Publicidad
Metáforas de la segregación escolar: entre patines, conciertos y taburetes Opinión

Metáforas de la segregación escolar: entre patines, conciertos y taburetes

Héctor Morales Z.
Por : Héctor Morales Z. Profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Adolfo Ibáñez
Ver Más

Esta omisión se explica porque la discusión de la reforma, salvo algunas contadas excepciones, ha estado marcada por una lógica de confrontación: lo que importa no es entender lo que dijo el ministro sino que derrotarlo. Excluir lo que no conviene, puede contribuir a la victoria.


En algún sentido esta columna la escribo tardíamente. Han transcurrido meses desde que Nicolás Eyzaguirre afirmara que una cuestión crucial de la reforma al sistema educativo era bajar de los patines a los alumnos que los poseían. En otro sentido, sin embargo, tiene vigencia. Al finalizar la votación que aprobó la idea de legislar el proyecto que proscribe la selección, el copago y el lucro, el ministro de Educación pidió la palabra. Su tono denotaba una rabia contenida hacia quienes habían rechazado el proyecto. ¿Qué puede explicar esa rabia? La respuesta se halla en sus propias palabras: la oposición constantemente habría tergiversado los argumentos que apoyan la reforma. En vez de tener esa actitud, sugirió Eyzaguirre, los críticos debiesen transparentar sus posiciones para así poder discutir sin caricaturas ni distorsiones. En este contexto y casi perdiendo la compostura, acudió nuevamente a la cuestionada metáfora de los patines (3:05:54).

Mi pretensión al escribir esta columna es modesta. No ofreceré argumentos a favor o en contra de lo que quiso decir el ministro con la célebre analogía, únicamente trataré de entender qué quiso decir. Enseguida, evaluaré si las alternativas de metáfora presentadas son exitosas en la representación de uno de los problemas que aquejaría a la educación escolar en Chile.

El origen del problema: los patines y la desigualdad estructural

El día 15 de junio, Nicolás Eyzaguirre fue entrevistado en el programa televisivo “Estado Nacional”, de TVN. A propósito de una pregunta sobre la urgencia de fortalecer a la educación pública, sostuvo lo siguiente:

“Lo que tenemos actualmente es que en una cancha enlozada un corredor va corriendo con patines de alta velocidad y el otro va descalzo. El descalzo es el de la educación pública. Entonces, me dicen: ¿por qué no lo entrenas más, por qué no le das mejor comida al que va descalzo? Bueno, porque primero tengo que bajar al otro de los patines”.

Este párrafo comenzó rápidamente a circular en las redes sociales y se transformó en la prueba determinante de la aparente pretensión del proyecto: nivelar hacia abajo. Por ejemplo, tan solo un par de días después, Gonzalo Müller (que era uno de los entrevistadores) publicó una columna en la que sostuvo:

“ (…) la brutal honestidad del Ministro de Educación deja poco espacio a la duda: la decisión es nivelar hacia abajo, pues que nadie pueda acceder a algo mejor es más importante que asegurar y garantizar a todos una educación de calidad. Se trata de bajar de los patines a los alumnos que, en su opinión, gozan del injusto privilegio de una educación mejor, desconociendo el esfuerzo y el derecho de sus padres a darles algo que el Estado no ha sido capaz de ofrecer”

¿Tienen razón los críticos de Eyzaguirre? No. No la tienen, pues no se dirigen contra lo que quiso decir sino que contra un enemigo de paja que persisten en dibujar. Esto, como trataré de demostrar, no excluye la responsabilidad que tiene el propio ministro en la distorsión.

Partiré recurriendo a un ejemplo lo más simple posible. Si yo digo que cierta ciudad es como el sol, estoy intentando hacer una analogía entre la ciudad y el sol. ¿Qué tienen en común una ciudad y el sol a tal punto que una es similar al otro? Podríamos sostener que lo que quise decir es que la ciudad es tan bella como el sol. La belleza sería el fundamento de la comparación. En algunas ocasiones la metáfora puede no ser tan obvia y provocar controversias en su interpretación. ¿Qué aspecto de la realidad es el que se pretende comparar? ¿Qué aspecto de la figura representativa es análoga al aspecto de la realidad referida? ¿Cuál es la afinidad entre ambos aspectos? Son preguntas que previsiblemente emergerán. Tratándose de una intervención literaria, esta apertura interpretativa puede dotar de valor a la expresión artística. En cambio, tratándose de una discusión pública puede entorpecer el sentido de la misma. El ministro era consciente de esto. Antes de proferir el polémico párrafo, indicó lo siguiente: “Déjame tratar de hacer una metáfora, que son siempre peligrosas en esto”. Y vaya que lo era.

No es necesario realizar una interpretación con excesiva buena fe. Basta con acudir a las propias palabras de Eyzaguirre. Antes de que finalizara el famoso párrafo, el conductor del programa lo interrumpió y le preguntó si acaso lo que acababa de afirmar no era nivelar hacia abajo, pues el efecto sería que el corredor de los patines comenzaría a correr más despacio. La respuesta de Eyzaguirre fue la siguiente:

“Los patines son artificiales. ¿Los patines qué son? Es que yo descremo, yo saco los mejores alumnos, yo saco a las familias que pueden pagar un copago. Entonces los patines son artificiales. ¿Usted me dice por qué no les pone patines a los dos (…)?

Nuevamente interrumpe el conductor:

“Pero ese chico es el que obtiene buenos resultados”.

El ministro replicó:

“Pero a costa del otro (…). Con el sistema de copago y selección, los particulares pueden tener algunos resultados pero no para el conjunto, porque es artificial. Logran esos mejores resultados porque descreman”.

Estás palabras se silenciaron, nunca circularon por las redes sociales ni tampoco fueron citadas por los fervientes críticos. Esta omisión se explica porque la discusión de la reforma, salvo algunas contadas excepciones, ha estado marcada por una lógica de confrontación: lo que importa no es entender lo que dijo el ministro sino que derrotarlo. Excluir lo que no conviene, puede contribuir a la victoria.

La explicación de Eyzaguirre sugiere que el objeto representado con la metáfora de los patines era la injusta desigualdad estructural del sistema. En primer lugar, sería injusta puesto que ella descansaría en cualidades adscritas a los niños. En segundo lugar, sería estructural porque la buena posición de unos se explica por la mala posición de los otros. Una parte de los colegios particulares subvencionados, aquellos que cobran un copago y que seleccionan, tendrían mejor calidad porque controlan el ambiente educativo. Los alumnos que pudiesen constituir una amenaza para sus buenos resultados, en concreto, aquellos que poseen un bajo capital cultural por la condición socioeconómica precaria de sus padres, serían excluidos de la posibilidad de participar del proyecto educativo. De esta forma, los alumnos admitidos pueden tener un mejor entorno para aprender a costa de los niños que fueron desplazados.

¿Era una buena metáfora la de los patines? No. La figura representativa de los patines no captura los dos puntos que se quería representar. Veamos cómo opera:

Los patines representarían las ventajas adosadas que detentarían determinados niños. Los pies descalzos, las desventajas heredadas que poseerían otros. La carrera, entonces, sería desigual. El defecto de la figura es que no logra comunicar claramente que bajo las reglas actuales esa desigualdad sería injusta y que, además, no puede ser corregida “comprando más patines”.

La promesa de una sociedad meritocrática radica en que la posiciones sociales se distribuirán al compás del esfuerzo de cada individuo y no por cualidades adscritas a ellos. ¿Es adscrita la posibilidad de poseer patines? En principio no. Quien los posee puede haber realizado un esfuerzo adicional para adquirir herramientas que le permitirán avanzar más en la escala social. Ahora bien, la metáfora se aplica a niños, por lo cual es difícil sostener lo anterior. Los patines los poseen por haber nacido en una familia que tenía los recursos para comprarlos (es irrelevante si eran ricos o si se sacrificaron por ahorrar, lo relevante es que no constituye mérito del niño). Por cierto, hay espacio para discutir un caso específico: la selección por desempeño académico. Pero es solo eso, un caso específico. Para el resto de los casos, es válida la afirmación. Simétricamente, los pies descalzos no son de responsabilidad de los niños sino que de los padres que carecen de dinero (es irrelevante si eran muy pobres o desinteresados por la educación de sus hijos, lo relevante es que la desventaja no puede imputársele al niño). La referencia de Eyzaguirre a la artificialidad de los patines y a que estos se hallan adosados a los niños, alude a esta dimensión: la adscripción de una ventaja o desventaja y, por tanto, la injusticia de la desigualdad. Acá la metáfora puede tener éxito con un mínimo de caridad argumentativa.

No ocurre lo mismo con la segunda dimensión: la interdependencia de la posición aventajada respeto de la posición desventajada. Este era el punto crucial para responder la pregunta que se le formuló al ministro. Recordemos que todo comenzó con la aprensión por el desplazamiento de medidas que reforzaran a la educación pública. En opinión de Eyzaguirre, el problema de la educación pública radicaría –en parte– en que en ella se reúnen las clases más desposeídas: aquellos que no pudieron satisfacer las condiciones impuestas por los colegios (dinero y criterios de admisión). Así, habría un sistema que espontáneamente produce un efecto perverso: aquellos niños que tienen patines los tienen a costa de los que no los tienen. Un grupo de alumnos puede tener un buen entorno para educarse porque el resto no lo puede tener.

La deficiencia de la metáfora en esta segunda dimensión, dio un espacio de crítica plausible a los opositores al proyecto: lo correcto no sería quitarles los patines a los que los tienen, sino que proveérselos a quienes carecen de ellos. Pero todo el punto del ministro es que aquello no es posible bajo el actual esquema de organización. Lo que haría el proyecto sería precisamente modificar las condiciones estructurales para que todos los niños tuviesen iguales posibilidades de desarrollo de su personalidad. La ilustración era mala, pero no había que hacer demasiado para entender la idea, bastaba con escuchar toda la intervención de Eyzaguirre. Insistir en que la figura de los patines comporta la nivelación hacia abajo tal como la han entendido los críticos, simplemente es resistirse a comprender lo que quiso decir el ministro.

Antes de pasar a las reformulaciones de la metáfora, quisiera reiterar una idea: nada de lo que he dicho nos lleva a defender la corrección de lo afirmado por Eyzaguirre. Solo intento hacer explícito qué es lo que afirmó para luego poder debatir sin distorsiones.

Variaciones de la metáfora: conciertos y taburetes

Hasta acá he sostenido dos cosas: 1) lo representado por la metáfora de los patines era claro por las propias declaraciones –no citadas en la polémica pública– del ministro y 2) la metáfora solo lograba capturar una de las dimensiones de lo que quiso representar.

Con el paso de las semanas, se han presentado algunas reformulaciones de la metáfora.

Cristóbal Bellolio intentó ofrecer lo que llamó una mejor analogía para Eyzaguirre. Para ello recurre a la experiencia en los recitales. En estos la visibilidad del espectáculo dependería de la capacidad de pago del asistente. Algunos de los sectores, privarían de visión a quienes no pagaron por una mejor entrada. Esta idea se apreciaría nítidamente en la cancha. Para ingresar a este sector existiría por lo general un precio único. No todas las posiciones en la cancha permitirían igual visión. Las posiciones aventajadas se distribuirían conforme al mérito: el esfuerzo que realizó cada fanático por estar más cerca de su banda, por ejemplo, quedando en la primera fila. El problema es que a pesar de haber realizado todo su esfuerzo, más adelante habría un grupo de personas que obstaculizaría su perspectiva. Estos últimos son los que pagaron más por una zona privilegiada. Esta sería la situación del sistema escolar en Chile. Para corregirlo, habría que reivindicar una organización democrática de la cancha y, por lo tanto, impedir que existan grupos con mejor posición por el solo hecho de haber pagado una suma de dinero más alta. Si alguien va a ocupar un lugar de privilegio que sea porque se esforzó individualmente para aquello.

Esta metáfora también falla. Pues, a lo menos, no es pertinente para el sistema escolar tal como lo entiende Eyzaguirre. Bajo la nueva analogía de Bellolio, de todas formas la posición aventajada de unos –los de adelante– explica la posición desaventajada de los otros –los de atrás–. Para este no es un problema en la medida que la distribución responda al mérito de cada uno. Un escenario de igualdad en la provisión del bien no sería posible pues no hay “espacios” equivalentes para todos.

Eyzaguirre no comparte esta premisa. Es cierto que nuestro sistema educacional estaría organizado como un espacio limitado (por efecto de la selección y del copago), sin embargo, es posible un mundo alternativo. Lo que pretendería el proyecto es precisamente reestructurar el sistema de modo que haga posible la producción de beneficios para el conjunto. Un sistema escolar no podría ser pensado como un espacio en el cual los niños deban competir para adquirir las herramientas básicas que les facilitarán el despliegue de sus planes de vida. El ideal tras el proyecto, según el ministro, sería que todos tuviesen iguales oportunidades de desarrollo. Si hemos de quedarnos con la analogía de Bellolio, el espectáculo tendría que ser exhibido en el techo del recinto, de manera que ninguno se viese obstaculizado de presenciarlo por el lugar que ocupa otro.

Finalmente, el mismo Nicolás Eyzaguirre brindó una alternativa. En su participación en Icare, empleó nuevamente la comparación de los patines, enfatizando la primera dimensión a la que me he referido: la injusticia de las condiciones de la carrera. Además sorprendió con otro ejercicio retórico. El sistema educacional chileno, pondría a los niños en taburetes de distinta altura. Esta altura vendría determinada por el origen de los niños. La consecuencia sería que la sociedad no seleccionaría talentos sino taburetes.

Nuevamente es una mala metáfora, pues captura la primera dimensión del asunto, pero no la segunda. Se encuentra expuesta a la misma objeción que la metáfora de los patines: lo relevante es subir el taburete que se ubica más abajo. Reducir la altura del aventajado sería nivelar hacia abajo.

Ahora bien, bastaría una pequeña corrección para captar la desigualdad estructural. Afirmar, por ejemplo, que los taburetes están interconectados por una cuerda que provoca un efecto balanza. Al bajar una cuerda un taburete desciende y el otro asciende. La posibilidad de tirar la cuerda sería una cualidad adscrita y, por tanto, injusta: el dinero de los padres.

A modo de conclusión: ni metáforas ni distorsiones

Lo que enseña el cúmulo de malentendidos de los últimos meses, es que el ambiente político no está para metáforas. Basta que estas sean deficientes para que la oposición distorsione el sentido de lo que se quería representar, con independencia de que la idea representada haya sido explicitada segundos después de la metáfora. Esta actitud es impresentable en una democracia.

Por su parte, el ministro y sus asesores, debiesen –de una vez– renunciar a seguir ensayando públicamente una metáfora que logre condensar toda la complejidad inscrita en el primer proyecto de la reforma educacional. Harían bien en dedicar sus esfuerzos a articular de un modo claro, directo y con precisión de cirujano, un discurso que justifique la reforma en curso. Las ideas al parecer las tienen, solo falta despojarse de la superficialidad de quien anhela crear un mensaje instantáneo. La democracia y la ciudadanía lo agradecerían.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias