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Beyer y sus víctimas Opinión

Beyer y sus víctimas

Jaime Retamal
Por : Jaime Retamal Facultad de Humanidades de la Usach
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Es el mismo juego que hoy defiende a Beyer y que lo salvará ileso y fortalecido. Lo repito, no es solo el juego de la derecha política que ha hecho de la educación uno más de los bienes de consumo, instalando exitosamente el discurso y la lógica del capital humano en nuestro país; tampoco es sólo el juego del “udepedismo” liderado por José Joaquín Brunner y el mismísimo rector Carlos Peña, que cuando les conviene introducen el discurso de la administración imperfecta del Estado, de su institucionalidad deficiente, o derechamente el discurso tecnocrático rampante (sí, rampante).


Ha sido completamente abrumador comprobar cómo la élite de nuestro país ha salido a defender a Harald Beyer, el ministro que hoy está en el banquillo de los acusados. Sin ninguna duda se trata, a simple vista, de una extraña defensa corporativa. Decimos “extraña” pues no podemos decir que todos los defensores sean de una misma facción política, o que provengan de una misma academia universitaria, o de un mismo centro de operaciones discursivo-ideológico, los así llamados “think tank”. Es decir, esta defensa corporativa no proviene toda ella de la derecha política, así como tampoco de la Universidad Diego Portales, o de Libertad y Desarrollo más el Centro de Estudios Públicos.

Desde esos grupos de interés, ciertamente, provienen las más genuinas y entusiastas apologías, pero sería completamente erróneo no advertir, para quien pretende configurar un argumento más crítico y comprensivo, que la defensa “a” y “de” Beyer es mucho más transversal que esos tres grandes centros de producción discursiva e ideológica. Son tres poderosísimos centros que pujan en los medios, copándolos, por desarticular la acusación constitucional en contra del ministro con argumentos, algunos muy fallidos y otros francamente torpes ad intra, pero muy persuasivos en sus formas externas, y muy persuasivos además por los medios de comunicación a través de los cuales los transmiten en prensa, radio y televisión.

[cita]El punto es que en esa aparente normalidad está encerrado uno de los principales problemas de nuestra democracia. Me refiero al problema del diálogo y el discurso —sobre todo en su nivel persuasivo de poder— en medio de un conflicto social de envergadura como el de la Educación. ¿Quién defiende a las víctimas? ¿Quién se pone en el lugar de ellas para producir una emergencia discursiva coherente y competente en vista a solucionar un conflicto? ¿Quién puede refutar persuasivamente desde la perspectiva de las víctimas la andanada de neoliberalismo en educación? Creo que si miramos así las cosas, es sumamente grave —y simbólico— lo que está ocurriendo con la acusación constitucional que tiene al ministro Beyer en el banquillo.[/cita]

Se puede decir que es normal que así sea, pues ¿dónde se ha visto a la derecha renegar de aquello que vienen haciendo con la educación pública desde la época dictatorial hasta nuestros días? ¿Dónde se ha visto a una universidad privada en Chile defender lo público en educación, sobre todo cuando el color del dinero público alimenta sus venas de producción académica y científica? ¿Dónde se verá ¡jamás! que un think tank de un color político determinado destiña con colores opuestos? Y obviamente, nunca veremos a medios comprometidos ideológicamente hacer y promover una opinión pública contraria a sus intereses.

No obstante, en esta aparente normalidad en la que, en una comunidad de comunicación democrática cada cual representa discursivamente y mediante opiniones su propio interés en la plaza pública en vistas a la resolución de conflictos comunes, hay un problema fundamental: en esa comunidad de comunicación democrática no sólo prima un nivel semántico de discurso, nivel que nos permitiría reconocer el lugar de procedencia ideológica de quien lo promueve, sino que sobre todo prima —y esto es lo decisivo— un nivel discursivo pragmático-retórico, donde la “fuerza” de la persuasión determinará la conclusión final y la resolución del conflicto. Por el discurso no sólo se comprueba la procedencia ideológica de quien lo profiera, sino que sobre todo se comprueba su nivel de persuasión a la hora de zanjar un conflicto.

El punto es que en esa aparente normalidad está encerrado uno de los principales problemas de nuestra democracia. Me refiero al problema del diálogo y el discurso —sobre todo en su nivel persuasivo de poder— en medio de un conflicto social de envergadura como el de la Educación. ¿Quién defiende a las víctimas? ¿Quién se pone en el lugar de ellas para producir una emergencia discursiva coherente y competente en vista a solucionar un conflicto? ¿Quién puede refutar persuasivamente desde la perspectiva de las víctimas la andanada de neoliberalismo en educación? Creo que si miramos así las cosas, es sumamente grave —y simbólico— lo que está ocurriendo con la acusación constitucional que tiene al ministro Beyer en el banquillo.

En principio debiese ser la lógica del Estado la que resguarde a las víctimas. También, por supuesto, la lógica de la Constitución. A las víctimas de un sistema educativo que no hace más que apilarlas y clasificarlas en el inventario de los desposeídos. ¿Quién ha planteado, por sólo dar un ejemplo, seriamente lo que significa para los miles de escolares de liceos técnico-profesionales el haber sido excluidos ex profeso de poder rendir en igualdad de condiciones una prueba de selección universitaria? ¿Quién? Nadie.

Esos miles de condenados por el sistema perverso de una prueba no tienen voz y son las nuevas víctimas de una democracia en la cual ni el Estado ni (¡atención!) la Constitución se salvan de una lógica neoliberal, autoritaria y burocratizante. Y los gobiernos que han administrado ese Estado y esa Constitución no han hecho sino seguir el juego. Hoy más que nunca con un gobierno de derecha, claro, pero habría que pensarlo muy bien si mañana será más de lo mismo con un gobierno de centroizquierda. Todo el juego nos hace pensar que sí.

Es el mismo juego que hoy defiende a Beyer y que lo salvará ileso y fortalecido. Lo repito, no es solo el juego de la derecha política que ha hecho de la educación uno más de los bienes de consumo, instalando exitosamente el discurso y la lógica del capital humano en nuestro país; tampoco es solo el juego del “udepedismo” liderado por José Joaquín Brunner y el mismísimo rector Carlos Peña, que cuando les conviene introducen el discurso de la administración imperfecta del Estado, de su institucionalidad deficiente, o derechamente el discurso tecnocrático rampante (sí, rampante).

Todos ellos no hacen sino llevar el estandarte de una comprensión de lo social, cultural, económico y político mucho más generalizada de lo que se cree. Es un discurso que transversaliza también a la Concertación; y tal vez que no sólo la transversaliza, ahí el punto, sino que la bombea con oxígeno discursivo en su corazón, a veces —las más de las veces— tan vacuo y soberanamente indócil con las víctimas del modelo. En todo ello, el Senador Quintana —como se dice— es el “tonto PPD útil” del momento. Después seguramente será Guido Girardi, cuando se articule la idea de un complot contra Beyer, “el Código Beyer”, liderado por la curia guirardista. La prensa sabrá cómo hacerlo.

En fin, toda esa novelita la conocemos ya de memoria. El problema es mucho más grave y es otro. El problema no es solamente Harald Beyer. Tampoco lo que él simboliza. El problema, en concreto, son las víctimas. Seguramente de ellas nadie querrá ni hacerse cargo ni hablar. Así las cosas, su única posibilidad de diálogo, por muy paradójico que parezca, será otra vez la calle y el movimiento social.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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