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La Presidenta tiene miedo

La alianza entre Concertación y Partido Comunista que hoy nos gobierna, no es la alianza de centroizquierda moderna y renovada que, junto a la brasileña, eran ejemplo en la región. Sus dirigentes entraron en pánico, comprándose rápidamente el argumento de la pérdida de legitimidad de la institucionalidad chilena y lanzándose en forma frenética a «nuevas» fuentes de legitimidad (popular, mediática, social, etc.), con el peligro que implica el no tener parámetros objetivos para determinarla.


La Presidenta Bachelet ha demostrado, en estos pocos días de gobierno, que está dispuesta a hacerlo todo, incluso a renegar de los méritos de 20 años de gobierno de la Concertación, con tal de no quedar abajo de las movilizaciones sociales. Tal vez recordando las sabias palabras de Antonio Gramsci:

«Descuidar –y aun mas despreciar– los movimientos llamados «espontáneos», o sea, renunciar a darles una dirección consciente, a elevarlos a un plano superior insertándolos en la política, puede a menudo tener consecuencias serias y graves» (Antología, p. 311).

Este verdadero temor a quedar abajo de la protesta social, es lo que explica las destempladas declaraciones y gestos del gobierno en estas poco más de dos semanas. La Presidenta señalando que habrá diálogo con la oposición «pero condicionado al avanzar en el cumplimento de su programa»; los anuncios del «retiro» de los proyectos de ley sobre Educación; así como el festival de ansiosas declaraciones, como las del Senador Quintana llamando a usar retroexcavadoras o las del Senador Harboe señalando que si la «derecha obstruccionista» no los deja avanzar, deberán buscar otras vías (extrainstitucionales, se entiende), y las del ministro de Educación, que cada día nos sorprende con una cuña para la galería del tipo: «Nuestra educación pública se ha reducido al basurero». Son síntomas de un mismo fenómeno: el miedo.

[cita]La alianza entre Concertación y Partido Comunista que hoy nos gobierna, no es la alianza de centroizquierda moderna y renovada que, junto a la brasileña, eran ejemplo en  la región. Sus dirigentes entraron en pánico, comprándose rápidamente el argumento de la pérdida de legitimidad de la institucionalidad chilena y lanzándose en forma frenética a «nuevas» fuentes de legitimidad (popular, mediática, social, etc.), con el peligro que implica el no tener parámetros objetivos para determinarla.[/cita]

Karl Popper, en su libro La Sociedad abierta y sus enemigos, advierte que es una constante de la historia que cada cierto tiempo se produzcan estallidos en contra de la libertad y la razón. El paso de la sociedad «tribal o cerrada», señala Popper, con su sometimiento a «fuerzas mágicas» (que en el caso de Chile permitirían un desarrollo económico y social gracias a un Estado omnipresente), a una sociedad «abierta» que no cree en las soluciones mágicas ni en un mundo idílico por venir, sino que persigue objetivos a primera vista mucho más modestos y que fomentan el uso de las facultades críticas del hombre, en lugar de repetir consignas como papagayos, es un proceso en constante evolución, con avances y retrocesos. Los intentos por regresar a la sociedad «cerrada o colectivista» están siempre marcados por el surgimiento de la irracionalidad en el debate público, buscando en las pasiones más que en la razón las fuentes que inspiren la acción política.

La alianza entre Concertación y Partido Comunista que hoy nos gobierna, no es la alianza de centroizquierda moderna y renovada que, junto a la brasileña, eran ejemplo en la región. Sus dirigentes entraron en pánico, comprándose rápidamente el argumento de la pérdida de legitimidad de la institucionalidad chilena y lanzándose en forma frenética a «nuevas» fuentes de legitimidad (popular, mediática, social, etc.), con el peligro que implica el no tener parámetros objetivos para determinarla. La tentación neopopulista de cambiarlo todo, en vez de mejorar lo existente, se ha instalado. El temor ha hecho que el gobierno pierda la fe en la paciente construcción de los consensos democráticos.

El neopopulismo no es tan burdo como el populismo clásico. Utiliza herramientas más elaboradas. Tiene un discurso menos radicalizado, pero que igual divide la lucha política entre «buenos» y «malos» y apela a las masas para «tomarse» los espacios públicos y para ejercer una democracia directa. Surge así la falsa pugna entre una supuesta «democracia limitada» por un Estado de derecho versus una «democracia ilimitada» basada en la soberanía popular.

La lucha ya no es dirigida por un caudillo a lo Pancho Villa con pistolón, correas de cuero y bigote ancho, sino que es liderada por ministros, académicos y parlamentarios que buscan propiciar una especie de cuarto poder (aunque algunos no lo digan expresamente) junto al Ejecutivo, Legislativo y Judicial. El llamado «poder popular», «poder ciudadano»; la «democracia directa» o plebiscitaria o «democracia ilimitada», como la llaman otros. En definitiva la democracia de los «aplausos de foca».

La Concertación ha extremado la lucha, invocando la «indignación moral» o la «legitimidad moral» como argumento único y suficiente para la discusión pública, ayudando así a generar un descrédito total a la institucionalidad democrática. No se aceptan argumentos que no cuadren con el prejuicio ideológico. Ya no se cree en las evidencias y tampoco se escuchan los argumentos racionales en contra.

La Presidenta tiene miedo y se nota demasiado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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