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Cuentas alegres del subdesarrollo exitoso EDITORIAL

Cuentas alegres del subdesarrollo exitoso

Es más evidente que nunca que el antiguo rito republicano del Presidente asistiendo al Congreso para dar cuenta de la marcha del gobierno ha perdido el sentido que posiblemente alguna vez tuvo en el presidencialismo chileno. No porque se haya desdibujado su esencia jurídica, que permanece intacta, sino porque su significado político no es el mismo. Hoy es manifiestamente un acto de exhibición transitoria y no de proposición política, y su realización no tiene ninguna consecuencia para la vida institucional del país ni para nadie.


Ninguna reflexión sobre el futuro institucional del país es posible extraer del Mensaje Presidencial del 21 de Mayo pasado. Pese a ser el último del actual período gubernamental, y corresponder a un momento de fuertes cuestionamientos sobre el funcionamiento de las instituciones políticas y los órganos superiores del Estado, el Presidente Sebastián Piñera sólo se concentró en un repaso micropolítico de la administración, sellando así la impronta gerencial de su gobierno.

Más allá de los avatares naturales de un año de elecciones presidenciales y parlamentarias, resulta preocupante que la agenda se vea exclusivamente capturada por el ánimo contable sobre realizaciones económicas, cumplimientos de metas sectoriales u oferta de bonos sociales según disponibilidad de caja. No tanto porque se abran las compuertas al populismo, como porque se hace evidente que el curso estratégico del país parece a la deriva.

La elusión de los temas institucionales con meras alusiones sobre una nueva Constitución, elecciones directas de consejeros regionales, primarias o aumento del número de candidatos dentro del sistema binominal, son indicios demasiado nítidos de la desorientación de quienes administran la política.

Nada hubo de propuesta estructurada en el discurso presidencial, como nada hay tampoco en las propuestas de sus opositores. La gente puede pensar que está en un período de definiciones importantes sobre su futuro, sin embargo para la elite se trata sólo de una coyuntura electoral.

[cita]A juzgar por el último Mensaje Presidencial, el sistema se encuentra en perfecta normalidad y sin hechos de dimensión preocupante. No se requiere de hombres de Estado, ni arenas de diálogo o planificación estratégica sobre la institucionalidad del país. Las coaliciones políticas son las que hay, hoy y para siempre. Solamente se requiere una mecánica de ajustes menores, donde triunfen los buenos contra los malos (¿?), en el mejor país del mundo donde nacer y vivir, y cuyas bases sistémicas están impecablemente sanas.[/cita]

Por ello, es más evidente que nunca que el antiguo rito republicano del Presidente asistiendo al Congreso para dar cuenta de la marcha del gobierno ha perdido el sentido que, posiblemente alguna vez, tuvo en el presidencialismo chileno. No porque se haya desdibujado su esencia jurídica, que permanece intacta, sino porque su significado político no es el mismo. Hoy es manifiestamente un acto de exhibición transitoria y no de proposición política, y su realización no tiene ninguna consecuencia para la vida institucional del país ni para nadie.

Es probable que en la vieja República, una democracia de mayor competencia política, fuera señero sobre la impronta gubernamental de los meses o años siguientes, dados los hechos y cifras contenidos en la cuenta sectorial del Mensaje. Pero por sobre todo era una cuenta política en la que el sujeto principal era el Estado y sus problemas, y la orientación política para enfrentarlos.

Ese sujeto político hoy ha desaparecido completamente, y salvo escasas excepciones en los primeros años de retorno a la democracia, no hay una cuenta política real, ni menos una dimensión de los problemas que debe enfrentar el país, sobre todo en momentos de cambio de ciclo político.

Para que tal tipo de ejercicio se recupere, es posible que se requiera de un pensamiento articulado sobre el Estado, material demasiado escaso en el Chile de hoy.

Si se repasa con objetividad el acontecer político de la última década, que involucra varios mensajes presidenciales y no sólo el actual, es evidente que el país se encuentra a tumbos en tres aspectos sustanciales: la gestión estratégica de su territorio; la obsolescencia tecno-burocrática de su aparato administrativo; y la crisis de legitimidad y representación de sus instituciones políticas.

El primero de ellos quedó en dramática evidencia con el terremoto y tsunami del 27 de febrero de 2010. No solamente en el exceso de centralismo político, sino en la incompetencia de sus estructuras de gobierno para el manejo de un territorio difícil y diverso, caracterizado por la fragilidad y la complejidad geofísica.

El segundo, ha sido evidente en la desinstitucionalización del país al perder eficiencia y credibilidad en el accionar de varios de los principales servicios y organismos superiores del Estado, al punto de deteriorar los estándares de fe pública y confianza, exclusivamente por incompetencia funcionaria.

El tercero y quizás el principal, es la pérdida grave de legitimidad de las instituciones políticas, esencialmente de aquellas que fundamentan y sostienen los principios de elegibilidad y representación en un sistema democrático.

Hay una débil sincronía de sentidos en el quehacer de los poderes y órganos superiores del Estado, los que actúan más en competencia que en colaboración frente a las demandas de la sociedad. Lo que lleva a concluir que estamos en presencia de una pérdida de sentido de los valores de orientación del sistema político, y que el pacto constitucional posiblemente está funcionando al límite de su capacidad y muy en un vacío social.

Todas ellas siguen intactas y apenas si fueron referidas a través de hechos en este y otros discursos de 21 de Mayo.

Poco o nada influyen aquí los movimientos sociales. En toda sociedad democrática hay demandas que deben ser resueltas. Lo que ocurre en Chile es más un hecho de elite por su evidente pérdida de sensibilidad para percibir la magnitud los desajustes y problemas, y otorgarles la prioridad o atención que requieren. No son las demandas las que desajustan el sistema, sino la producción de las respuestas y la conducción política las que fallan. Parte sustancial de la tarea de proponer, en un sistema presidencial, debe ser inducida por el Ejecutivo y un momento adecuado es el Mensaje del 21 de Mayo. Nada de esto ocurre hace años.

A juzgar por el último Mensaje Presidencial, el sistema se encuentra en perfecta normalidad y sin hechos de dimensión preocupante. No se requiere de hombres de Estado, ni arenas de diálogo o planificación estratégica sobre la institucionalidad del país. Las coaliciones políticas son las que hay, hoy y para siempre. Solamente se requiere una mecánica de ajustes menores, donde triunfen los buenos contra los malos (¿?), en el mejor país del mundo donde nacer y vivir, y cuyas bases sistémicas están impecablemente sanas.

Tal juicio nos lleva a que los contenidos del discurso serían un mero recordatorio sin otro valor que la memoria,  y perfectamente toda la ceremonia del 21 de Mayo podría desaparecer. Nada cambiaría en el funcionamiento del país, en las relaciones entre los bloques políticos o en el día después del trabajo parlamentario. Cuentas alegres del subdesarrollo.

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