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No llores por mí Andrés Bello Opinión

No llores por mí Andrés Bello

Jaime Retamal
Por : Jaime Retamal Facultad de Humanidades de la Usach
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Bello, a estas alturas encapuchado para soportar los gases, pensaba en los días en que junto a un montón de otros republicanos quiso fundar un sistema educativo que fortaleciera las raíces mismas del devenir republicano, una educación pública y gratuita para que Chile —él sin ser chileno— se proyectara como un modelo para la naciente América Latina. Sin saber si sus lágrimas eran producto de las bombas lacrimógenas o de la rabia enconada en contra de la fuerza policial o de la pena por el triunfo de las fuerzas del mercado en educación, Bello no paraba de llorar.


Andrés Bello sofocado por las bombas de humo, por las bombas lacrimógenas. No sabía qué resueltamente estaba pasando. Escribía la gramática de la lengua y ese lenguaje le era desconocido, completamente adverso. El lenguaje de la violencia, de la fuerza de la sin razón. El lenguaje del poder sin control de la policía, que irracional, ‘peribionesca’, irrumpía en su reflexión cotidiana en pos de la humanidad y de las letras latinoamericanas.

Tenía pensado ir, durante la tarde, al mismo restaurant peruano que visita asiduamente el Intendente, a Cumming, a continuar por el placer de la comida y la bebida, con su creación lingüística. Pero no pudo. Se quedó ahí, detenido más que nunca en su sillón de trabajo que repentinamente se transformó en un sillón de reflexión crítica ante el espectáculo de la policía que sin razón entraba al templo de la razón. El apetito, pensó, podía esperar. Antes, debía pensar en la educación, en la calle que protesta y en la sin razón que reprime.

Bello, a estas alturas encapuchado para soportar los gases, pensaba en los días en que junto a un montón de otros republicanos quiso fundar un sistema educativo que fortaleciera las raíces mismas del devenir republicano, una educación pública y gratuita para que Chile —él sin ser chileno— se proyectara como un modelo para la naciente América Latina. Sin saber si sus lágrimas eran producto de las bombas lacrimógenas o de la rabia enconada en contra de la fuerza policial o de la pena por el triunfo de las fuerzas del mercado en educación, Bello no paraba de llorar.

No llores por mi Andrés Bello, Chile no es el mismo, Chile perdió hace tiempo el sentido y la gloria Republicana, Chile se jacta por su orden, y no es más que un juego severo de clases donde el más rico impone no solo su terciopelo, sino que sus ganas de que todos pensemos igual y del mismo modo, que aceptemos que el bolsillo y la cuna de oro es un destino que Dios impuso para los indios del cono sur. No llores por mi Andrés Bello, la República hace años se cae a pedazos, se quiebra como se quiebra un espejo abatido por un loco narciso: son miles de trozos que reflejan el consumismo rampante del neoliberalismo ramplón.

El humo que sientes sentado en tu sillón no es el humo de las bombas lacrimógenas únicamente, es la bruma espesa que hace ya 40 años se siente en las calles, no solo de Santiago, sino de todo el Chile que te recibió con los brazos abiertos, una neblina que no nos deja ver ni más allá de nuestras narices y que implacable solo espera que cada uno se salve por sí mismo: Dios contra todos y cada uno para sí mismo. Es el humo de la policía, es cierto, pero más allá del sofocón en tu oficina, es el ahogo de miles de familias que, para ir a tu Universidad, no saben cómo hacer dinero y lloran igual que tú, sentados en sus comedores, frente al té y al pan de la tarde, la once solitaria de los sueños vacíos sin futuro.

El humo de la Universidad y las lágrimas que no te dejan en paz no son fáciles de comprender. Para nadie, es verdad. Sólo un Intendente como Peribonio podría hacerlo. Tal vez lo encuentres en Cumming. Convérsale. Háblale de filosofía y de letras. Háblale de la política y de la República. Dile que la Universidad es también sagrada, que su espacio es inviolable, y que los estudiantes solo quieren más democracia, más equidad social y más justicia.

No llores por mi Andrés Bello. No llores por mí. Llora por Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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