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El Dilema de Revolución Democrática (II)

John Charney
Por : John Charney Abogado, Doctor en Derecho de King's College London. Profesor Derecho, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
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En Chile simplemente no existen los mínimos necesarios para lograr la síntesis con la que Dinamarca propone resolver las tensiones políticas, económicas y sociales contra las que RD y un conjunto de líderes y actores de la izquierda chilena han decidido luchar. ¿Será esta fórmula el camino que tomará RD para llevar adelante las transformaciones que se propone?


Con una argumentación clara, Hernán Dinamarca respondió a una columna en la cual planteo el dilema entre ética y política que afecta a la izquierda, en general, y a Revolución Democrática, en particular. Según él, éste sería un falso dilema o más bien uno anacrónico, propio de la época de la Guerra Fría.

Dinamarca considera que la pregunta sobre cómo la izquierda concilia sus convicciones con la práctica política, aun cuando ésta se ejerce en un sistema que se opone radicalmente a sus principios básicos, tiene una respuesta clara. El autor propone una síntesis entre la ‘ética de la convicción’ y la ‘ética de la responsabilidad’. Un punto medio donde —sin abandonar sus convicciones más profundas— la izquierda pueda llegar a acuerdos que le permitan avanzar, aunque sea sólo un poco, su proyecto transformador.

La síntesis de Dinamarca —que huele demasiado a ‘justicia en la medida de lo posible’— me parece una salida equívoca al dilema planteado. Su síntesis no es suficiente para resolver la tensión que existe hoy en Chile entre una fuerza movilizadora y transformadora (donde incluyo a Revolución Democrática) y el peso de la institucionalidad política. Me concentraré en lo último, ya que lo primero da para una discusión bastante más larga.

En primer lugar, la síntesis que propone Dinamarca no tiene nada de nuevo. Esta es la síntesis de la social democracia en Europa, de Tony Blair y el New Labour en el Reino Unido, y de la Concertación en Chile. Esta síntesis se llama reformismo y es tan vieja como el dilema que Dinamarca cree inexistente. Si ésta es la apuesta por la que RD se la jugará para desarrollar su programa político la pregunta es entonces ¿qué distingue a RD de la Concertación? ¿Es esto simplemente una apuesta por un cambio generacional, un cambio de liderazgos políticos o hay algo sustancialmente nuevo en RD? Al menos del texto de Dinamarca no hay nada que sugiera algo muy distinto. Los problemas de Chile no se solucionarán con más transparencia o con menos hidroeléctricas.

[cita]En Chile simplemente no existen los mínimos necesarios para lograr la síntesis con la que Dinamarca propone resolver las tensiones políticas, económicas y sociales contra las que RD y un conjunto de líderes y actores de la izquierda chilena han decidido luchar. ¿Será esta fórmula el camino que tomará RD para llevar adelante las transformaciones que se propone?[/cita]

Esto no se trata de verdades absolutas ni de ínfulas revolucionarias delirantes, como Dinamarca sugiere. Muy por el contrario, se trata de un problema concreto que tiene su origen en un sistema político y un modelo de explotación económica que fue impuesto a la fuerza durante la dictadura. Claudio Fuentes acaba de documentar el fraude que hay detrás de la Constitución de 1980, la institucionalidad que nos rige. Este sistema es hoy objeto de un profundo juicio crítico por parte de un amplio sector de la población. Un juicio que, sin embargo, no tiene ni tendrá un correlato en el Parlamento que haga posible llevar adelante esas transformaciones estructurales. El sistema binominal y los quórums necesarios para hacerlas simplemente no lo permiten. La pregunta es entonces ¿cómo el reformismo de Dinamarca logrará cambiar las reglas del juego?

El punto central es que mientras estas transformaciones no se hagan el desprestigio de nuestras instituciones seguirá aumentando y su legitimidad disminuyendo. Fernando Atria lo dijo, y muy claro: los cambios en Chile se tienen que hacer por las buenas o por las malas. Es por ello que resulta –al menos paradójico– que Dinamarca le pida a RD que deje de hacer lo que tan bien ha venido haciendo: ser consecuente con sus convicciones. En efecto, si su propuesta es que RD logre un equilibrio entre responsabilidad y convicción, que se ponga de acuerdo con las fuerzas políticas para lograr un punto medio, un consenso adecuado, probablemente seguiremos esperando hasta el año 2060 para ver una nueva Constitución que surja del acuerdo de todos los sectores de la Nación y no de la que nos impusieron los militares, Jaime Guzmán y los Chicago boys hace 40 años.

Y es que la responsabilidad con la que Dinamarca pretende empatar las convicciones de la izquierda sólo funciona cuando los ciudadanos han participado libre y soberanamente en la elaboración de las reglas que rigen la vida en común. Sólo es posible hablar de una síntesis entre responsabilidad y convicción cuando el pueblo se ha dado a sí mismo las normas básicas que regulan la convivencia, las que fijan el sentido y alcance de sus instituciones; aquellas normas que determinan la forma en que deben administrarse los recursos naturales, la categoría de los pueblos que habitan su territorio, el número y extensión de derechos sociales y garantías universales.

En Chile simplemente no existen los mínimos necesarios para lograr la síntesis con la que Dinamarca propone resolver las tensiones políticas, económicas y sociales contra las que RD y un conjunto de líderes y actores de la izquierda chilena han decidido luchar. ¿Será esta fórmula el camino que tomará RD para  llevar adelante las transformaciones que se propone? Si así fuera, me temo que RD no llegará muy lejos. En este camino, además de relegar convicciones, ni siquiera cumpliría con el mínimo de responsabilidad que un proyecto de izquierda serio requiere.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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