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Reforma tributaria: la derecha en pánico Opinión

Reforma tributaria: la derecha en pánico

Iván Auger
Por : Iván Auger Abogado y analista político
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Los partidarios del mercado, en palabras de James Pethokoukis, columnista en Política y Dinero del American Enterprise Institute, deben rebatir a Piketty porque, de lo contrario, sus ideas se propagarán en la intelectualidad y remodelarán el paisaje político-económico en el que se librarán todas las futuras batallas por las ideas políticas.


La reforma tributaria aterrorizó a la derecha política y económica, y sus líderes y servidores salieron a la palestra, por primera vez no tenían las bancas en el Congreso para vetar, su concepto del consenso. También temen a la educacional, podría abrir las puertas de la ahora falsa meritocracia a todos.

Simultáneamente, la enorme popularidad del francés Thomas Piketty, bautizado por los medios como «economista rock star», provocó pánico en la invisible cúspide de la pirámide socioeconómica, el 1 % más rico. Eran muy pocos para aparecer en las encuestas que son la base de la información al respecto.

En Chile la concentración económica batió todos los récords. Según un estudio reciente del Departamento de Economía de la Universidad de Chile, de marzo del 2013, entre 2005 y 2010, el 1 % más rico percibió el 30,5 % del ingreso total del país; el 0,1 %, el  17,6 %; y el 0,01 %, el 10,1 %, sin contar el FUT, que acumula más de 138 mil millones de pesos, de los cuales sólo el 6 % son de las pymes, los supuestos afectados por su supresión, según la derecha.

[cita]Con todo, algunos concertacionistas se acostumbraron a la «política de los acuerdos», incluidos algunos termocéfalos en los años de Allende, que precisamente no ayudaron, y ex ministros concertacionistas –preferible olvidarlos–, que ahora se suman a críticas, en nombre del consenso, a la moderada reforma tributaria que propuso el gobierno de Bachelet. Y digo moderada, porque incrementa sólo del 18,7 % al 21,7 % del PIB los tributos chilenos. Y si se aprueba tal cual, seguiremos en el penúltimo lugar en la carga tributaria de los países de la OCDE y en el décimo segundo en las Américas, tras Argentina, Barbados, Belice, Bolivia, Brasil, Canadá, Costa Rica, Cuba, Estados Unidos, Jamaica y Uruguay.[/cita]

Por ello la mercadotecnia se vio obligada a fusionar las categorías socioeconómicas A, B y C1, que incluye a la clase media alta, y logró el 7,2 % de la población, un porcentaje que sí aparece en las encuestas.

El país que nos sigue es EE.UU., el más desigual entre los desarrollados, cuyos porcentajes son 1 %, 21,0 %; 0,1 %, 10,5 % y 0.01 %, 5,1 %, y no tiene FUT. Y, según Piketty, la Europa de 1910, la Belle Epoque, fue en la que el 1% recibió el 20 % del ingreso.

El comando del libre mercado

Los partidarios del mercado, en palabras de James Pethokoukis, columnista en Política y Dinero del American Enterprise Institute, deben rebatir a Piketty porque, de lo contrario, sus ideas se propagarán en la intelectualidad y remodelarán el paisaje político-económico en el que se librarán todas las futuras batallas por las ideas políticas.

Las ideas, al igual que los intereses, importan en política, al dar forma a los debates que determinan el qué hacer de los países. Desde la revolución conservadora, que encabezaron Thatcher y Reagan en la década de 1980 –Pinochet y los Chicago Boys se les adelantaron–, el consenso ideológico ha sido el mal llamado neoliberalismo: bajos impuestos, privatizaciones y toda clase de políticas favorables al capital, cuyos propietarios y súper gerentes pasaron a llamarse emprendedores y creadores de empleo.

La izquierda se convirtió. En Gran Bretaña, por ejemplo, la dupla laborista Blair/Brown tuvo tasas de impuesto a la renta inferiores a las de Thatcher en los escalones de ingresos altos. Y en nuestro país, la reforma tributaria del primer presidente electo postdictadura fue moderadísima, al necesitar el visto bueno de los hijos de Pinochet para abrir los candados constitucionales que nos legó Jaime Guzmán.

Una reforma tributaria moderada

Con todo, algunos concertacionistas se acostumbraron a la «política de los acuerdos», incluidos algunos termocéfalos en los años de Allende, que precisamente no ayudaron, y ex ministros concertacionistas –preferible olvidarlos–, que ahora se suman a críticas, en nombre del consenso, a la moderada reforma tributaria que propuso el gobierno de Bachelet.

Y digo moderada, porque incrementa sólo del 18,7 % al 21,7 % del PIB los tributos chilenos. Y si se aprueba tal cual, seguiremos en el penúltimo lugar en la carga tributaria de los países de la OCDE y en el décimo segundo en las Américas, tras Argentina, Barbados, Belice, Bolivia, Brasil, Canadá, Costa Rica, Cuba, Estados Unidos, Jamaica y Uruguay.

En cuanto al consenso, cabe preguntarles a esos críticos si están dispuestos a aceptar instituciones alemanas, el país consensual por excelencia, como los directorios de las grandes empresas compuestos por consejos de vigilancia designados por partes iguales por el capital y los trabajadores, que supervisan y nombran a los miembros del consejo de administración y aprueban las decisiones empresariales más importantes. Y que la mayor parte de las viviendas sean del sector público, lo que permite ciudades planificadas y que son verdaderos museos a pesar de la destrucción en guerras.

Los críticos del progreso

Los críticos de Piketty se limitan a descalificarlo, lo acusan de marxista, cuando el centro del pensamiento de Marx es la producción. En cambio, en el de Piketty –también en el de Larry Summers–, es la distribución, lo que es típico de la socialdemocracia. El socialcristianismo y el liberalismo a la norteamericana.

The Wall Street Journal llegó al extremo de enlazar los impuestos directos, incluido uno al patrimonio como lo estableció Frei Montalva en Chile, que propone Piketty, con el estalinismo, a pesar de que los tributos progresivos nacieron gracias a la administración norteamericana de Teddy Roosevelt a principios del siglo XX.

En Chile ocurre lo mismo. El video gubernamental que explica la reforma tributaria al gran público, en forma simplificada y con verdades de perogrullo, es acusado de fomentar la lucha de clases, de injurioso, e incluso el senador Ignacio Walker, presidente de la DC, exclamó ¡cuidado con las formas!

El problema es la desigualdad, no los impuestos

Además se dice a gritos que nuestra reforma tributaria y las propuestas de Piketty disminuirán el crecimiento y la inversión y, por consiguiente, afectarán negativamente el empleo. Un conjunto de mitos falsos de quienes adoran a Mamón, el ídolo de la avaricia y la codicia.

En los años gloriosos del capitalismo en Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, etc., las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, la tasa marginal más alta del impuesto a la renta casi llegó al 100 % en Gran Bretaña, a más del 90% en EE.UU. y al 70 % en Francia (Piketty, El capitalismo en el siglo XXI).

Los europeos, cuando tuvieron un PIB per cápita similar al chileno de los últimos años en la década de 1960, como indica el economista de la Fundación Sol, Gonzalo Durán, fueron más igualitarios que nosotros hoy. En 1961 Dinamarca tuvo un Gini (medida de la desigualdad) bruto altísimo, 54,5, pero el neto (después de impuestos progresivos directos y traspasos en servicios sociales como educación, salud, pensiones, etc.) bajó a la mitad, 27,0. En 1969, Finlandia, 53,1 bruto y 29,5 neto. Y, en 1965, Alemania, bruto de 47,1 y neto de 32,9. Chile, en cambio, tiene un Gini bruto de 52 y un neto de 50, o sea, con una mínima corrección, que resulta de bajos tributos directos, a la renta y las herencias, y escasos servicios sociales.

un reciente estudio, abril del 2014, Redistribution, Inequality, and Growth, del departamento de investigación del Fondo Monetario Internacional, concluyó que una desigualdad neta más baja está fuertemente correlacionada con un más rápido y durable crecimiento. Y que la redistribución parece por lo general benigna en términos de su impacto en el crecimiento; sólo en casos extremos hay alguna evidencia de que puede tener consecuencias negativas.

Pánico con Piketty

El pánico a las ideas de Piketty se debe a su popularidad al demostrar, con una información enciclopédica, que el capitalismo no crea un mundo meritocrático, en el que todos pueden ascender y transformarse en millonarios gracias a sus esfuerzos y honradez, como lo difunden en las escuelas norteamericanas hasta hoy las novelas de Horatio Alger, un popular autor del siglo XIX.

Por el contrario, como lo demuestra con la historia Piketty, el capitalismo tiende a formar oligarquías, debido a que, por lo general, las ganancias del capital superan al crecimiento económico, y esas diferencias se acumulan en la cúspide y crean dinastías. Ese dinero heredado es la base de «los poderosos de siempre», la frase tan criticada en el video explicativo de la reforma tributaria. Sus fortunas crecen habitualmente más que la economía,  por ejemplo, la de Sebastián Piñera se duplicó entre 2007 y 2013, según Forbes, de 1.200 millones de dólares a 2.400 millones, mientras que la economía chilena sólo se elevó en 60% en el mismo período.

Cierto, hay nuevos ricos, que se supone son fruto de su emprendimiento, entre ellos los súper gerentes, aunque a veces su codicia rompe el saco que administran e incluso incendian el sistema financiero mundial. Ello pasó con el Presidente-gerente general de Lehman Brothers, con una remuneración de 484 millones de dólares por 14 años de servicios, casi 1.500 millones de pesos por mes. Otros crean sus propias dinastías. La segunda fortuna más grande del mundo es la de Carlos Slim Helú y familia, enriquecidos por las privatizaciones mexicanas.

El desequilibrio entre las ganancias del capital y el crecimiento de la economía resquebrajó además otra ilusión, la curva de Kuznets. Según ella, un país al desarrollarse aumenta su desigualdad, por ello existió la Belle Époque. No obstante, al llegar a cierto nivel de desarrollo, la igualdad se incrementa y se supera todo el pasado, digamos, los EE.UU. de la inmediata segunda posguerra, la era de la abundancia de Galbraith.

En otras palabras, el capitalismo concluiría en una pleamar, que subiría todos los botes. Ello ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial, los 30 años gloriosos para los franceses y la edad de oro para los británicos. Hasta que llegó la dupla Thatcher-Reagan, cuya revolución conservadora disminuyó aceleradamente la igualdad. En un nuevo mundo ingrávido y globalizado gracias a la informática, nos hicieron encallar en la bajamar, mientras el 1% más rico se llevaba la parte del león.

Recordemos que el sistema se llama capitalismo. Es decir, una economía fundada en el predominio del capital, por sobre el trabajo, la tierra, etc., como elemento de producción y creador de riqueza.

De vuelta a la desigualdad

Hubo voces de alarma. Hace años escuché a Carlo de Benedetti, un empresario italiano, hoy dueño del diario La Repubblica, dividir a sus colegas en retrógrados, que se felicitaban porque la gallina pondría más huevos de oro debido al colapso del comunismo y el debilitamiento de los sindicatos, y los inteligentes, que temían por la salud de la ponedora. E incluso el director del Foro de Dávos escribió que el capitalismo no podía ser un tren sin frenos que destruía todo a su paso.

Por desgracia, no fueron escuchados en la euforia de la reproducción, no de los panes, sino del dinero por Wall Street. Y no teníamos al Papa Francisco. Caímos en una segunda Belle Époque, ahora no en París, sino en Nueva York. La sociedad del conocimiento más el aumento de la educación superior no nos salvó, como pensaron los socialdemócratas y, en nuestro caso, los concertacionistas.

En Chile también tuvimos nuestra Belle Époque, en los años de gloria del salitre, pero no en Santiago sino en París, como lo describe en sus novelas Blest Gana, nuestro Balzac, en especial en Los Transplantados. Después tuvimos menos desastres que los europeos, con el salitre sintético y la gran depresión pero sin guerras, tal vez por ello la edad de oro de los laboristas británicos, al iniciarse la segunda posguerra, se nos postergó hasta la elección de Frei Montalva. Y duró poco, el golpe militar nos hundió.

Volvimos a nuestra Belle Époque en el extranjero, pero no en Nueva York, sino en Miami. La dictadura y sus desigualdades derrumbaron el vigor de nuestra economía. En 1960 nuestro PIB per cápita, en dólares ajustados por el poder de compra, era superior al de Corea del Sur, Chipre, España, Grecia, Hong Kong, Japón, Portugal y Singapur. En 1991 todos ellos nos habían superado y no los alcanzamos después de cinco presidentes electos, como consecuencia, insisto, de los candados constitucionales.

Optimismo

Es de esperar, como dije en un artículo reciente, que la avaricia y la codicia no vuelvan a vencer a Chile, pero echo de menos una organización como la norteamericana Patriotic Millionaires, cuyos lemas son «auménteme los impuestos porque mi país –nuestro país– significa más que mi dinero» y  «los ricos no son la causa sino el resultado de una economía vigorosa» y son millonarios.

Con todo, tengo optimismo. Después del colapso del comunismo y la crisis del capitalismo, tenemos al humilde Papa Francisco, que predica la igualdad, y al también humilde gobierno chino, que no destaca sus éxitos sino sus problemas, lo que nos promete un mundo polifacético, donde podemos elegir nuestro futuro sin vetos ideológicos ni intrusiones imperiales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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