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Los desafíos de un Chile con historia

Christian Vittori
Por : Christian Vittori Alcalde de Maipú
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La ciudadanía no quiere ser más un mero dato estadístico. Quiere ser escuchada y tenida en consideración. Esta voluntad ha sido demostrada, en particular, por nuestros jóvenes y estudiantes, que se movilizan y se resisten por todo Chile.


Hace medio siglo, hubo un chileno ilustre que proclamó la necesidad de la “unidad social y política del pueblo”. Se llamaba Radomiro Tomic. Señaló que la convergencia política del centro y la izquierda, así como la convergencia de los actores políticos con la sociedad civil organizada, eran claves e imprescindibles para acometer desafíos de transformación social de envergadura nacional como la reforma agraria, la promoción popular y la recuperación de las riquezas nacionales.

Hubo entonces otro chileno ilustre que acogió con entusiasmo ese llamado, manifestando que desde su juventud había luchado por la unidad del pueblo, a cuyo servicio consagró la totalidad de su vida. Se llamaba Salvador Allende.

Sin embargo no fueron escuchados por sus partidarios. Terminó prevaleciendo el muro del sectarismo y el camino propio, causando estragos en la vida política y social de Chile, cuya violenta culminación fue el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 y la imposición de una prolongada dictadura militar.

Sin embargo, esa tragedia nacional permitió abrir paso en las mentes y los corazones a esa convocatoria de Tomic. Los estudiantes que en los 80 levantamos el CONFECH desde los centros de estudios y que contribuimos a empujar la convergencia multigremial expresada en la Asamblea Nacional de la Civilidad, abrimos un sendero profundo de unidad social y política. Teníamos la mirada puesta en la conquista de un proyecto nacional y popular que democratizara el país y cambiara profundamente el eje del desarrollo nacional hacia la consecución del bien común y el predominio del interés público.

La acumulación del proceso de movilización social y ciudadana que se registró desde mayo de 1983, cuando aconteció la Primera Jornada de Protesta Nacional, culminó en el 5 de octubre de 1988, cuando fue derrotada la dictadura militar y lo que representaba, cuando la energía contenida por años se volcó a las calles y un Chile poblado de una ciudadanía dispuesta a cambiar su historia fue testigo de la hazaña.

La agenda pública ha estado marcada durante las últimas semanas por conmemoraciones de esos hechos de honda significación histórica: los 40 años del golpe de Estado y los 25 años del triunfo de la opción NO en el plebiscito. La recuperación de la memoria histórica tiene el sentido de encontrar claves fundamentales para pensar los desafíos del presente y el futuro. Para nosotros, el principal aprendizaje de esos hechos que se han conmemorado es la necesidad permanente e irrenunciable de la “unidad social y política del pueblo” de la que nos hablaron Radomiro Tomic y Salvador Allende con intuición profética y con un profundo sentido de la historia.

En Maipú, iniciamos el año pasado un proceso democrático de construcción de la unidad social y política de todos los hombres y mujeres que estaban disponibles para soñar con un nuevo destino histórico para nuestro espacio local, que colocara el horizonte de una democracia participativa como propósito de realización en el camino de la conquista de una ciudad feliz. Estábamos abriendo libre cauce a una esperanza y estableciendo además un compromiso. Pienso que estábamos contribuyendo a hilvanar la marea política y social que se expresará este año en una Nueva Mayoría que conquistará un nuevo gobierno, definido por una opción de profundas transformaciones, que permitirá que la ciudadanía vuelva a ser sujeto activo de su propio destino.

La ciudadanía no quiere ser más un mero dato estadístico. Quiere ser escuchada y tenida en consideración. Esta voluntad ha sido demostrada, en particular, por nuestros jóvenes y estudiantes, que se movilizan y se resisten por todo Chile.

Necesitamos reconciliación, pero sólo sobre la base de la verdad y la justicia.

Necesitamos gobernabilidad, pero sobre la base de cambios de fondo en la sociedad, que se hagan cargo de las demandas de la ciudadanía.

Necesitamos una nueva Constitución, democrática en su origen y en sus contenidos, que funde una nueva República y un nuevo Estado democrático de derechos; que transite en la perspectiva de una democracia participativa, que garantice el pleno ejercicio de todos los derechos humanos; que recupere para la ciudadanía la educación, la salud y la previsión como derechos sociales; que recupere asimismo los recursos naturales para el país, como el agua potable, y que garantice su calidad de bienes públicos; y que avance en una reforma laboral y una reforma tributaria que superen las irritantes inequidades en las relaciones de poder. Para todo ello, una vez más es fundamental la unidad social y política del pueblo. Hoy el país tiene la oportunidad histórica de redefinir un proyecto político conjunto con todas las fuerzas progresistas.

Estamos a poco tiempo del fin de un paréntesis regresivo en nuestra historia. Es el tiempo de volver sobre el propósito siempre inacabado y perfectible de construir un país más justo y más democrático, una patria justa y buena para todas y todos.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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