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Sobre política, igualdad y pobreza

Giovanni Calderón
Por : Giovanni Calderón Director ejecutivo Agencia de Sustentabilidad y Cambio Climático. Ex diputado de la UDI
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En épocas electorales, como la que viviremos durante todo este año, suele resultar difícil diferenciar los planteamientos de uno y otro sector del espectro político. Los discursos suelen llenarse de lugares comunes y expresiones de buena voluntad que, como un mantra, los candidatos repiten sin cesar, aplicando un viejo principio de la mercadotecnia.

Sin embargo, si hay algo que diferencia a las izquierdas de las derechas, es su postura frente a la igualdad y al objetivo que debe cumplir el sistema económico. Mientras las izquierdas, especialmente la comunista y la socialista no-democrática, abogan por una igualdad de resultado, la centroderecha invoca la igualdad de oportunidades.

Consecuente con su concepción de igualdad, las izquierdas abogan por un sistema económico cuyo resultado final sea la igualdad material absoluta de las personas, es decir, que todos tengan lo mismo y que nadie pueda tener más que otro.
El planteamiento de centroderecha, en cambio, parte del supuesto de que, objetivamente, no existe una igualdad absoluta entre los individuos, argumento teórico que ha sido históricamente refrendado por el fracaso del modelo económico de planificación central y propiedad estatal distintivo de los países de la órbita comunista.

[cita]El objetivo de la política no puede ser sólo la superación de la pobreza. Este es únicamente un objetivo mediato. Los objetivos de la política son anteriores y superiores a los de la economía y se fundan en la igualdad de los individuos frente al poder —político o económico— que surge de su dignidad humana.[/cita]

La igualdad de oportunidades surge de una filosofía que pone al individuo y sus derechos como centro y eje de la actividad económica. Frente a la imposibilidad de alcanzar la igualdad material absoluta, todos los individuos, iguales en dignidad y derechos, deben tener la posibilidad —las oportunidades— de alcanzar el mayor desarrollo posible de sus potencialidades. Por lo tanto, la condición básica del desarrollo radica precisamente en haber logrado dar a todos los miembros de una comunidad la posibilidad de alcanzar el desarrollo personal de acuerdo a su propia concepción de lo que es bueno para sí mismo. Ese estado de cosas es lo que podríamos considerar como la verdadera derrota de la pobreza.

Pero, más allá de la tecnocracia de medición de la pobreza y la desigualdad, la noción de pobreza es esencialmente relativa, es decir, depende de un punto de referencia.

Mientras en una época primaria de la evolución económica de la humanidad la riqueza —y por tanto la pobreza— podía depender de la propiedad de la tierra y de las herramientas para cultivarla, en una economía de mercado avanzada la riqueza comprende muchos otros elementos que antes no formaban parte del concepto. Los ricos de antes bien podrían ser considerados pobres hoy en día. Y así, los actuales en el futuro.

Esto nos lleva irremediablemente a la conclusión de que la política económica no puede tener por objetivo final sólo la derrota de la pobreza, porque una vez alcanzado un cierto estándar de bienestar material, siempre habrá una distancia entre quienes alcancen ese estándar básico y quienes gocen de un estándar muy superior que le permita el acceso a otros bienes de naturaleza no sólo material. En otras palabras, seguirán habiendo pobres, pero más ricos que los pobres del pasado.

Quienes creen que el único fin que debe cumplir la política económica es derrotar la pobreza tal y como se la concibe en un lugar y en un momento determinado del tiempo, necesariamente han de concluir que en el hipotético caso de que la pobreza fuera derrotada ya no habrá más necesidad de política económica o, si se quiere, ya no habrá más necesidad de política ni de Estado porque el solo juego de las reglas económicas (lo que Hayek llamaba “Catalaxia”) bastará para regular las relaciones entre las personas.

La realidad y la historia, sin embargo, parecen demostrar lo contrario. Aún en los países de más alto estándar de bienestar material la política parece estar lejos de desaparecer y se desconoce caso alguno en la historia de algún grupo humano que haya podido sobrevivir sin normas que regulen, al menos, los aspectos básicos de su conducta. Por ello, la utopía de una economía sin reglas puede ser tan destructiva como la utopía comunista.

El objetivo de la política no puede ser sólo la superación de la pobreza. Este es únicamente un objetivo mediato. Los objetivos de la política son anteriores y superiores a los de la economía y se fundan en la igualdad de los individuos frente al poder —político o económico— que surge de su dignidad humana.

Frente a la disyuntiva entre igualdad de resultado e igualdad de oportunidades, parece ser que lo que la ciudadanía reclama hoy en día es la cada vez más olvidada igualdad política en que se funda la democracia, es decir, la igual consideración que merecen todas las personas por el sólo hecho de ser tales, en la toma de las decisiones que les incumben y que afectan su vida y la de sus familias.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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