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De estética y justicia


El otro sábado, en la sala del Centro Cultural de España en Santiago, la noche deslizándose encima por el hemisferio sur, vimos el docu-film “Corruption Hunters: the Network”, de Hege Dehli (Noruega), acerca de una organización internacional en red de fiscales nacionales de países de todo el mundo, unidos contra la corrupción de alto nivel en gobiernos y empresas. El público, suficientemente grande considerando los vientos fríos y prolongados chubascos en el atardecer, vió la película y permaneció en la sala lleno de expectativas, silencioso, concentrado en la conversación que se iniciaba con la realizadora de cuerpo presente.

El film resulta poderoso cuando reúne el mensaje por la justicia inscrito en las escenas mostrando entrevistas con los fiscales —en diferentes locaciones alrededor del planeta—, con los elementos estéticos de captura de tomas, encuadres, y selección y montaje de imágenes con paisajes naturales y barrios urbanos completando ese mensaje. Misma cosa que se puede decir de su banda sonora.

El film pudo haberse propuesto la forma de una nueva acumulación y exposición de evidencias de corrupción por parte de inmensos intereses políticos y económicos, operando por todos lados en un mundo financieramente globalizado. Si se hubiera quedado en eso, tendríamos ante nosotros solamente una nueva pieza de información en medio de una cultura sobrepasada por la cantidad de datos circulando acerca de todos y cualquier tema y asunto imaginable en los inicios de este siglo XXI.

Esa no es, afortunadamente, su mejor potencia. Su potencia reside en la sensibilidad. La película sabe como contener el elemento informativo —básicamente las palabras, el testimonio de los fiscales—, interviniéndolo con una gran variedad de elementos no lingüísticos que hasta llegan a parecer azarosos e incidentales. Esas imágenes muestran cables de trolebuses contra el cielo mezclándose y generando líneas de contactos y movimientos, pasajes estrechos y esquinas quebradas de ciudades europeas medievales, interminables y paradojales “tacos” de vehículos en carreteras africanas cruzadas por miles de vendedores ambulantes ofreciendo todo tipo de cosas chinas inútiles, pero favorables para multiplicar las conductas consumistas, y un instante de ocres lluvias tropicales de las selvas de Costa Rica.

Inolvidables son unas espléndidas y escalofriantes escenas de formaciones geológicas y volcánicas en Islandia —país en bancarrota por manejos financieros. Las burbujas de lava y rocas fundidas emergiendo de profundidades densas y grises donde ninguna vida prospera, nos dicen el mensaje de tan buena manera como las secuencias escuchando la explicación de un punto específico en la persecución de la corrupción y sus consecuencias para nuestras sociedades.

Algo semejante ocurre con la música en casi todas las escenas. Concurriendo de diferentes tradiciones culturales propone y suscita un tipo de vibraciones emocionales que supera con mucho las “limitaciones” de los significados de las palabras. Hay unas cuerdas y bajos que deslizan inconscientemente al espectador en el film, y al meollo del asunto.

Esta película se recomienda al modo de un logro feliz del arte al lado de la codicia humana convertida en monstruo de la época. Si la sociedad post se organiza estructuralmente desde la multiplicación ilimitada de esta codicia, un rato en frente de estas imágenes les dejará, siempre, un sabor a optimismo en sus lenguas.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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