta en ella ponderar el valor de la igualdad de ingresos independientemente del esfuerzo individual versus el valor del esfuerzo individual por encima de la igual distribución del ingreso.

En esta pregunta no está calificándose el valor de la equidad, sino el de la justicia al momento de evaluar un criterio de distribución. En su respuesta, una mayoría de los encuestados piensa que la igualdad en sí misma no sería justa, o sería menos justa que premiar el esfuerzo individual. Ahora bien, aunque esto es así, existe una tendencia a
moderar ese juicio. Si se aprecia el juicio en una secuencia más larga de tiempo, la idea del esfuerzo individual era más valorada aún en plena gestión del Gobierno de Bachelet, en circunstancias que en ese periodo se implementaron muchas políticas de corte redistributivo.

[cita] Se aprecia un espíritu marcadamente meritocrático, que valora el esfuerzo personal para evaluar si una situación social o individual es justa o injusta. En esencia, esta valoración es parte de un ideario liberal. Pero este espíritu meritocrático se observa acompañado de una intención o voluntad de justicia y equidad que respalda también la reforma social.[/cita]

Otra pregunta interroga sobre la relevancia de la función del Estado versus la responsabilidad de las personas. En ella se expresa un juicio similar. La mayoría de la población piensa que la responsabilidad por el sustento económico de las personas recae en las propias personas, antes que en el Estado.

Ambos datos muestran que sigue predominando una aproximación de corte liberal para abordar la tarea del bienestar de las personas, aunque esta opinión predominante se ha moderado durante el Gobierno de Piñera.

Ahora bien, el juicio liberal predominante no se contradice con la idea de que existen variables más estructurales que condicionan el esfuerzo individual y que teóricamente son parte de la responsabilidad del Estado. Ante la pregunta sobre cuáles son las variables más importantes para el éxito económico de las personas, las respuestas mostraron que la Educación es el factor más relevante, juicio que se ha reforzado en los dos últimos años. Por el contrario, la idea de que la “iniciativa personal” es importante se ha debilitado. Esto no es contradictorio con los datos anteriores, que mostraban un deseo más teórico, mientras que en este caso se trata más bien de una evaluación de lo que realmente sucede.

Enfrentados a la realidad chilena, las personas advierten que una cuestión clave es igualar las oportunidades, lo que no es sinónimo de recibir ayuda económica del Estado, que se considera que es la variable menos relevante. Las personas siguen valorando más que se desarrollen posibilidades de mejoramiento de capacidades antes que la ayuda directa.

En resumen, se aprecia un espíritu marcadamente meritocrático, que valora el esfuerzo personal para evaluar si una situación social o individual es justa o injusta. En esencia, esta valoración es parte de un ideario liberal. Pero este espíritu meritocrático se observa acompañado de una intención o voluntad de justicia y equidad que respalda también la reforma social.

Este mezcla obliga a distinguir entre el apoyo a reformas profundas, sobre todo en materia de educación y salud, versus una ética radical, que no se valora y que por el contrario se cuestiona desde un espíritu moderado y orientado al orden.

En nuestra opinión parte del descrédito de la clase política puede estar ligado no sólo a una apreciación crítica de sus prácticas, capacidad o estilo, sino también a una escasa sintonía de los discursos tradicionales de los partidos con esta nueva ética liberal-progresista. Hasta ahora, quienes han intentado rondar esta nueva visión liberal y progresista del mundo, han terminado sucumbiendo ante otras tendencias o prácticas que los han debilitado y que no les han permitido apreciar la peculiaridad de estos cambios políticos y culturales: en el caso del liberalismo RN, subordinados al segmento nacionalista de ese partido; en el PPD, subsumidos en una lógica partidaria que traba el despliegue de un ethos liberal; en el intento del PRO, eclipsados por el personalismo de Marco Enríquez-Ominami.

Por su parte, Andrés Velasco no supera un estilo que es más tecnócrata que liberal y Franco Parisi aparece carcomido por su ansiedad, incapaz de contenerse ante la tentación de la promesa continua, encarnando finalmente un liderazgo más populista que liberal.

En definitiva, ninguno de ellos parece expresar y representar adecuadamente esta singular mezcla de liberalismo, progresismo social y moderación que está modelando la opinión pública chilena. En este escenario, el electorado termina valorando uno de los factores que requiere: liderazgos que se alejan del estilo político tradicional y muestran más capacidad de empatía, como Michelle Bachelet y Laurence Golborne, aunque no necesariamente levanten un discurso que se haga cargo de todas sus expectativas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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