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Monstruos del statu quo

Sebastián Depolo
Por : Sebastián Depolo Sociólogo. Militante de Revolución Democrática.
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Otros harán como si apoyaran la transformación, pero en el fondo no están dispuestos a ceder su lugar en la toma de decisiones y al control oligárquico con que han participado de la conducción del país. Y por último, estará el grupo de quienes se abstienen de los procesos de cambio por desconfianza –fundada o no– o simple indiferencia.


«El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos». Antonio Gramsci

Como sugiere Gramsci, en esta conocidísima cita, los períodos de cambio se caracterizan por la aguda tensión entre lo nuevo y lo viejo; el cambio social no es automático ni se derrumban los modelos de sociedad sólo por el afán de algunos pregoneros. Eso es pensamiento mágico, no acción política. El cambio social es más dialéctico, menos predecible y más conflictivo. Empujar lo nuevo es ser capaz de superar la tensión que origina el cambio, los miedos que levanta, las oposiciones que encuentra.

En Chile, estamos viviendo uno de estos procesos de cambio debido a la reforma educacional en marcha. Una reforma que viene a instalar el primero de un conjunto de controversias públicas sobre el futuro y el modelo de sociedad que queremos heredar a las generaciones venideras. Si de verdad existe el inicio de un nuevo ciclo, este estará representado por el cuestionamiento, o sea, la desnaturalización, de lo que parecía obvio.

El debate de posiciones es central. El conflicto que encierra es ineludible, y la capacidad de los actores sociales y políticos de estar a la altura será la medida de su grandeza o pequeñez en el nuevo tiempo que se abre. No creo estar exagerando al pensar que, en gran medida, la historia del futuro cercano se está escribiendo a partir de esta reforma.

[cita]Otros harán como si apoyaran la transformación, pero en el fondo no están dispuestos a ceder su lugar en la toma de decisiones y al control oligárquico con que han participado de la conducción del país. Y por último, estará el grupo de quienes se abstienen de los procesos de cambio por desconfianza –fundada o no– o simple indiferencia.[/cita]

Este debate parte de la oposición entre dos concepciones filosóficas antagónicas: la educación como un derecho o como bien de consumo. En general, los que entendemos que la educación es un derecho argumentamos que los bienes sociales que produce la educación son mayores y más importantes que los beneficios individuales que genera; y los que abogan por la educación como un bien de consumo, piensan que los beneficios individuales de la educación como inversión en capital humano son mayores y más importantes que los bienes sociales que produce.

Son dos concepciones de mundo que sostienen programas de acción contradictorios en la esfera pública. El programa educación-como-derecho busca la construcción de un ciudadano activo y solidario, integrado con los demás vía colaboración, y capaz de vivir en una sociedad plural y diversa como un sujeto integral. El programa educación-como-bien-de-consumo pone el acento en cualificar a los estudiantes para aprovechar las oportunidades que ofrece el mercado del trabajo a los más competitivos.

Una de las batallas que se darán en esta disputa ideológica será la de la gratuidad de los estudios terciarios. Para los que concebimos la educación como derecho, la gratuidad universal es central para que sean el esfuerzo y las propias capacidades lo que diferencie a los alumnos, y no la capacidad de pago o endeudamiento de ellos o de sus padres.

Hace dos fines de semana, vimos cómo se atrincheraron los del viejo mundo, cerrando filas contra la gratuidad en un variopinto grupo de actores claves de la discusión pública de los últimos 30 años en Chile. Bien que muestren sus cartas, afinidades y domicilios ideológicos.

En una sociedad plenamente democrática –los que defendemos lo nuevo y los que defienden lo viejo– debiéramos tener espacio y acceso igualitario a la esfera pública, y dar una disputa transparente con nuestros mejores argumentos, tratando de conquistar para la posición propia el corazón de la mayoría social y de quienes fueron mandatados como sus representantes, para tratar de incidir con nuestras ideas en la toma decisiones.

Espero que como sociedad no ocultemos ni clausuremos este debate, y se dé en la esfera pública y no en los pasillos y salones donde se codea la élite; espero que no se caiga en las ideas de la “democracia protegida” y las prácticas oligárquicas del pacto transicional; ni tampoco que se acepten presiones de los grupos de interés involucrados, que no quieren que una sociedad resuelva sus controversias públicas a través de las instituciones, independientemente del nivel de justicia que encontremos en sus demandas.

Habrá quienes se opongan a que estos debates se den siquiera, monstruos –como dice Gramsci– que surgen en el claroscuro de los procesos de transformación. La mayoría de estos monstruos son conocidos, y son los mismos que han avalado por años la idea de que un Estado mínimo y un mercado máximo son la mejor solución para alcanzar el desarrollo, Otros harán como si apoyaran la transformación, pero en el fondo no están dispuestos a ceder su lugar en la toma de decisiones y al control oligárquico con que han participado de la conducción del país. Y por último, estará el grupo de quienes se abstienen de los procesos de cambio por desconfianza –fundada o no– o simple indiferencia.

Estos tres tipos de monstruos hay que ser capaces de enfrentar con argumentos (si uno está por que los cambios ocurran). Celebremos este debate, participemos de él, y que cada uno muestre de qué lado de la reforma educacional está.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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