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La disputa por la presidencia del PS: de princesas y plebeyos Opinión

La disputa por la presidencia del PS: de princesas y plebeyos

Edison Ortiz González
Por : Edison Ortiz González Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago.
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Quienes defienden a Isabel, no niegan que ella es la incertidumbre misma, aunque reafirman que hay una diferencia que la separa notablemente de Escalona: el legado de su padre y una red transversal de apoyos la obligan a recoger la demanda ciudadana. Su guiño a la asamblea constituyente es una evidencia concreta de aquello. También hay un dato no menor a considerar: la piedra en el zapato en que se ha transformado Escalona para La Moneda.


La formalización de la candidatura de Isabel Allende a la presidencia del PS, no solo puso término a un rumor cada vez más creciente sino, también, siembra la incertidumbre sobre el resultado electoral –dada la red transversal de apoyos que exhibió– de la, hasta entonces, solitaria postulación de Camilo Escalona. Quizá como no sucede desde hace tiempo, las elecciones de comité central que concluirán designando a una mesa directiva y a un presidente(a) serán mucho más que un bostezo en el extenso predominio de la Nueva Izquierda (NI) en la colectividad, y se avizoran muy decisivas también por lo que representan los socialistas en nuestra sociedad, dado, además, el contexto en que se librara esta batalla: la lucha entre el partido del orden y las reformas. Empezamos por esto último.

Uno. En el creciente esfuerzo de viejos cuadros de la Concertación por restituir el antiguo régimen, la elección interna del PS resultará crucial para sus afanes. En esa aspiración, una de cuyas principales aristas ha sido el regreso del Mapu-Martínez (el anunciado retorno de Insulza, la resurrección de Viera-Gallo, así como las de otros connotados pelucones, como Pérez Yoma), resultará clave hacerse con el control del partido eje del gobierno. El PS, en general, ha evidenciado, no sin bemoles, en la Cámara y a nivel de su directiva, un irrestricto apego a la ruta fijada por la mandataria. Es más, incluso en la reforma educacional, sus diputados fueron un poco más allá de lo que pretendía el Ejecutivo. De allí la apuesta de los partidarios del orden por fortalecer el ala más conservadora de esa agrupación, pues, de ganar Escalona, la tienda de calle París volvería a su cauce natural: alianza estratégica con la DC y un candidato del orden.

Dos. No obstante su pobre rendimiento electoral –solo en la época de Allende llegó a alcanzar el 22,3%–, el PS es el colectivo más empático con el ánimo de cambio existente. En efecto, en nuestro barroquismo político –lleno de incoherencias, pero de afanes transformadores– lo más parecido al ánimo societal es el partido de Allende: pequeño pero de liderazgos aluviales que, tal como lo destacó Benny Pollack (Revolutionary Social Democracy: The Chilean Socialist Party), es capaz de generar caudillos de la talla de Grove, Allende, Lagos, Bachelet y, hoy, Isabel y ME-O, quienes recogen las aspiraciones de cambio. El PS es lo más parecido al Chile contemporáneo que hoy le exige a su elite política avanzar por el camino de las transformaciones, y allí está una mayoría socialista para abordar esa compleja tarea. El PS, desde la efímera República Socialista y su lema de “alimentar al pueblo, domiciliar al pueblo y vestir al pueblo”, ha demostrado una enorme capacidad para sintonizarse con la sociedad, inexplicable para cualquier europeo, dada su escasa performance electoral que bordea el 10%.

[cita]Quizá como no sucede desde hace tiempo, las elecciones de comité central que concluirán designando a una mesa directiva y a un presidente(a) serán mucho más que un bostezo en el extenso predominio de la Nueva Izquierda (NI) en la colectividad, y se avizoran muy decisivas también por lo que representan los socialistas en nuestra sociedad, dado, además, el contexto en que se librara esta batalla: la lucha entre el partido del orden y las reformas.[/cita]

Tres. Es fundamental, entonces, entender la lógica que representa cada uno de los aspirantes a presidir la colectividad, pese a que no son pocos los que creen que ambos se parecen bastante y que el triunfo de uno u otro, dadas sus redes de apoyo, significará la continuidad y el triunfo de Enrique Correa. Para algunos, Escalona no da el ancho para los desafíos del PS en el periodo, dado su autoritarismo personalista, sus tesis contrarias a una Asamblea Constituyente y sus reparos a las reformas en marcha. En tanto, para otros, Isabel y la alianza que se gesta en torno a su figura (Grandes Alamedas y Terceristas), dan cuenta de una coalición constituida solo para ganar la presidencia y no para proponer un cambio cualitativo en el país. ¿Pero son Camilo Escalona e Isabel Allende exactamente lo mismo?

Allende- Escalona: una historia de desencuentros (y un encuentro)

Los dos, a pesar de militar desde su adolescencia en la misma tienda, rara vez han coincidido en la política concreta y en la vida. El antecedente más remoto de ambos hay que buscarlo en su infancia y, luego, el 11 de septiembre de 1973.

El primero, de niñez dura y plena de carencias –hijo de un obrero panificador, oriundo de la localidad de Coltauco– ve cómo la vida va destruyendo a sus amigos de barrio. En un medio tan propenso a enrielarse por rumbos equivocados, Camilo ingresa tempranamente a la JS, y el partido se transforma desde entonces en su verdadera familia. Por ello no es casual que Escalona sea el dirigente socialista con más kilómetros de terreno. Así como ingresa tempranamente a militar, rápidamente llega a ser uno de sus máximos líderes estudiantiles. Vive periféricamente el Golpe: va a su Liceo de San Miguel, donde –según testigos– realiza un discurso para luego desaparecer y, posteriormente, reaparece en Berlín, donde aprenderá, definitivamente, a mirar para el lado. Algunas escenas de esa época están retratadas en una de sus novelas: la conocida reunión barroca con Jaime López, quien deja una impresión negativa en el joven Camilo, dadas las debilidades que exhibe aquella noche el novio de Michelle.

Isabel, quien por entonces trabajaba como analista en la Biblioteca del Congreso Nacional, ingresa postreramente a La Moneda y es una de las últimas mujeres que logra salir una vez que su padre ordena a las damas que lo acompañan abandonar el Palacio asediado. Desde allí a su casa y, luego, junto a su madre, al exilio a México. Escalona regresa al país a comienzos de los 80, mandatado por Clodomiro Almeyda, para restablecer el frente interno que, debido a los constantes golpes recibidos, está permanentemente bajo la sospecha del exilio. La vida clandestina es dura, incluso con los compañeros: tiene que enfrentarse, casi violentamente, a Rolando Calderón, por la posesión del estatus de jefe interno. Isabel, en tanto, vive su exilio en México en condiciones absolutamente distintas y se transforma en una figura de la oposición internacional a Pinochet y cercana a lo que entonces era el PS renovado, lo que la lleva a asumir la vicepresidencia de Asuntos Internacionales de la organización en 1989 y luego, en 1992, la del partido.

Escalona, en tanto, luego de encabezar la oposición interna al ingreso del PS Almeyda al primer gobierno democrático, es electo por el sistema binominal en el segundo cupo en la lista de la Concertación, transformándose en el patito feo del PS unificado. Sin embargo, en la primera elección interna arrasa, desplazando incluso a Lagos, la gran figura socialista y por entonces ministro de Educación, a un cuarto lugar. La máquina que personalmente creó y aceitó en la clandestinidad, le ha dado sus primeros frutos. No se desprenderá más de ella, ejerciendo hasta hace muy poco un control férreo de la misma. Un medio de la época dirá que su triunfo se debió a que “se expresó el voto plebeyo hacia los compañeros conversos que llegan en cochazos con chofer, barba recortada y trajes europeos”. En tanto, un acérrimo adversario de entonces, Marcelo Schilling, explicará el desastre renovado en clave antiescalonista: “Los éxitos enceguecen y obnubilan” (revista Apsi).

Su primera disputa, aunque indirecta, será en 1993 en las primarias internas del PS para elegir al candidato al Senado del PS por la Quinta Cordillera, donde Isabel debe enfrentarse a Ominami. Este último reconocerá que el apoyo de Escalona, a esas alturas máximo referente interno de la organización, fue decisiva para imponerse a su adversaria, quien debe postergar su aspiración senatorial y conformarse con una diputación en la IV Región.

Hacia 1994, Escalona, ante la designación del entonces presidente del PS, Germán Correa, como ministro del Interior, surge como el candidato natural a sucederle. Un amplio acuerdo permite que el otrora revolucionario se transforme en mandamás de la organización. ¿Por ese entonces Escalona ya tenía membresía en el partido del orden? Por de pronto, su estilo marcará al PS durante el periodo. Eso, más el encanto del poder del Estado, transformarán a su corriente –formada en la clandestinidad: es decir, sin debate y con órdenes que no se cuestionan– en el tercio interno más relevante. Tanto es así que en 1997 cede cinco distritos al PPD, a cambio de un cupo senatorial. La apuesta resulta equivocada y Escalona tendrá que bailar con la fea: Lagos, quien nunca lo quiso, lo mandará a hacer política en el subterráneo de Palacio. Escalona, años más tarde, le devolverá el gesto bloqueando su candidatura presidencial en 2009. Isabel sigue, a su vez, desarrollando su carrera por los bordes del partido del orden. No es una figura que concite mayor adhesión (tampoco animadversión), salvo por el apellido de su padre, lo que le resulta suficiente para que siempre el nuñismo la presente como carta segura al PS.

El XXVII Congreso, encuentro para un desencuentro

A pesar de las múltiples advertencias sobre el intento de derrocamiento de su directiva que se le hicieron a Gonzalo Martner, éste –fuera porque la suerte estaba echada o porque, como lo reiteró en varias ocasiones, creía sinceramente que “no estaban las condiciones políticas para producir un quiebre al interior del partido”– hizo caso omiso de los avisos y llegó al congreso con la petición –para evitar una elección interna en medio de la candidatura de Bachelet– de que se le extendiera el mandato. La primera alerta se produjo cuando el pleno –instigado por Escalona– decide votar separadamente la aprobación de su cuenta de aquella sobre su mandato, que pierde por estrecho margen, restableciéndose en el PS el dúo Nuñez-Escalona. Y es que, como se señaló, siendo Bachelet la figura que podía devolverle el alma perdida a la Concertación, aquel “congreso valía por cuatro” (El Mercurio, 4 del 02 de 2005). En tal sentido, Martner no fue capaz de asegurar las expectativas parlamentarias y laborales de cientos de delegados al evento. Y Escalona, como actor central, e Isabel, como actriz de reparto y una de las pretendientes al Senado, por esa única vez, estuvieron en la misma trinchera.

Quien se mueve, no sale en la foto: el reinado de Escalona (2006-2010)

Y la complicidad circunstancial entre ambos será efímera, como el congreso mismo. En efecto, al momento de cumplir con las promesas que articularon la mayoría que le permitió erigirse como el nuevo hombre fuerte, éstas no alcanzaron para todos e Isabel fue una de sus víctimas. Se reinició su distanciamiento y no fue casual que la diputada por Puente Alto se erigiera como la figura de la disidencia a la mesa mayoritaria de la Nueva Izquierda, terceristas y renovados. La lógica de Escalona resultó tan brutal que prefirió, en medio del mandato de una Presidenta socialista, excluir de toda decisión a cerca de un 40% del PS, antes que entregarles una tercera vicepresidencia. Lo mismo sucederá en 2008, luego de que una interpretación antojadiza de la mayoría deja fuera de la mesa al grupo de Alejandro Navarro. Soy reelecto miembro del comité central y estando por casualidad sentado al lado del entonces ministro del Trabajo, le preguntó: “¿Cuál es el lío de integrar a Navarro en la mesa?”. Andrade me responde con la naturalidad y simpleza que lo caracteriza: “Porque alguien tiene que perder pos, mijo”. Bueno, es esa lógica la que lo tiene enfrentado con Escalona y, como se sabe, uno de los dos va a perder.

Por esa época, se inicia la última diáspora PS: Navarro, luego Simón Escalona y Francisco Bucat, después Arrate y finalmente Ominami y ME-O, además de quienes lo acompañarán en su aventura presidencial. El PS oficialmente no se divide, pero queda virtualmente quebrado. Frei pagará los platos rotos.

Durante el periodo domina sin contrapeso el trío Escalona-Solari-Schilling. A la comisión política nos vamos a enterar de lo que se decide en otra parte e Isabel asume su papel estoicamente, aunque, a veces, se manda a cambiar, para evadir un clima al que no está acostumbrada: de imposición y agresividad verbal. Y allí resiste, hasta que la crisis postprimarias 2009 debilita a tal punto a la mesa que preside Escalona, que termina sacrificando a Ricardo Núñez y cede a Isabel el cupo senatorial, con la complicidad de Schilling, para salvar el deteriorado clima interno.

Con el regreso de Michelle Bachelet, la senadora consolida su liderazgo a la vez que se inicia el derrumbe de Camilo. Desde su retorno, el núcleo íntimo de Bachelet –Peñailillo y su hijo– dejan entrever que “la jefa está distanciada de Escalona, que no se ven hace tres años, y que solo se saludan epistolarmente con ocasión de su ascenso a la presidencia del Senado”. A pesar de las fuertes señales que emiten ambos, el senador sigue jugando póquer e intenta hacer ver que se mantiene como su factótum. Varios medios le compran el cuento. Y en ese juego se enredó definitivamente al punto de perder su escaño por Los Lagos.

Isabel, por su parte, y pese a su distanciamiento histórico con la mandataria, construye redes y, al ascender Bachelet, ahora como presidenta del Senado le entrega la banda presidencial y, a partir de ahí, inicia su ascenso en las encuestas. A diferencia de Escalona, no le atrae la presidencia del PS, pues, tal como se lo señala a su núcleo íntimo, el partido “está lleno de desleales, y no confía en ninguno”. Pero la amenaza que representa Escalona a su eventual candidatura presidencial, más un sólido apoyo transversal, la hacen cambiar de opinión. Y helos aquí a ambos emblemas del PS, el plebeyo y la princesa, compitiendo por dirigir la colectividad en el próximo periodo.

Epílogo

Es cierto que a ambos los separan sus biografías, lo que se suma y hace aun más evidentes sus diferencias: Escalona es un hombre que se preparó para la política en los socialismos reales, pero estos se vinieron abajo y él, con una maquinaria bastante bien aceitada en la clandestinidad, se adaptó rápido a la nueva situación e hizo de la administración del poder su nuevo paradigma. Isabel, en tanto, no buscó ser lo que hoy representa. De hecho, antes del Golpe estaba bastante alejada de la toma de decisiones y era más bien su hermana la que estaba llamada a heredar el talento de Allende. Pero el Golpe cambió su destino y tuvo que adaptarse a ser la heredera de un mito, y en esa condición se elevó primero como estampa partidaria y luego como parlamentaria, hasta transformarse en lo que hoy es: una presidenciable que, de no mediar el riesgo que representa Escalona, no se habría postulado, símbolo de que muchas veces los actores son cautivos de sus circunstancias.

A pesar de lo que está en juego en la próxima contienda –que con el triunfo de Escalona retorne el partido del orden y el PS dé un giro al conservadurismo–, no son pocos los que creen que ambos protagonistas más bien se parecen y que militan, dadas sus redes y apoyos, entre los partidarios del statu quo y que la disputa será más bien para la galería y los titulares de prensa, pues no habrá confrontación de fondo. Quienes defienden a Isabel, no niegan que ella es la incertidumbre misma, aunque reafirman que hay una diferencia que la separa notablemente de Escalona: el legado de su padre y una red transversal de apoyos la obligan a recoger la demanda ciudadana. Su guiño a la asamblea constituyente es una evidencia concreta de aquello. También hay un dato no menor a considerar: la piedra en el zapato en que se ha transformado Escalona para La Moneda. Lejos están los tiempos en que la Presidenta, como lo hizo en el Congreso de Panimávida en 2008, pedía –antes de la elección de abril– “continuar respaldando a Escalona”. Pero éste, como él mismo se jacta, es un duro de matar por antonomasia. En abril próximo, los socialistas resolverán su encrucijada.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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