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Sobre el silencio de la filosofía

Patricio Domínguez
Por : Patricio Domínguez Profesor de filosofía
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Por lo demás, las disciplinas no pueden ser motejadas de ‘humildes’ o ‘arrogantes’; sólo las personas pueden serlo. Un filósofo profesional puede ser arrogante, como también lo puede ser un peluquero o una actriz de telenovelas. Un catedrático universitario puede ser flojo y pedante, pero no precisamente por pensar que la filosofía, o la metafísica, es la “ciencia rectora”, sino por un problema moral de otra índole.


La columna publicada en este medio de Fernando Miranda generó cierto debate en la prensa virtual. Miranda se queja de que la filosofía, cuya vocación es “relacionarse directamente con la verdad”, se haya transformado en una disciplina irrelevante, en una especie de oficio desconectado de la realidad, egocéntrico y academicista. La columna de Miranda ha recibido al menos dos ataques: por un lado, Contreras y Pizarro sostienen que el concepto de filosofía de Miranda adolece de un “complejo de superioridad” y de “autocomplacencia”. Según Contreras y Pizarro, la filosofía tiene que bajar de las nubes de la superioridad, asumir la modernización en los procesos y dejar de pensarse a sí misma como una ciencia superior, sino una más dentro del conjunto de saberes que “producen conocimiento”. Por otro lado, Placencia también llama la atención sobre la conciencia infundada de superioridad que destila la columna de Miranda y llama la atención acerca de que la profesionalización de la filosofía en Chile, que viene ocurriendo hace pocas décadas, se sigue del carácter científico de la filosofía: si la filosofía es una disciplina y no una forma meramente subjetiva de acercarse a la verdad, entonces ésta tiene que estar reglada por patrones intersubjetivos, de suerte que el conocimiento obtenido por la filosofía sea comunicable, replicable y (el anglicismo no es mío) “testeable” por la comunidad de filósofos.

La columna de Miranda me parece mala, pero por un motivo que ni Pizarro-Contreras ni Placencia critican. Cuando Miranda habla de la filosofía como de un saber relevante (y en esto Pizarro-Contreras lo secundan), sospecho que se está refiriendo a que la filosofía tiene que ser una disciplina al servicio de la transformación social en el sentido de la famosa tesis de Marx sobre Feuerbach: la filosofía tiene que transformar el mundo, no contemplarlo. Lo que quiere Miranda es que los profesores de filosofía dejen de escribir artículos bizantinos indizados, llenos de citas ininteligibles, para vincularse con las movilizaciones sociales (¿el “no al lucro”?) y ser una voz preponderante en la construcción de un Chile mejor o algo por el estilo. En resumidas cuentas, a Miranda le gustaría que los profesores de filosofía se transformaran en figuras como Mayol, es decir, en “intelectuales orgánicos”, que de intelectuales tienen poco.

[cita] Por lo demás, las disciplinas no pueden ser motejadas de ‘humildes’ o ‘arrogantes’; sólo las personas pueden serlo. Un filósofo profesional puede ser arrogante, como también lo puede ser un peluquero o una actriz de telenovelas. Un catedrático universitario puede ser flojo y pedante, pero no precisamente por pensar que la filosofía, o la metafísica, es la “ciencia rectora”, sino por un problema moral de otra índole.[/cita]

Pero pese a eso, quiero defender la columna de Miranda, porque creo que en ella se encuentra latente una concepción de la filosofía más cierta e interesante que en la de sus contradictores. En primer lugar, creo que la valoración de Miranda de la filosofía no es exagerada ni adolece de un “complejo de superioridad”. Si dentro de todas las cuestiones que se pueden plantear los seres humanos, hay preguntas más importantes que otras, entonces ¿qué impide que la disciplina que se ocupe de esas cuestiones sea más importante? A mi juicio, no se trata ni de soberbia ni de exageración, sino simplemente de la constatación de un hecho. Si la pregunta por la muerte, la existencia de un ser superior, la posibilidad de alcanzar la verdad, etc., son preguntas más relevantes para el género humano que la composición química del cobre o el funcionamiento de los tendones, por cuanto las primeras apuntan a darles sentido a las segundas (y no viceversa), entonces la disciplina que se ocupe de esas cuestiones (la filosofía) será más importante y superior a éstas. Por lo demás, las disciplinas no pueden ser motejadas de ‘humildes’ o ‘arrogantes’; sólo las personas pueden serlo. Un filósofo profesional puede ser arrogante, como también lo puede ser un peluquero o una actriz de telenovelas. Un catedrático universitario puede ser flojo y pedante, pero no precisamente por pensar que la filosofía, o la metafísica, es la “ciencia rectora”, sino por un problema moral de otra índole.

Otro hecho que muestra el carácter especial y rector de la filosofía con respecto a otras disciplinas es que las demás disciplinas desembocan inevitablemente en preguntas filosóficas. Si el físico se plantea cuestiones fundamentales en su quehacer, tales como ¿qué es la materia? o ¿por qué existe el mundo?, abandona el campo propio de la física y se pone a filosofar. Lo mismo el sociólogo o el abogado, cuando empiezan a preguntarse por los fundamentos de sus respectivas disciplinas (¿qué es la justicia?; ¿qué es la sociedad?). No veo por qué habría un problema en llamar “fundamental” a un saber que se ocupe de las cuestiones fundamentales.

A Placencia le molesta que Miranda mire con malos ojos la profesionalización de la filosofía en Chile, esto es, el trabajo sistemático y el sometimiento a estándares de publicación compartidos con otras disciplinas. La crítica de Miranda es un tanto maniquea, y en ese sentido Placencia tiene razón en no dejarse engañar por una nostalgia de la filosofía chilena de los años 50 o 60. No obstante, me parece que el lenguaje de Placencia está configurado según criterios que pueden ser ajenos a la filosofía. En primer lugar, se habla de “generar conocimiento”; se habla de “insumos epistémicos”, “tests” y “re-ejecutación de conocimiento”. ¿Mero disenso estético? No lo creo. El conocimiento de las ciencias positivas, cuyos resultados pueden ser re-ejecutados y “testeados”, ¿es un criterio que se pueda aplicar al conocimiento filosófico? ¿No está permeado el lenguaje de Placencia de los criterios de la producción y no de la teoría? Si es así, entonces tenemos que entrar a discutir qué entendemos filosóficamente por quehacer filosófico. La discusión está abierta (y si es genuinamente filosófica, eternamente abierta, porque la filosofía como tal ¿puede avanzar como las demás disciplinas “testeables”?).

Si la filosofía tiene que habérselas con cuestiones vitales y relevantes, y por ello mismo, oscuras y misteriosas, parece que más vale pensar, con Platón, que ésta no enfrenta sus cuestiones como las demás disciplinas, y que su mejor método (una especie de antimétodo) es intimar largamente con el problema, y esperar a que la luz suelte la chispa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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