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El Chile de las convicciones

Jaime Parada
Por : Jaime Parada Coordinador Por Un Nuevo Chile. Concejal (PRO) Providencia
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El Chile que exigimos no necesita de la ética de la resistencia a la dictadura para justificar lo que no se hizo en democracia. El país al que muchos aspiramos es indisociable de las convicciones, muchas de las cuales pasan por cambiar el sistema, no reformarlo. No queremos más parches.


Por dos semanas consecutivas asistí como panelista a Estado Nacional, de TVN. Fue mi estreno en las ligas de los peso-pesados, aun cuando soy peso mosca. Mi debut fue con un par de expertos: Osvaldo Andrade y Jorge Pizarro, ambos como entrevistados. Todos los conocemos: políticos de larga trayectoria, concertacionistas disciplinados y parte del equipo articulador de la llamada política de los acuerdos, ama y señora durante los gobiernos de la Concertación.

No hay que olvidar, porque los ejemplos sobran. Fue ese modo de hacer política el que culminó con los líderes de la Alianza y la Concertación abrazados, celebrando una Ley General de Educación (LGE) que no hizo más que confirmar que el lucro, la calidad y el rol del Estado no eran grandes temas para la clase política chilena. Más importante era llegar a acuerdos, como si estos fuesen un fin en sí mismo. Insisto, los ejemplos sobran.

Aunque algunos quieran replicar que “otra cosa es con guitarra”, que los acuerdos son necesarios para la gobernabilidad, hay quienes creemos que ésta no puede ser a costa de las necesidades de todos los chilenos. Que es en el ejercicio del poder donde se ponen a prueba las convicciones.

[cita]El Chile que exigimos no necesita de la ética de la resistencia a la dictadura para justificar lo que no se hizo en democracia. El país al que muchos aspiramos es indisociable de las convicciones, muchas de las cuales pasan por cambiar el sistema, no reformarlo. No queremos más parches.[/cita]

Escribo esto con desazón. ¿Cómo entender tal falta de convicciones demostrada, por lo menos en la última década, frente a problemas en educación, sistema previsional, relaciones con los pueblos originarios y tantos otros? ¿Será que todo debe reducirse a la política de lo posible? Esto fue lo que les espeté —algo impetuosamente, lo reconozco—, a Andrade y Pizarro. ¿Dónde quedaron sus convicciones? ¿Por qué optaron por la política de los acuerdos en lugar de forzar el sistema hasta transformarlo? Quise encarnar en ellos, tal vez injustamente por no ser los únicos ni los primeros en hacerlo de esa manera, algo que muchos ciudadanos creemos: que el actual ordenamiento no da para más y que no puede transarse todo, absolutamente todo, en nombre de la gobernabilidad. Peor aún: que en el fondo, quienes quieren volver a ser gobierno sucumbirían otra vez ante las negociaciones con una derecha siempre dispuesta al bloqueo y a la mercantilización de lo público.

La historia de Estado Nacional no termina ahí. Frente a mi cuestionamiento, la respuesta de ambos fue pasarme la aplanadora ética por encima con frases como: “No me hable de convicciones, que yo estuve preso”. Los entiendo y se los agradezco: fueron ellos los que pelearon, junto a muchos otros, por hacer de este un país democrático arriesgando la propia vida. Pero no nos equivoquemos: yo no toqué sus convicciones ante la dictadura, sino su falta de convicciones en democracia.

El Chile que exigimos no necesita de la ética de la resistencia a la dictadura para justificar lo que no se hizo en democracia. El país al que muchos aspiramos es indisociable de las convicciones, muchas de las cuales pasan por cambiar el sistema, no reformarlo. No queremos más parches. Queremos un nuevo Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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