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¿Por qué los porteños odiamos a los turistas santiaguinos?

Daniel Hidalgo
Por : Daniel Hidalgo Escritor y profesor de castellano, músico y colaborador de diversos medios digitales de cultura pop.
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Hemos tenido que aprender a vivir con ese sujeto particular que es el turista, dentro de los que resalta uno en especial: el santiaguino. Por su cercanía geográfica, son los más comunes, pero también los más detestables para los residentes de este puerto.


Desde la vuelta a la democracia, Valparaíso –así como sus habitantes: los porteños– ha observado cómo ha sufrido una suerte de canonización turística. Impulsando incluso campañas internacionales, como declararlo “Patrimonio de la Humanidad”, con el fin de ver lo lindo donde antes no se hacía. Así, hemos tenido que aprender a vivir con ese sujeto particular que es el turista, dentro de los que resalta uno en especial: el santiaguino. Por su cercanía geográfica, son los más comunes, pero también los más detestables para los residentes de este puerto. ¿Por qué? Acá algunas razones que intentan darle sentido a esta interrogante.

1) La prepotencia. Si hay una forma de identificar al santiaguino común es por su nivel de violencia, se entienden con empujones, no existe en su vocabulario la palabra “permiso” y les gusta discutir hasta por el vuelto del pan, lo cual, en la práctica turística se traduce en su trato despectivo con nuestros comerciantes, a quienes siempre regatean los precios, así como también por nunca respetar las señalizaciones del tránsito básicas como los ceda el paso, los paso de cebras o los semáforos en rojo.

2) La inmundicia. Para ningún porteño es difícil adivinar que nuestras playas se convertirán en verdaderos basurales, cuando observa que sobre la calle se ha estacionado algún bus financiado por alguna municipalidad periférica de la capital. Es una invasión de seres contaminantes que comen de todo y lo desechan rápidamente. Así, al atardecer, sobre la arena se pueden observar pañales usados, envoltorios de papas fritas, cáscaras de tomate y envases de bebida y cerveza.

3) Creen que Valparaíso es una fiesta eterna. Mucho estudiante santiaguino que llega a las universidades de nuestra ciudad, se esfuerza por aprobar cuanto curso de cultura etílica existe. En las noches saturan las subidas Cumming y Ecuador, buscando carrete, carrete, carrete. El tema es que pasan el dato a sus amigos de Santiago y organizan expediciones de fin de semana en donde arrasan con cuanto bar, plaza pública, roquerío e incluso el transporte público, para saciar su sed y ansias de ruido y destrucción, dejando la tranquilidad del fin de semana como una anécdota de los libros de historia, tal cual los Carnavales Culturales.

4) Ni siquiera dicen Valparaíso. “Mamá, me voy a la playa con unos amigos”, “con mi polola nos vamos a la playa”, “Qué bien lo pasamos en la playa”. Jamás dicen que fueron, van o irán a Valparaíso, aunque esto es un karma retórico que recae sobre todo el litoral central.

5) Nos robaron un cerro. “Te fuiste al Cerro Alegre y yo siempre detrás” ¿les suena la letra? Sí, es de una canción antigua, porque la verdad, hoy por hoy, el Cerro Alegre parece una anomalía dentro de la arquitectura porteña y su identidad. Sus casas son distintas, sus calles están todas pavimentadas, incluso por piedritas bien pulidas y barnizadas a mano, está lleno de hostales, restaurantes exóticos y vegetarianos y hasta salas de exposiciones. Es el rincón más evidente del Valparaíso turístico, una falacia nerudiana, una postal diseñada especialmente para que el turista crea que pasa por la ciudad mientras deja su dinero. Como ya hablamos del flujo turístico, está casi demás decir que la mayoría de sus residentes son santiaguinos aburridos de la urbe monstruosa que se instalan en este bonito barrio Lego para realizar su purificación espiritual y pulmonar.

6) De poder ir a otra parte, no vendrían. El capitalino que viene a Valparaíso prefiere mil veces ir a Viña del Mar, Arica, Punta Arenas e incluso a La Serena, cuando no se trata del extranjero. Es todo una cuestión económica y de tiempo.

7) Cuando se suben a la micro, siempre sacan la BIP! Al rato recuerdan que acá las cosas todavía funcionan con monedas.

8) Porque repletan nuestros bares. No hay nada más rico que ir a su bar regalón con los amigos, saludar a las meseras y a la tía de la caja, porque las conoces, porque te has gastado sueldos enteros en esa mesa favorita. Pero llega el verano o el fin de semana largo y ¡Oh, sorpresa! está todo lleno y se te pasan horas buscando un barcito en el que puedas sentarte. Y cuando lo haces, te das cuenta de que estás rodeado de gente de la capital.

9) El factor cine chileno. Porque los directores de cine, que son como turistas muchas veces, tienen una obsesión media extraña con el puerto e impusieron la idea de que en Valparaíso solo hay patos malos, cárceles, prostitutas y niños a guata pelá, impulsando una suerte de “turismo extremo” o “turismo aventura” en nuestro territorio.

10) El año nuevo. Porque en año nuevo, literalmente destruyen la ciudad. La saturan, la vuelven caótica, olvidan el concepto de civilización, y esos 1 de enero todo parece una película de ciencia ficción. Una en donde ya pelearon los robots, los marcianos y hasta las guaguas de fuego gigantes y nadie sobrevivió y Valparaíso tiene que reconstruirse de nuevo, una vez más.

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