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Por los que vienen (y por los que fuimos) Opinión

Por los que vienen (y por los que fuimos)

Pablo Paredes
Por : Pablo Paredes Coordinador Nacional de Revolución Democrática
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La Confech y distintas organizaciones sociales nos invitan ahora a marchar diciendo que lo hacemos #PorLosQueVienen y yo me emociono con la consigna, porque ¡cresta que tiene carne! Cresta que es generosa la invitación y la acción de estos cabros que quizás no alcancen a experimentar de manera directa los efectos de una Reforma que saque a la educación de esta lógica de mercado. Por eso, yo voy a marchar el 21, pero también lo voy a hacer #PorLosQueFuimos, como un gesto de ternura y respeto a esos niños y niñas de antes, esos que padecimos el lucro, el copago, la selección, en fin, esos que padecimos, durante décadas, la indiferencia de un país.


Éramos 45 mocosos en una escuela particular subvencionada de una pobla cualquiera. Tres entramos a liceos emblemáticos. Uno al Instituto Nacional, los otros dos no alcanzamos a cruzar Avenida Matta rumbo a la Alameda. Era mediados de los 90 y los peladeros aún no se habían transformado en plazas ni las plazas en plazas botadas porque una comuna pobre no podía contratar a los jardineros pobres que vivían en ella. Nos criamos entre la rabia y la esperanza torpe de Carrusel, creyendo que nuestra pobreza podría ser vengada en una carrera de autos de juguete.

42 se quedaron ahí, adentro del remolino de tierra. Algunos se pusieron a trabajar muy pronto. Uno se mató a los 15 años por amor. Dos cayeron en cana. Muchos se fueron a liceos industriales o al municipal del 19 de Santa Rosa. Después tuvieron hijos. Una niña que me gustaba, que iba un curso más arriba, se hizo profesora y una vez me invitó a leerles poemas a sus alumnos. Hoy quieren que sus hijos tengan una infancia mucho más linda que la que tuvimos nosotros. En fin, historias con amor, dignidad, pero también con segregación, pasta base y violencia.

Nuestros padres no decidieron vivir en la periferia que nadie ve. Nuestras familias nacieron ahí. O las mandaron para allá las segregadoras políticas habitacionales de la dictadura o los primeros gobiernos de esta débil democracia. Pusimos toda la dignidad en esas viviendas básicas, es verdad, pero nunca nos compramos eso de que la pobreza era un lugar bonito. Esas son cosas que piensan los abajistas, los que se hacen de izquierda como seguidores de una banda y no por la convicción de que ese contexto de exclusión debe ser transformado y que las oportunidades históricas no están para perderlas.

[cita]42 se quedaron ahí, adentro del remolino de tierra. Algunos se pusieron a trabajar muy pronto. Uno se mató a los 15 años por amor. Dos cayeron en cana. Muchos se fueron a liceos industriales o al municipal del 19 de Santa Rosa. Después tuvieron hijos. Una niña que me gustaba, que iba un curso más arriba, se hizo profesora y una vez me invitó a leerles poemas a sus alumnos. Hoy quieren que sus hijos tengan una infancia mucho más linda que la que tuvimos nosotros. En fin, historias con amor, dignidad, pero también con segregación, pasta base y violencia.[/cita]

En las casas de los tres que nos fuimos estudiar a emblemáticos, había más libros que en la mayoría de las otras. En casi todas no había más que guías de teléfono frente a un televisor que esperaba encendido la agotadora vuelta del trabajo de unos papás que se sacaban la cresta trabajando en embotelladora Andina, pinturas Tricolor o vendiendo helados. Porque de ahí, de donde venimos muchos, los heladeros no son sólo personajes de chistes, sino que son nuestros padres.

Volvamos a esos tres. ¿Tuvimos mérito en haber nacido en una casa con libros? O, si lo prefiere, ¿es ético penalizar a un niño porque en su casa no hay libros? Dígame, sinceramente, si usted cree que es justo culpar a una familia en particular del fracaso de todo un país.

Por eso da rabia cuando hablan de la “libertad de elegir”. Porque con el sueldo mínimo nadie puede elegir un colegio cuya mensualidad es más alta que el sueldo, ni tampoco puede gastar 80 o 60 lucas en copago; porque en tal exclamación de la derecha subyace esa perversidad de “los pobres son pobres porque quieren”. Porque es el ninguneo a las condiciones estructurales que pasaron por encima de nuestras infancias. Porque cuando apareció el copago, muchos se fueron a estudiar al colegio chico y nuevo con nombre de príncipe o reina (cosa que tampoco sirvió para lo que soñaban). Porque seguíamos siendo muy pobres, pero entre nosotros había unos aún más miserables que ni siquiera podían desviar de la canasta unas pocas lucas para una mensualidad.

Es que el neoliberalismo es especialmente cruel con los mocosos pobres. Me acuerdo de ese comercial de Bata que separaba a los niños según el tipo de zapato que usaban. Los con más plata tenían mocasines Pluma, luego venían los “copiones” –de esos era yo– y finalmente la vergüenza de los más pobres, que usaban bototos. Años después comprendimos que todos esos eran zapatos de pobres y que en la pobla también trataban de dividirnos entre colegios Pluma, colegios copiones y colegios bototos.

Da rabia, da pena e indigna cuando algunos –tácitamente o con una cara de raja descomunal– defienden un sistema que desvía platas públicas para que unos pocos lucren, cuando la encuesta CEP distorsiona y juega con los miedos, cuando continúan haciendo creer que decir no al lucro es la ridiculez de que a los profesores les van a pagar mal. Da, sobre todo, pena cuando se apuesta por el descreme, por sacar 3 y abandonar 42, en vez de pensar en un sistema justo para los 45, en donde la Educación Pública se fortalece, se vuelve un punto de encuentro de diversidades y da garantías. En donde la educación particular subvencionada existe, pero sin lucro; en donde la gratuidad no se cuestiona, porque un derecho tan fundamental no puede estar en discusión; y en donde la calidad académica da cuenta de una calidad ética de las instituciones y las políticas públicas.

Claro está, que ser pobres o haber sido pobres no otorga ninguna superioridad moral, pero en medio de esta fantasía discursiva de que sólo existe la clase media (y de que además esa clase media esperaría soluciones a medias), es bueno mirar el margen, pues nada pone más en evidencia al cuerpo que la herida. La Confech y distintas organizaciones sociales nos invitan ahora a marchar diciendo que lo hacemos #PorLosQueVienen y yo me emociono con la consigna, porque ¡cresta que tiene carne! Cresta que es generosa la invitación y la acción de estos cabros que quizás no alcancen a experimentar de manera directa los efectos de una Reforma que saque a la educación de esta lógica de mercado. Por eso, yo voy a marchar el 21, pero también lo voy a hacer #PorLosQueFuimos, como un gesto de ternura y respeto a esos niños y niñas de antes, esos que padecimos el lucro, el copago, la selección, en fin, esos que padecimos, durante décadas, la indiferencia de un país.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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