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Educar para innovar: la lección que el ternero aún no aprende

Esteban Paiva Jara
Por : Esteban Paiva Jara Ingeniero Civil Industrial y Máster en Empresa y Tecnologías de Información.
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Hace poco más de un mes el gobierno estableció en un acto público-privado que 2013 sería el año de la innovación. Para ajustarse a la pertinencia de esta declaración, se instalaron tres ejes temáticos entre los que se cuenta el apoyo a la investigación científica y la generación de capital humano especializado, el fomento a la creación de empresas y la competitividad de las PYME y el desarrollo de innovaciones que buscan mejorar la calidad de vida de los chilenos.

Cada vez que escucho sobre iniciativas similares y profundizo en ellas, me quedo con la sensación de que somos un ternero que quiere ser toro sin pasar por la etapa de novillo. Y nos gusta mirar a los toros del entorno y queremos copiar su estatus actual, obviando que debemos nutrirnos y pasar tiempo en el campo para llegar a ser grandes.

El asunto de la innovación, para aquellos neófitos en la materia, no es simplemente la invención de algo nuevo: es el impacto significativo que esta “novedad” produce en un mercado, sea este tradicional o social.

[cita]Como terneros estamos claros que el camino natural para llegar al desarrollo es la innovación. Y como somos observadores, miramos a los toros grandes como Finlandia. Nos gusta pensar que podemos llegar a ser como ellos. Para travestir nuestra infancia en adultez, creamos eventos y declaramos años especiales para tal efecto, invirtiendo recursos en iniciativas nobles, pero insuficientes.[/cita]

La innovación debe propender a la generación de riquezas, de forma directa, a través de la venta, o indirecta, a través de las externalidades positivas que impliquen desarrollo social, ambiental, económico, etc.

Como terneros estamos claros que el camino natural para llegar al desarrollo es la innovación. Y como somos observadores, miramos a los toros grandes como Finlandia. Nos gusta pensar que podemos llegar a ser como ellos. Para travestir nuestra infancia en adultez, creamos eventos y declaramos años especiales para tal efecto, invirtiendo recursos en iniciativas nobles, pero insuficientes. Lo que al ternero le falta es asumir las riendas de su madurez comprendiendo cuál ha sido la experiencia del toro, y qué acciones tomó en un contexto determinado. En el caso del país nórdico, la clave ha sido la educación: el Estado hizo esfuerzos inmensos para resolver un modelo educativo que integra como engranajes a la familia, la escuela y los recursos socioculturales.

¿Por qué Finlandia se interesó tanto en este aspecto particular, en vez de declarar años especiales para disfrazarse de toros? Simple: porque la educación es el pilar fundamental y transversal para que una sociedad sea mejor. Si educas a tus ciudadanitos y ciudadanitas comienzas abriendo un espectro de posibilidades zigzagueantes: disminuyes la pobreza, aumentas las oportunidades, disminuyes la delincuencia y la adicción a drogas, aumentas los espacios de seguridad y bienestar ciudadanos, disminuyes la segregación y el elitismo, aumentas la integración social y disminuyes la discriminación.

Suena a paraíso, pero es cierto: está probado que aquellos ambientes de respeto y diversidad son más creativos y productivos que aquellos en que hay hostilidad. Cuando las condiciones son favorables, las personas educadas son más creativas, proactivas e inquietas, aspectos esenciales para construir una sociedad innovadora, capaz no solo de capitalizar, sino también de abordar sus asuntos y problemáticas con objetividad y proponiendo soluciones que agreguen valor, sea indirecto o no.

Por ahora se celebra el entusiasmo infantil de querer vestirnos de toro. Eso es bueno: dice que ya nos dimos cuenta de que debemos pasar a ser novillos. El punto fundamental de esto es que, si queremos ser toros de verdad, es momento (de hecho, hace buen rato lo es) de partir por fortalecer nuestra educación y ponerla en el sitial social, cultural y político que merece. De lo contrario, nuestro destino es seguir rumiando en el campo mientras otros toros codician nuestro potencial de explotación y nos envían de tanto en tanto al matadero.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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