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Gonzalo Vial: ¿lector de Salvador Allende?

Mauro Salazar Jaque
Por : Mauro Salazar Jaque Director ejecutivo Observatorio de Comunicación, Crítica y Sociedad (OBCS). Doctorado en Comunicación Universidad de la Frontera-Universidad Austral.
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Vial afirma una insoluble contradicción entre los medios y los fines (capítulo III). Según el autor de El Plan Z, Allende utilizaba la vía electoral sólo para abrirse paso a la vía revolucionaria. Habría una relación instrumental con la institucionalidad. El historiador acusa un uso estratégico de la democracia representativa (la entrevista del arrogante Debray sería la prueba de fuego… pese a que el propio Debray califica al Presidente como un socialdemócrata valiente). A partir de la táctica, el paradero final de la vía chilena –según Vial– es el socialismo revolucionario, explosivo, incendiario. Veamos la secuencia de reduccionismos: socialismo = vía armada = revolución. Ergo, totalitarismo marxista. Suma cero. Vial incurre en una argumentación circunvalar.


Es un lugar común consignar los nexos del historiador chileno Gonzalo Vial con él bullado Plan Z y sus nefastas consecuencias en la represión militar. Se trata de una página oscura de nuestro pasado (presente) que amerita una nota aparte –como también lo reclama su misma participación en el informe Rettig, que fue otra tecnología de la transición chilena a la democracia–.

En un conocido libro Salvador Allende, el fracaso de una ilusión (Finis Terrae, 2005), el historiador conservador –ex ministro de Educación de Augusto Pinochet– afirma lo siguiente:

“¿Y Allende? Allende era un hombre tironeado entre su moderación verbal, su pasado de viejo demócrata, de una parte, y de la otra, su entusiasmo, también de viejo, por ese romanticismo juvenil de la violencia, por estos muchachos cubanos… era un balance desconsolador, sin duda, y por eso resulta tan interesante ver cómo oscilaba Allende. Primero en diciembre de 1970, indultó a todos los violentistas que estaban presos. Dijo que eran unos jóvenes equivocados, pero idealistas” (las cursivas son un énfasis nuestro).

Gonzalo Vial expone lo esencial del problema: el movimiento pendular de un discurso político. Existe aquí una curiosidad y también una molestia por “algo” que le parece controversial al historiador. Contradicción en términos de un proceso que –según él– deviene inviable. Según Vial el discurso de Allende encierra una dimensión oscilante “gatillada” por el guevarismo sesentero, o bien, por la cubanización del Partido Socialista; su partido que contribuyó a su fatídico desenlace. Falta de realismo, ausencia de diálogo centrista. Vial pretende exacerbar subrepticiamente la fricción entre las dos almas de la Unidad Popular. El cambio institucional versus los sectores apegados a la cubanización. Hasta ahí no tenemos mayores diferencias con el retrato aparentemente “balanceado” que establece Vial.

[cita]Vial afirma una insoluble contradicción entre los medios y los fines (capítulo III). Según el autor de El Plan Z,  Allende utilizaba la vía electoral sólo para abrirse paso a la vía revolucionaria. Habría una relación instrumental con la institucionalidad. El historiador acusa un uso estratégico de la democracia representativa (la entrevista del arrogante Debray sería la prueba de fuego… pese a que el propio Debray califica al Presidente como un socialdemócrata valiente). A partir de la táctica, el paradero final de la vía chilena –según Vial– es el socialismo revolucionario, explosivo, incendiario. Veamos la secuencia de reduccionismos: socialismo = vía armada = revolución. Ergo, totalitarismo marxista. Suma cero. Vial incurre en una argumentación circunvalar.[/cita]

Más allá de la pulcritud del relato historiográfico, la tensión que construye Gonzalo Vial entre el Allende privado y Allende personaje público, no es excluyente –o incompatible– respecto a la tradición laica y parlamentaria del sujeto Allende. La enraizada matriz republicana del ministro de Salubridad de Pedro Aguirre Cerda, el senador, el masón activo. A pesar del solemne reconocimiento que hace el historiador de marras, el socialismo chileno queda subrepticiamente desvirtuado en su potencial democrático. Ello, por cuanto el autor del Plan Z introduce con sutileza una cuña entre Allende y el Allendismo mediante una doble ontología. De un parte, el demo-burgués apegado a las tradiciones cívicas; un ciudadano virtuoso escenificado en la cultura cívico-laica; de otra, la cubanización y la ulterior ruptura del sistema democrático –esta sería la vía hegemónica según Vial–.

Dice Vial, “[Allende]… merece respeto por su consecuencia política, por su consecuencia social y por su probidad como dirigente político” (p.33). También consigna aspectos biográficos del personaje; pondera positivamente su buena retórica, su afable personalidad, destaca su cuidada indumentaria, valora su elocuencia. No lo acusa de licencioso por su éxito con las mujeres, sino que lo justifica en función de sus atributos carismáticos. Para el anecdotario, subraya su apetencia por “las tortas de selva negra, el kuchen de manzana y el trajecito de marinero Gath & Chaves”.

En cambio, cuestiona al Allendismo –como vía política– por ceder a un proyecto tentado hacia una vía violentista en los años 60, cual es el guevarismo imperante en América Latina. Entonces, vayan los sofismos, cuestiona al Allendismo desde Allende (biografía de un hombre consecuente en un tránsito hacia lo público) y sólo desde Allende puede comprender al obsecuente personaje. De otro modo, aquel ciudadano que profesa un virtuosismo cívico estaría más allá –y más acá– que el Allendismo proyecto político que Vial objeta. Viceversa: el Allendismo como vía política hace fricción con la cultura pública del ciudadano Allende Gossens. Una yuxtaposición entre el hombre público y el hombre político, ¿cultura reformista versus cubanización? No es que Vial limite las virtudes de Allende al plano estrictamente doméstico, sino que admite su dimensión pública pero al precio de administrar un bicameralismo del personaje. Las dos almas del presidente. En uno de los párrafos del capítulo II, referido a las presuntas armas encontradas en la casa de Tomás Moro, luego del brutal bombardeo, Gonzalo Vial precipita un comentario revelador de lo último: “[ahí esta]… el demócrata de toda la vida versus el revolucionario fascinado por las armas” (p. 98, énfasis nuestro).

Tras esta tensión Vial busca –al final del camino– dejar al Líder de la izquierda chilena como un sujeto consecuente, pero extremadamente errático en sus definiciones últimas: ¿no será que el historiador, pese a su “agobiadora” erudición, carece de matriz conceptual para entender las fricciones del cruce entre socialismo y democracia? Sólo una holgazanería analítica le permitía llegar a la tesis de un sujeto poco claro, un Allende atribulado entre sus prácticas institucionales y su proyecto político-transformador. Cabe subrayar que Vial presenta una síntesis aggiornada entre el ethos reformista-institucional de Allende respecto a sus inexcusables recaídas en la cubanización, tendencia que finalmente se impone.

La “promesa” que Allende encarna en su juventud y adultez le da una consistencia ideológica que el mismo Vial reconoce abiertamente en su libro. Para ello no escatima esfuerzos en dedicar un prolijo análisis genealógico de este punto: el catolicismo de su madre Laura Gossens, su abuelo Allende Padín. Filántropo, médico y Gran Maestro de la masonería (“El rojo”). Su Padre abogado y notario. ¿No será que Vial busca salvar al Personaje desde ese registro parental de la élite chilena? Me refiero a ese respeto íntimo de las castas; el pedigrí redime al Presidente. ¡Allende redimido desde su linaje parental!

Pero simultáneamente Vial recalca de manera tenaz el romanticismo por la “violencia”. ¡Violencia revolucionaria! Nuevamente, el propio historiador se encarga de señalar que Allende no tiene estudios profundizados en la tradición marxista-leninista, sin embargo, cataloga a la Unidad Popular como una vía marxista-leninista. Otra vez, la escisión entre Allende público y el Allendismo-proyecto. Entonces volvamos a la pregunta, ¿Allende se inspiraba en una matriz leninista? Claramente no. ¿Era un violentista encubierto? La respuesta es casi incontestable. Por fin, ¿era Allende un revolucionario? Sí, pero la respuesta también depende de cómo exploremos el concepto. No olvidemos que el primer peronismo también puede ser comprendido como una revolución –dados sus alcances proyectuales–. Cabe recordar que la plataforma política de la Unidad Popular estaba conformada por marxistas, laicos y cristianos (Izquierda Cristiana). Agnósticos que no necesariamente tienen un derrotero anticlerical. De hecho, sus diálogos con el cardenal Silva Enríquez dan fe de una relación constructiva. En consecuencia, ¿por qué insistir en que el Presidente tenía una inclinación última hacia la violencia revolucionaria? Acaso en sus discursos llamaba a una dictadura del proletariado. No deja de existir una ambigüedad inexcusable en la historiografía de Vial, toda vez que reconoce en su agobiador análisis que la tragedia de la UP consiste en un problema estructural (una sincronía), a saber, los gobiernos de Ibañez, Alessandri, Frei Montalva y Allende no pueden superar el dilema de las planificaciones globales, es decir, la construcción de itinerarios políticos irreductibles –en el marco de los tres tercios–. Muy probablemente se trata de una tesis que está en sintonía con aquella de Mario Góngora sobre la era de las planificaciones globales.

Pasemos a la segunda tesis que nos interesa comentar: Vial afirma una insoluble contradicción entre los medios y los fines (Capítulo III). Según el autor de El Plan Z,  Allende utilizaba la vía electoral sólo para abrirse paso a la vía revolucionaria. Habría una relación instrumental con la institucionalidad. El historiador acusa un uso estratégico de la democracia representativa (la entrevista del arrogante Debray sería la prueba de fuego… pese a que el propio Debray califica al Presidente como un socialdemócrata valiente). A partir de la táctica, el paradero final de la vía chilena –según Vial– es el socialismo revolucionario, explosivo, incendiario. Veamos la secuencia de reduccionismos: socialismo = vía armada = revolución. Ergo, totalitarismo marxista. Suma cero. Vial incurre en una argumentación circunvalar.

Aquí debemos señalar una segunda discrepancia radical. Allende entiende la vía Chilena como algo que va desde un respeto por el parlamentarismo liberal (multipartidismo) heredado del archivo republicano, sus huellas masónicas y la defensa de los derechos seculares, hasta la profundización del tibio reformismo bajo el Estado de compromiso (1938 a 1970). La Moneda en llamas fue el suicidio del republicanismo. El “potencial democrático” se expresa en los diálogos con Castillo Velasco, en la valoración del programa populista de Radomiro Tomic. El socialismo en construcción supone un cambio cultural, una transformación emancipatoria del ciudadano moderno que debería conducir a un socialismo del Bienestar. La tesis de Vial pasa por limitar –mediante un relato persuasivo– a la Unidad Popular tras la óptica del MIR, como una cubanización que sería, según él, el ethos esencial (caótico) de Allende. Otra vez: el Allendismo entra en contradicción con el propio Allende. Nótese que bajo este razonamiento la revolución queda reducida a la toma de palacio de los bolcheviques contra los Zares. La clásica toma de palacio. Esa tesis de la sovietización está lejos de ser homologable a la vía chilena al socialismo; la misma de la cual desconfiaba tanto Fidel, tentándolo permanentemente a abrirse a una vía armada. Es más, cabe agregar que Allende profesaba una distancia respecto del fascismo rojo y las formas de cambio extrainstitucionales. Acusar a Allende de totalitario o violentista no se condice con su historia política, con los aspectos globales, ni mucho menos con la vigencia de los poderes del Estado, facetas que “curiosamente” Vial reconoce en sus aspectos descriptivos –una vez que ha elaborado una doble ontología sobre su derrotero, ubica el problema en la tesis de la cubanización–. Si bien la Unidad Popular estuvo marcada por una contienda de poderes entre el Ejecutivo y el Legislativo, las expropiaciones fueron amparadas en los famosos resquicios legales del año 32 –las tesis de Eduardo Novoa–. Otra cosa es discutir la elasticidad de los alcances legales respecto a la velocidad de la estatización, o bien, los desordenes de las expropiaciones –ya activadas en la década del 60–. El Congreso destituye a Tohá y Allende de vuelta lo reubica como ministro de Defensa… y, así, viceversa…

Por fin, nuestra diferencia radical con el análisis “faccional” que establece Vial es que la Unidad Popular queda subordinada en sus aspectos democráticos e institucionales al tribunal de la cubanización. Pese a la riqueza factual del análisis, el autor del Plan Z nos dibuja un Allende inmaduro, vacilante, empapado por el caos, fatalmente irresuelto.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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