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Labbé: de las bravatas al mutismo Opinión

Labbé: de las bravatas al mutismo

Pablo Torche
Por : Pablo Torche Escritor y consultor en políticas educacionales.
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Como tantas otras bravatas que acostumbraba lanzar, esta era también una vulgar mentira. En cuanto vio que las cosas se empezaban a poner cuesta arriba en las encuestas (es decir, a quedarse verdaderamente “solo”), redujo enseguida las declaraciones en torno al tema, y finalmente optó por eliminarlo por completo de su discurso.


A pesar de que era obvio que la candidatura de Josefa Errázuriz estaba prendiendo fuerte en Providencia desde hace un tiempo, ni siquiera los más optimistas se esperaban una victoria por paliza, con más de 10 puntos de diferencia sobre el coronel Labbé. El desplome total del otrora todopoderoso alcalde de Providencia, que alguna vez ostentó una de las primeras mayorías del país, y que se sentía imbatible en una comuna tradicionalmente de derecha y con un electorado conservador, es sin duda simbólica porque expresa de manera absolutamente incontrarrestable que Chile está cambiando de manera profunda.

En efecto, ¿qué otra razón puede explicar la estrepitosa derrota de Labbé, si el alcalde y su gestión siguen siendo obviamente las mismas durante los últimos tres o cuatro períodos? Es cierto que la figura de Josefa Errázuriz constituye sin duda la causa directa, pero creo que la misma posibilidad de su liderazgo es expresiva de un cambio más profundo, de un nuevo Chile del que Josefa Errázuriz se ha convertido hoy en uno de los principales representantes. Un nuevo Chile que, también, termina de dejar atrás al último ícono de la represión de la dictadura militar, en un cargo de elección democrática desde el cual continuaba voceando su represión y autoritarismo a los cuatro vientos.

Hasta bien entrado el movimiento estudiantil, Labbé continuaba dándose el gusto de usar el tono descalificatorio y prepotente que había caracterizado su gestión. Era obvio que no sólo se sentía seguro en Providencia, sino más aún, que la elección de un gobierno de derecha lo había envalentonado y dado nuevos bríos para imponer sus puntos de vista en el mapa político nacional. Aunque nunca he procedido en el nocivo hábito de revisar en detalle sus declaraciones públicas, recuerdo con nitidez una, a propósito de los desalojos brutales de los liceos emblemáticos: “Yo voy a seguir en esta posición, así me quede solo”.

[cita]¿Quiere decir esto que las heridas, en vez de sanarse, se han ido abriendo? Mi opinión es precisamente la contraria: que como las heridas se han ido sanando, permiten mirar las cosas con más objetividad, con más “humanidad”, me atrevería decir. A medida que pasa el tiempo, Chile no se olvida del período de la dictadura sino que por el contrario, lo observa cada vez bajo una luz más clara, no solo comprende con mayor profundidad su horror sino también la magnitud de sus consecuencias, el grado en el cual todavía incide en una sociedad que no nos satisface, en un sistema político que no sentimos como propio.[/cita]

Como tantas otras bravatas que acostumbraba lanzar, esta era también una vulgar mentira. En cuanto vio que las cosas se empezaban a poner cuesta arriba en las encuestas (es decir, a quedarse verdaderamente “solo”), redujo enseguida las declaraciones en torno al tema, y finalmente optó por eliminarlo por completo de su discurso. Lo que creo que quería decir entonces a través de estas falsas arengas era por lo tanto lo siguiente: “Sé que esa actitud brutal y discriminatoria puede parecerle mal a un grupo de jóvenes de centro izquierda, pero mi electorado, que es en general de derecha, conservador y de edad avanzada, las celebra. Así las cosas, por más que se genere alguna escandalera nacional, en el fondo son medidas que me benefician electoralmente”. Expulsar ilegalmente a los alumnos de los liceos, era por tanto una medida que creo que Labbé calculaba incluso como popular, y que optó por recubrir con una falsa apariencia de valentía o convicción ideológica a efectos de mejorar aún más su posición.

Fuera cierto o no este miserable cálculo electoral, el caso es que cuando comenzó a demostrarse falso, Labbé retrocedió de inmediato en su cacareada intrepidez política. Rápidamente eliminó cualquier comentario sobre el movimiento estudiantil, para no hablar del homenaje público a Karssnoff y su fallida reivindicación de la dictadura (seguramente en alguna parte de su engominada cabeza militar también pensó que sería popular en su electorado), hasta que, finalmente, algún meritócrata de su equipo parece haberse dado cuenta que la mejor solución era que el decidido coronel simplemente no abriera más la boca. Los últimos —desesperados— meses de campaña, la estrategia de Labbé fue lisa y llanamente, quedarse callado: bonita lección de democracia.

A pesar de esta estrategia —en cierta forma novedosa—, la caída en picada que experimentó Labbé, sólo puede explicarse de una forma: su electorado cambio de opinión. No sólo ya no le gustaba que discriminara alumnos por provenir de otras comunas, o hiciera homenajes a presos por delitos de lesa humanidad (de hecho, al parecer incluso le molestaba), sino que el mismo hecho de que una figura emblemática de la represión dictatorial estuviera a cargo de una alcaldía, con todo lo que eso implicaba, comenzó a resultarle cada vez más problemático.

¿Quiere decir esto que las heridas, en vez de sanarse, se han ido abriendo? Mi opinión es precisamente la contraria: que como las heridas se han ido sanando, permiten mirar las cosas con más objetividad, con más “humanidad”, me atrevería decir. A medida que pasa el tiempo, Chile no se olvida del período de la dictadura sino que por el contrario, lo observa cada vez bajo una luz más clara, no solo comprende con mayor profundidad su horror sino también la magnitud de sus consecuencias, el grado en el cual todavía incide en una sociedad que no nos satisface, en un sistema político que no sentimos como propio.

El cambio radical del electorado de Labbé, que lo hizo perder más de 20 puntos en un lapso que me atrevería a cifrar en apenas un año, expresa también que Chile está despertando del largo sueño de la “gestión”, que se supone que fundamentaba la popularidad del alcalde. Al parecer la sociedad se está dando cuenta que no es la “gestión” lo que va a resolver los problemas del país, más aún, que la mera gestión, por muy óptima que sea, cuando está divorciada de la política, no resuelve en verdad nada, por el contrario, distancia las políticas públicas de los intereses de las personas, aliena a la ciudadanía.

La otra dimensión del cambio de Chile que se expresa esta elección tiene que ver, por supuesto, con la figura de Josefa Errázuriz. Su liderazgo de base, anclado en el trabajo vecinal, distante de las cúpulas políticas y las disputas partidarias, refleja de una forma al menos simbólica todo lo que Chile desea para sus nuevos líderes. Por esta razón, no es de extrañar que haya convocado un gran trabajo ciudadano, con organizaciones como Providencia Participa, así como la adhesión de nuevos movimientos políticos, en particular del recientemente creado Revolución Democrática (en el que yo mismo participo), que jugaron sin duda un rol muy relevante en su campaña.

El triunfo de Josefa Errázuriz en Providencia representa por tanto mucho más que el cambio de alcalde en una columna relativamente adinerada de Santiago. Representa de alguna forma la síntesis viva de un proceso de cambio pronunciado de la sociedad y la política chilena. Con la derrota de Labbé se hunde definitivamente la oportunidad de que un militar cercano a Pinochet se integre fructíferamente a la vida cívica en democracia. Esto, por supuesto, no es de extrañar: simplemente ese sector de la derecha no tenía nada que ofrecerle al país, sólo más violencia y descalificación.

Con la victoria de Josefa Errázuriz en cambio, se abre la posibilidad de construir de nuevo gestas ciudadanas. Quizás estas no están hechas de grandes discursos, o tensos dilemas históricos, sino precisamente de lo contrario, de discursos concretos, asociados a la vida en común que los ciudadanos o grupos de ciudadanos quieren darse para sí. El desafío ahora para la nueva alcaldesa de Providencia es transformar esta gesta participativa y diversa en un tipo de gestión positivo, que canalice efectivamente las demandas y necesidades de la ciudadanía.

Así como en su triunfo se mide el pulso del nuevo Chile, el desarrollo de su gestión municipal será un buen termómetro de la forma que este Chile se constituye y busca sus caminos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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