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Publicistas heroicos Opinión

Publicistas heroicos

Juan Guillermo Tejeda
Por : Juan Guillermo Tejeda Escritor, artista visual y Premio Nacional "Sello de excelencia en Diseño" (2013).
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Los chilenos somos aficionados a levantarles estatuas a figuras fracasadas, escasamente eficientes: Arturo Prat, Balmaceda, Allende. La película NO, en cambio, es como un monumento visual, o un galvano, o un sentido homenaje a esos héroes de carne y hueso que crearon la franja y lograron enderezar el rumbo de nuestra historia.


Arrastrado por unos amigos y sin ganas, resistiéndome, fui hace unos días, mientras estaba en Barcelona, a ver la película “No”, en las salas Verdi del barrio de Gracia. Mientras estábamos tomando unos tequilas en un bar mexicano después de haber visto la cinta, era yo alguien muy diferente en ánimo al de un rato antes.

En la oscuridad del cine, tras unos comienzos que me parecieron dudosos, las cosas cambiaron, y pese a sus cabriolas absurdas en skateboard y casaca de cuero, Gael García Bernal logró conmoverme con su juego de párpados abiertos, un poquillo cerrados, a media altura o casi cerrados, y aunque nada parecía ajustar del todo a mis recuerdos de aquel tiempo, dos o tres veces estuve a punto de soltar un sollozo.

Mi conmoción tenía que ver, en verdad, con la lucha interior del personaje, un hombre que quiere ser un publicista de productos comerciales y que en virtud de su oficio se ve arrastrado a jugar un rol político de primera magnitud en un país asustado y que ha perdido la dignidad.

Paralelamente, la película es un poco una máquina del tiempo donde aparecen, cargados de años y a la vez en la época de los hechos, los protagonistas de la que fue la historia real: Patricio Aylwin, Patricio Bañados, Juan Gabriel Valdés,y Eugenio Tironi. También quienes fueran los creativos y realizadores de aquella gesta comunicacional, la campaña del No: Juan Enrique Forch, Jaime de Aguirre y sobre todo Eugenio García, que hacen de malos en el comité asesor del ministro de la dictadura.

Eugenio García es sin duda la presencia humana que más contribuye a dar vida al personaje ficcional del otro García, Gael García Bernal, con sus diferencias en algunos rasgos, pero finalmente el mismo en lo decisivo: un publicista como héroe de la historia.

Los publicistas son mal considerados desde el pensamiento progresista y políticamente correcto. Suponemos que son talentos que sirven al capitalismo y que se enriquecen privadamente seduciendo y persuadiendo al gran público ingenuo con su retórica consumista. Al campo de la publicidad y de las teleseries habían ido a dar, en esos tiempos oscuros, muchos escritores y cineastas y actores o actrices con talento que carecían de más espacios para sus productos creativos. Vivían en esa duplicidad de formar parte del sistema y estar en contra de él. También estaban los publicistas y comunicadores de corazón, los que viven en el vértigo de públicos y audiencias de gran calado.

[cita]Hay una forma de la cobardía elegante, que pasa por valentía, y que consiste en cabrearse mucho no con el auténtico malvado, sino con otro menos amenazador. Está de moda hoy hablar en contra de Lagos o de Aylwin más que de Pinochet, o estar en contra de Eugenio Tironi más que de Jaime Guzmán, o indignarse con los políticos más que con los militares haciendo política.[/cita]

Y he aquí que vemos a unos malos, los de la dictadura, dominando a un país asustado y reticente, hasta que entra como una tromba el héroe publicista a cambiar la historia de la patria. La subversión de la película NO coincide en parte relevante con lo que ocurrió en la realidad, y que contra todo pronóstico le dio el triunfo al NO, abriendo paso a la democracia y a la restitución de la normalidad cívica en nuestro país. Es verdad, los procesos históricos los construyen los pueblos, y el triunfo del plebiscito fue el resultado de un gran esfuerzo colectivo, de equipo. Pero sin el giro que los publicistas le dieron al asunto aquello probablemente no hubiera cuajado.

¿Qué aporta Gael en la película de ficción y qué cosas trajeron silenciosamente al país publicistas o estrategas comunicacionales como Eugenio García o Eugenio Tironi o Jaime de Aguirre? Lo que hacen los publicistas o estrategas comunicacionales con oficio. En primer lugar, una mirada, una correcta lectura de la sociedad con sus contradicciones y peculiaridades.

Un publicista o un programador de televisión que no aciertan en esta lectura son la ruina para quienes lo contratan. Hay en la conducta de un buen profesional de este tipo lo que Spinoza decía de sí en cuanto filósofo: “Ante las acciones humanas, he hecho el esfuerzo de no burlarme de ellas, no lamentarlas ni execrarlas, sino comprenderlas”. Es lo que se ha dado en llamar una lectura pragmática, no ideologizada.

Cuando García (Gael) observa lo que los esforzados compañeros del No han elaborado como mensaje para la franja a punta de denuncias e indignaciones, observa en silencio, se le hinchan unas venas, y sentencia sin alzar la voz:

–Esto no vende.

¿No venden la tortura, el exilio, la exclusión, el atropello, la censura, la falta de libertades?

No venden, porque los humanos funcionamos en base al placer y/o en base al miedo. La dictadura instauró el placer de torturar para unos pocos y un gran miedo negro o grisáceo para todo el resto. La existencia organizada en base al miedo es mezquina, rígida, angustiosa. Si los políticos de los 17 partidos que habían apostado por participar en el plebiscito organizado por Pinochet para perpetuarse querían realmente ganar, era indispensable situar a los ciudadanos —los consumidores— en el plano del placer, sacándolos del miedo, y mostrándoles de manera atractiva la democracia —el producto—.

¿Un producto, la democracia? Efectivamente, y al que había que vender en 30 capítulos televisivos de 15 minutos, soportando en contra otros 30 capítulos de la opción pinochetista más todo el gigantesco e incesante aparato comunicacional y operativo de la dictadura. Un producto que, además, venía etiquetado con un nombre escasamente positivo: NO.

Quien es capaz de leer la realidad es capaz también, como lo hicieran entonces Eugenio García y los demás creativos de la campaña, de leer aquello que nadie se siente autorizado a leer: el futuro. Y lo mismo vale para los políticos. Un líder es alguien que ha estado en el futuro y nos lo explica, nos conduce a él. ¿Qué forma visual puede tener un país sin miedo, que supera el blanco/negro a que se ha visto sometido? ¿Cómo dar visualidad a un ambiente suelto, colorido, desenfadado, bromista, humanizado? ¿Cuál es su lenguaje, su estética, su ritmo? Es así que emerge el concepto articulador de la franja, la alegría: no hay nada más alegre que la alegría, y desde allí, desde lo que ya viene (inevitablemente, se sugiere) es que se dice o se canta o se baila el No.

Leer el entorno, saber con precisión qué mensajes puede aceptar y qué mensajes no aceptará la gente, es un don que muy pocos poseen intuitivamente. Se sostiene fantasiosamente desde los círculos intelectuales y artísticos que la publicidad es muy fácil, es cuestión de meter plata y resulta. Pues bien, las campañas del No y del Sí demuestran precisamente lo contrario. Quienes tienen el dinero o el poder no son necesariamente los que mejor entienden el pulso de la realidad y su milhojas de temblorosas capas internas.

Los intelectuales y artistas, y esta es otra de las capas no declaradas de la película NO, como también muchos izquierdistas clásicos, se contentan a menudo con la denuncia, con el testimonio, con el gesto. El arte contemporáneo con sus instalaciones y provocaciones cada vez más fatigadas no es sino un repertorio de gestos. Los artículos y libros de los intelectuales y académicos suelen apegarse a denuncias éticas que todos conocemos, pero que ahí se quedan.

Para cambiar las cosas, en Chile, hizo falta un grupo de políticos que hoy no son muy queridos, y un puñado de publicistas y realizadores con olfato y oficio, de los que nadie habla. Y todos ellos jugándosela, que a ver si nos acordamos como nos temblaba la pera a los chilenos y chilenas al ver un tanque por la calle, o al ver pasar un helicóptero o una camioneta sin patente, o al recibir un comentario irónicofascista de un jefe o de alguien que nos tenía contratados. Me perdonarán ellos y los lectores que me permita elogiarlos al menos una vez, que es lo que me nace, en lugar de tirarles basura, que es más cool. Genaro Arriagada y Juan Gabriel Valdés sirvieron de referente para el trabajo de Luis Gnecco como Urrutia, el operador político de la película. Y en fin, hay una larga red de nombres, claves y relaciones que cada cual podrá desentrañar a su modo.

Un buen director creativo actúa, además de con lucidez, generosamente, y llama a los mejores, dejándolos en libertad para dar lo suyo, controlando en todo caso el marco amplio del mensaje. Es lo que ocurrió en la franja.

Esta es una película, ciertamente, de héroes, de jovencitos. Manuel Antonio Garretón la odió precisamente por eso. “Es probablemente la basura ideológica y el bodrio más grande que he visto”, declaró.

Quizá, pero para producir un cambio en las conductas y adecentar el ambiente en que vivimos no basta con el pensamiento correcto o con las actitudes consecuentes. Hacen falta también personas capaces de entender la realidad sin juzgarla a priori, trabajar con ella y hacer visible lo nuevo, todo ello con pocos medios, con el culo a dos manos en lo que en este caso era un país cubierto de smog, de indignidad, de inquina y de frustración humana.

El director Pablo Larraín y su guionista Pedro Peirano, nos proponen precisamente esta mirada spinozista: nuestros malos de hoy —políticos, asesores de imagen, estrategas comunicacionales y publicistas— son los buenos de la película, los únicos capaces de convencer limpiamente a la nana de la casa de que no siguiera dándole su apoyo resignado y temeroso al dictador. Los creativos publicitarios operan a menudo como pilotos de avión, deben moverse en climas variables, con aparatos que a veces fallan, en pistas no siempre perfectas, y sus decisiones son las que son, en ese momento preciso y no en tiempos ideales.

Hay una forma de la cobardía elegante, que pasa por valentía, y que consiste en cabrearse mucho no con el auténtico malvado, sino con otro menos amenazador. Está de moda hoy hablar en contra de Lagos o de Aylwin más que de Pinochet, o estar en contra de Eugenio Tironi más que de Jaime Guzmán, o indignarse con los políticos más que con los militares haciendo política. Puede que el desprestigio actual de los concertacionistas se deba a esa debilidad de la gente, pero también puede deberse a que cumplieron su programa y por lo tanto, como ocurre con los deseos satisfechos, se apagan los motores de la acción. Han estado muchos años bajo el escrutinio público y hemos podido ver, además de sus rasgos heroicos, otras aristas más humanas y menos elogiables.

También ocurre que, despejado el tema de la democracia y de los derechos humanos, irrumpen en la sociedad nuevos asuntos que no se resuelven ya con las lógicas anteriores. Los publicistas y creadores de la franja del NO siguieron sus carreras, han ido haciendo sus vidas, tienen sus defectos y sus cualidades, como todos nosotros, y finalmente no han andado sacando tanto pecho por lo que les tocó hacer.

Lo que sea. En contra de lo que digan algunos, los héroes existen, y como enuncia adecuadamente Fernando Savater, el héroe es aquel que reúne las virtudes de la valentía y la generosidad, pero que además es eficiente. No sólo sabe lo que hay que hacer, sino que tiene espaldas para contener las críticas, reunir los recursos necesarios y llevarlo a cabo.

Los chilenos somos aficionados a levantarles estatuas a figuras fracasadas, escasamente eficientes: Arturo Prat, Balmaceda, Allende. La película NO, en cambio, es como un monumento visual, o un galvano, o un sentido homenaje a esos héroes de carne y hueso que crearon la franja y lograron enderezar el rumbo de nuestra historia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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