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¿Derecho a la vida? No siempre

Ignacio Moya Arriagada
Por : Ignacio Moya Arriagada M.A. en filosofía, columnista, académico
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Vuelve el tema del aborto. Y vuelven los mismos discursos y las mismas ideas desde los mismos sectores. Los que se oponen a la idea de legislar acerca del aborto lo hacen desde un principio que suena muy cierto, auténtico, poderoso y verdadero. Esta idea es la idea del derecho a la vida. Los que no quieren legislar dicen que existe un principio, un valor anterior y transcendental que tiene el poder prohibir, a priori, cualquier discusión relativa al aborto. El embrión ya es una persona, un ser humano, y como tal se le debe respetar el derecho a la vida.

Asumamos que el embrión (y con mayor razón entonces el feto) es efectivamente un ser humano y también es una persona. Asumo estos dos puntos sólo para ver qué conclusiones podemos sacar de esta afirmación, para ver hasta dónde podemos llegar con este argumento.

Digo esto ya que en estricto rigor, no hay nada claro o evidente en la premisa de que un embrión (o incluso un feto) son seres humanos o personas. Esto es porque la idea de “persona” es esencialmente un tema vivo y abierto que se debate en filosofía. Existen muy buenos argumentos para, por ejemplo, extender el concepto de “persona” a animales no-humanos (elefantes, grandes simios) y de negarle ese concepto a ciertos seres humanos. Más aún, el mismo concepto de “ser humano” no es susceptible de ser delimitado con certeza absoluta. Es decir, no se puede establecer con total claridad cuándo se es un ser humano y cuando se deja de serlo. Esto no significa que no exista tal momento. Sólo significa que establecer ese momento es un acto filosófico que requiere una discusión seria e informada. En este caso de nada sirve valerse de la ciencia o la medicina. Como disciplinas estas poco tienen que aportar al debate. O, para ser más precisos, lo que pueden aportar depende irremediablemente de aquello que primero ha aportado la filosofía.

Pero, insisto, aceptemos por ahora el argumento de los que se oponen a la idea de legislar. Aceptemos que hay vida humana desde el momento de la fecundación. ¿Qué pasa si asumimos esto? ¿Estamos éticamente obligados a aceptar la conclusión de que el cigoto, el embrión o el feto tienen el derecho a la vida que le corresponde a todo ser humano y persona?

Supongamos, nuevamente para avanzar el argumento, que el embrión y con mayor razón el feto (dejemos de lado el cigoto) al ser personas efectivamente gozan de la protección que le otorga el derecho a la vida. ¿Qué pasa entonces? ¿Ahora sí, estamos obligados a condenar y oponernos al aborto siempre y en toda circunstancia como pretende la UDI? La respuesta es un claro “no”. Veamos porqué.

Primero, el derecho a la vida no es un absoluto. Esto porque ante el infinito y las inconmensurables potencialidades que ofrece el futuro, es siempre un acto de hubris pretender establecer a priori ciertos principios como inamovibles y eternos. Esto vale para todos los principios, no sólo el principio del derecho a la vida. Es casi una certeza que alguna situación a futuro, por nadie predicha, nos colocará ante un dilema ético que nos obligará a deliberar, evaluar, y decidir. Recetas o mandamientos escritos en piedra por toda la eternidad no existen. Es por esto que ante ciertos dilemas éticos, no nos queda otra opción que pensar y evaluar, cosa más fácilmente dicha que hecha. Esto es parte de lo que significa vivir en este mundo y de compartirlo con los demás. Estamos “condenados” a decidir, pensar y evaluar.

Pretender que algún principio está por siempre dado y que debe aplicarse de manera inmutable por toda la eternidad es un acto esencialmente anti-intelectual. Descansar sobre un principio o un ideal eterno es abrirle espacio al nihilismo. Esto fue precisamente de lo que habló Nietzsche. Él nos dijo con una cristalina claridad que descansar sobre una verdad supuestamente “eterna” y por siempre establecida es rehuir de la vida, es negar nuestra propia existencia. Aceptar principios dados y entregados es la señal de una mente perezosa, débil y ya cansada. Lo que le corresponde, a toda mente inquisitiva, progresista, abierta e interesada por el mundo en el que vive, es estar siempre alerta a lo que sucede a su alrededor para enfrentar la vida de frente. La mente que se escuda detrás de una idea fosilizada y establecida es la mente que ha dejado de pensar.

Por lo demás, cuando de la realidad se trata, pocos creen que el derecho a la vida es, efectivamente, un principio eterno e inmutable. En esto todos, dependiendo de las circunstancias, relativizamos este derecho. Pocos casos más evidentes como el de la misma UDI que durante los diecisiete años de la dictadura fue cómplice pasivo de la muerte y asesinato de jóvenes, mujeres y hombres chilenos. Jamás pusieron el grito en el cielo por la defensa del derecho a la vida entonces. ¿Por qué? Pues, lo más probable es que (para ellos) dichas muertes tenían sentido, se justificaban por el contexto histórico. Lo que ellos hicieron fue deshumanizar a miles de chilenos y renegaron del derecho a la vida que hoy tan férreamente defienden. Pero lo hicieron porque pensaron que obraban en pos de algún bien mayor. Es decir, tenían una justificación (una pésima justificación, pero justificación al fin y al cabo).

Lo que hizo la derecha chilena (negar el derecho a la vida de miles de chilenos) y lo que hacen hoy (defender a ultranza el derecho a la vida de los embriones) no es una incongruencia que sólo se les pueda atribuir a ellos. Ese no es el punto. El punto, realmente interesante, es que todos, siempre, vamos a relativizar el derecho a la vida dadas ciertos contextos sociales.

El verdadero dilema ético, por lo tanto, no está en si corresponde negar o siempre respetar el derecho a la vida. Más bien, la marca de un autentico dilema ético está en cuándo y en qué circunstancias está permitido violar dicho derecho. Por lo tanto, la muestra de una autentica deliberación intelectual se encuentra en la justificación que se da para afirmar la validez de dicho derecho o en la justificación que se da para su suspensión. ¿Se justifica la pena de muerte? ¿Se justifica darle muerte a otro en auto-defensa? ¿Existe la guerra “justa”? ¿Se justifica darle muerte a un “terrorista” para salvar la vida de miles de vidas inocentes? ¿Es correcto matar animales para alimentarse?

La forma en que justifiquemos nuestras respuestas a estas preguntas va ser indicativo de cuán seriamente hemos deliberado estos temas. A veces las justificaciones que se ofrecen son tan débiles, que no hacen más que resaltar la mezquindad ética de aquella persona justificándose. Pero a veces las justificaciones son tan ponderadas, tan bien pensadas y tan serias que uno no puede sino entender y avalar la violación de dicho derecho para ese caso puntual y en ese contexto específico. Por eso es tan importante evaluar cada caso y no cerrarse a discutir esos temas. Los que hacen eso son los fundamentalistas, los que le dan la bienvenido al nihilismo. Y fundamentalistas es lo que parece haber en la UDI.

Los que le exigen a la mujer violada que ella debe siempre, en todo caso y sin excepciones llevar a término ese embarazo actúan sólo desde la máxima arrogancia. Y como toda persona arrogante, están actuando motivados esencialmente por debilidad, temor y pereza intelectual. Prefieren escudarse detrás de un principio que ellos mismos reconocen tiene excepciones (asesinatos en dictadura, pena de muerte entre otros). Y aunque no lo reconozcan explícitamente, ocurre que sí lo reconocen implícitamente. Esto porque cada día que pasa en este mundo mueren miles de niños de hambre. Y nadie se escandaliza. Nadie exige respetar el derecho a la vida de esos niños. Incluso en nuestro país, hay miles de niños que viven en pésimas condiciones de vida. Muchos mueren por causas perfectamente evitables. Y no se escandalizan tampoco. Al no escandalizarse están reconociendo que el derecho a la vida no es tan total y absoluto como ellos dicen que es.

En términos éticos, existen pocos crímenes más horrendos que una violación. Aparte de la tortura, no existe expresión más elevada de crueldad humana. A quién tuvo que pasar por una violación, a quién tuvo que vivir y experimentar un acto de esa crueldad no se le pueden hacer exigencias. Lo que corresponde es el apoyo. La comprensión. La reparación y la justicia. Eso es lo que corresponde. No las exigencias. No las imposiciones morales. Y es por eso que a los que sostienen que de todas maneras debemos exigirle a la víctima de una violación que respete sí o sí el derecho a la vida del embrión, lo único que hacen es demostrar que de verdad poco entienden del dolor humano, de la miseria y de la tragedia que acompaña la vida de las víctimas. Si una mujer víctima de una violación queda embarazada y opta por llevar a buen término su embarazo, entonces bien. Pero si no quiere, lo que corresponde es la comprensión y no la imposición de un supuesto derecho a la vida que por lo demás todos reconocemos (explícita o implícitamente) nunca es absoluto.

Por lo tanto, habiendo provisoriamente aceptado (sólo para avanzar el argumento) la cuestionable premisa de que un embrión es una “persona” que tiene derecho a la vida, aún así aparece como altamente sospechoso y poco coherente exigirle a la víctima de una violación que, a toda costa, lleve a buen término su embarazo. Al final de todo, lo que debiese quedar con claridad meridiana es que quién se resiste a evaluar y debatir casos puntuales y prefiere aferrarse a ideas o principios supuestamente eternos o inmutables sólo demuestra, cómo Nietzsche dijo, una gran pereza intelectual.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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