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¿Por qué la palabra terrorismo le sirve al Gobierno y le hace mal a Chile?

Ernesto Guerra
Por : Ernesto Guerra Facultad de Lingüística y Literatura, Centro de Excelencia Cognitive Interaction Technology (CITEC) y Grupo de Investigación “Language & Cognition”, Universidad de Bielefeld, Alemania.
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El Gobierno se beneficia de la palabra terrorismo, primero, en tanto le permite justificarse de abordar temas de fondo, los cuales no le reportan dividendos políticos inmediatos; segundo, le sirve para crear un ambiente en la población, en el cual ciertas medidas de control de las libertades que en otro contexto serían interpretadas como opresivas para la mayoría, son aceptadas; y tercero, le sirve para rescatar el vínculo perdido con los círculos políticos y sociales de derecha.


Desde comienzos de este año, la palabra terrorismo ha tenido un resurgimiento en la agenda nacional y los medios de prensa, gatillado por el lamentable atentado incendiario en Vilcún que terminó con la vida de dos personas. El Gobierno de Sebastián Piñera tuvo una inmediata reacción de repudio y no dudó, ni por un instante, en llamar al hecho un acto de terrorismo. Pero, ¿qué significa la palabra terrorismo?

Como lo han notado filósofos del lenguaje, las palabras sólo adquieren significado en un contexto dado. ¿Cuál es el contexto en el cual el Gobierno toma licencia de distinguir entre un delito de carácter terrorista y uno de carácter común? El contexto en que el Gobierno aparece situarse no es otro sino el contexto jurídico, de acuerdo con el cual un delito adquiere carácter de terrorista cuando “el hecho se cometa con la finalidad de producir en la población o en una parte de ella el temor justificado de ser víctima de delitos de la misma especie […]” (Ley 20519, Artículo 1°). Y aunque el contexto fuese el adecuado, si el Gobierno siguiera la ley al pie de la letra, no podría denominar a priori ningún delito como terrorista, a menos de que los autores materiales y/o intelectuales declaren abiertamente que el objetivo del delito perpetrado ha sido el “producir en la población o en una parte de ella el temor justificado de ser víctima de delitos de la misma especie”. De demostrarse tal finalidad, el delito puede ser calificado como terrorista (al menos de acuerdo con la ley citada anteriormente), pero por definición esto no puede ser determinado a priori.

Es por esto que independiente de lo que determinen los tribunales de justicia, posterior a una investigación, el uso de la palabra terrorista por parte del Ejecutivo es, por decirlo suavemente, inadecuado e irresponsable. ¿Será este hecho una de las tantas incontinencias del Presidente? o ¿habrá algún otro contexto en el cual la palabra terrorismo adquiera otros significados que puedan reportarle beneficios de carácter político al Gobierno?

[cita]El Gobierno se beneficia de la palabra terrorismo, primero, en tanto le permite justificarse de abordar temas de fondo, los cuales no le reportan dividendos políticos inmediatos; segundo, le sirve para crear un ambiente en la población, en el cual ciertas medidas de control de las libertades que en otro contexto serían interpretadas como opresivas para la mayoría, son aceptadas; y tercero, le sirve para rescatar el vínculo perdido con los círculos políticos y sociales de derecha.[/cita]

Estudios en psicología del lenguaje muestran que en el uso cotidiano de las palabras, y en especial aquellas más abstractas, los significados están mucho menos relacionados con aspectos formales y lógicos (para que decir jurídicos), sino que en cambio están mucho más relacionados con la experiencia directa de las personas. Es decir, con sus emociones. Este aspecto del significado es conocido por la toda clase política y es sin duda parte esencial de su arsenal discursivo. En relación con las emociones y afectos asociados a la palabra terrorismo, basta con mencionar que terrorismo deriva de la palabra terror, que es sinónimo de temor y horror ¿Pero cómo podría un Gobierno beneficiarse de una población atemorizada? ¿No era el slogan de Piñera “arriba los corazones que se vienen tiempos mejores”?

La periodista y escritora Naomi Klein, revisa en un documental basado en su libro “La doctrina de shock” (2007), el estrecho vínculo que existe entre la expansión del libre mercado, y la necesidad de los gobiernos de mantener a la población en crisis o estado de shock. Sus principales promotores han sido (y lo son aún) Estados Unidos y Gran Bretaña; sin embargo, esta metodología no es nueva en Chile. Una idea central de esta doctrina es que las personas en estado de shock son mucho más susceptibles a aceptar medidas que aparezcan como respuesta inmediata a la situación de crisis. En este sentido, el uso de la palabra terrorismo no es casualidad, sino por el contrario, profundamente estratégica. No fue un “arranque de tarros” del Presidente. Por eso también el nuevo Ministro del Interior, más estratégico en sus declaraciones, aparece con la bandera anti-terrorista.

¿Por qué le sirve al Gobierno?

La palabra terrorismo habilita al Gobierno a tomar una postura anuladora de la contraparte del conflicto. No se puede dialogar con un grupo de personas cuyos actos tienen como objetivo “producir en la población o en una parte de ella el temor justificado de ser víctima de delitos”. Si el Estado considerase (seriamente) las raíces que producen las condiciones bajo las cuales las personas cometen delitos (por nombrar una muy evidente ya para toda la población, la desigualdad), se encontraría con un panorama de alta complejidad y de plazos largos. Este escenario simplemente no es interesante para la clase política (menos en año de elecciones). Por lo tanto, si el Gobierno tiene una herramienta discursiva que le permita evitar confrontarse a problemas de base, lo hará sin dudar (como ha sucedido, por ejemplo, con el tema de la educación y “los encapuchados”). Por otra parte, la palabra terrorismo le permite al Gobierno crear un contexto en el cual puede mostrar su lado más autoritario “justificadamente”. A (casi) nadie le parece bien que Carabineros dé palos a los estudiantes secundarios, que marchan por su educación. Sin embargo, otra historia es que Carabineros les dé de palos a los terroristas. Una vez que el diálogo aparece como una causa perdida, la alternativa más viable es la violencia física y simbólica. Es decir, la ocupación y militarización territorial, la estigmatización y la persecución. Con esto, el Gobierno puede volver a conectarse con la derecha más dura, con la cual ha creado tanta distancia durante el mandato de Piñera.

En resumen, el Gobierno se beneficia de la palabra terrorismo, primero, en tanto le permite justificarse de abordar temas de fondo, los cuales no le reportan dividendos políticos inmediatos; segundo, le sirve para crear un ambiente en la población, en el cual ciertas medidas de control de las libertades que en otro contexto serían interpretadas como opresivas para la mayoría, son aceptadas; y tercero, le sirve para rescatar el vínculo perdido con los círculos políticos y sociales de derecha.

¿Por qué le hace mal a Chile?

Cuando la palabra terrorismo aparece en la retórica del Gobierno y en la agenda nacional a través de medios de prensa, el significando que la población le da es cotidiano, es decir emocional. La población, especialmente la más cercana geográficamente a los hechos imputados, entra por lo tanto en estado de shock. ¿Qué produce este estado de shock? Según Klein, las personas en estado de shock nos desconectamos de nuestra historia, y nuestra atención se dirige hacia eventos traumáticos específicos. En otras palabras, nos volvemos corto-placistas. Exigimos medidas rápidas y “efectivas” para superar lo antes posible la crisis. Este corto-placismo es ideal para los gobiernos, ya que les permite evitar la complejidad de los fenómenos históricos y además de eximirse de abordar temas de fondo. Lamentablemente, una sociedad que no es capaz de comprehender la complejidad de ciertos conflictos está destinada a vivir su reaparición.

Por otra parte, cuando vivimos estados emocionales negativos, es natural que aparezca la necesidad de revertir tal estado. Y en este sentido, una reacción inmediata es intentar identificar la causa del malestar. Pero ¿qué hacer cuando la supuesta causa del malestar es algo tan abstracto como “el terrorismo”? La falta de objeto directo definido (en otras palabras, la imposibilidad de identificar la fuente y eliminarla) tiene como consecuencia el incremento de la ansiedad y estado de crisis de las personas. Pero para la mayoría, el incremento del malestar no es alternativa muy atractiva. Es por esto que cuando no existe un objeto específico, tenemos la tendencia a encontrar uno, a proyectar el malestar en algo tangible, en otras palabras, a buscar un objeto afuera y en los otros. Desde la emocionalidad del uso cotidiano del concepto terrorismo y desde estado de shock, la búsqueda de este objeto tiene peligrosas consecuencias. La más peligrosa entre ellas, es la radicalización de las diferencias: claramente, “nosotros” no somos los terroristas… “ellos” son los terroristas.

En síntesis, la palabra terrorismo le hace mal a Chile; primero, en cuanto centra nuestra atención en eventos concretos, desviándola de las raíces del problema y sus contextos históricos. Segundo, nos impide pensar en medidas a largo plazo y exigirlas; y tercero, radicaliza las diferencias, dificultando la posibilidad del diálogo y aumentando la violencia.

La incapacidad de reconocer otros puntos de vista como válidos, coherentes y significativos, no produce sino la división de la sociedad y el incremento de la violencia. Lamentablemente, frente al clima de violencia la respuesta más predecible del Gobierno será seguir persiguiendo a los grupos “terroristas”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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