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Teresa Marinovic, licenciada en filosofía

Cuando Marinovic afirma que todos los chilenos son ladrones, flojos y resentidos, se está atribuyendo para sí una capacidad muy particular y escasa en nuestros días: prescindir de la necesidad de interpretar. Cuando afirma que los chilenos son intrínsecamente ladrones, lo que hace es arrogarse para sí la capacidad de conocer la verdadera esencia de las cosas. Esto supone poseer una atalaya que permita aprehender el mundo desde una posición distinta del resto, la capacidad de elevarse por sobre los fenómenos y alcanzar el noúmeno.


En el prefacio de su obra Las palabras y las cosas, Michel Foucault señala que ese libro nació de la risa provocada por un cuento de Borges donde se hablaba de una taxonomía de animales que resultaba irrisoria al pensamiento, clasificación que ponía de manifiesto la imposibilidad de pensar más allá de ciertas categorías; el cuento mostraba, por tanto, los límites del pensamiento. Pues bien, esta columna (sin la más mínima intención de compararse con Foucault) nace del asombro y de la incredulidad que generan las lecturas de las columnas de Teresa Marinovic en este medio.

Dicho asombro e incredulidad no provienen del hecho de que ella escriba loas a Pinochet, ni porque defienda los procedimientos al margen de la ley que realizan los controladores de Penta, ni, menos aún, porque critique constantemente al gobierno actualmente de turno. Es lo que espero de una persona de derecha con ideas conservadoras. Y en ese punto, sólo cumple con su deber. El punto que me merece asombro no proviene de esto (aunque en otro contexto podrían perfectamente bastar) sino que de la forma en que legitima sus escritos, firmando como “licenciada en filosofía”.

[cita] Cuando Marinovic afirma que todos los chilenos son ladrones, flojos y resentidos, se está atribuyendo para sí una capacidad muy particular y escasa en nuestros días: prescindir de la necesidad de interpretar. Cuando afirma que los chilenos son intrínsecamente ladrones, lo que hace es arrogarse para sí la capacidad de conocer la verdadera esencia de las cosas. Esto supone poseer una atalaya que permita aprehender el mundo desde una posición distinta del resto, la capacidad de elevarse por sobre los fenómenos y alcanzar el noúmeno.[/cita]

Separemos dos puntos. Teresa Marinovic no está obligada a escribir columnas y lo hace, pues, por una decisión propia. Ella tampoco está obligada a firmar sus escritos de una determinada forma, por lo que también decide libremente hacerlo como “licenciada en filosofía” (hay incluso columnistas que firman sólo con su nombre). Si ella se hubiese atenido exclusivamente al primer punto, podría escribir prácticamente lo que se le dé la gana. Pero al firmar como lo hace, automáticamente adquiere una responsabilidad: debe justificar sus escritos sobre aquello por lo que es socialmente reconocida, vale decir, debe justificar sus argumentos desde un punto de vista filosófico. Lo mismo vale para quien firma (y posee una certificación) como cientista político, abogado o, en mi caso, sociólogo.

No quiero decir con esto que ella deba tratar en sus columnas exclusivamente problemas de la filosofía, eso sería ridículo. Lo que digo es que, al firmar como licenciada en filosofía, se entiende que ella posee conocimientos que le permiten sustentar sus planteamientos sobre la base de un cierto bagaje que un lego no debe por qué tener. Así, su firma le otorga legitimidad a su enunciado, al tiempo que la obliga a emitir juicios responsables. Pero ¿es responsable afirmar que todos los chilenos son ladrones, resentidos y flojos? Si no me cree, acá las citas: “Y no legitimo nada, simplemente me indigna la hipocresía. Porque el chileno es intrínsecamente ratero y, en este sentido, no hay diferencia entre ricos y pobres, salvo en lo que se refiere a los procedimientos que utilizan” (Evadir impuestos: ¡Ni venial!); “… en el corazón del chileno la planta del resentimiento germina rápido y sirve, además, de aval para la propia desidia” (El Gobierno debe dar explicaciones).

El problema de estas sentencias va más allá de que no sean susceptibles de constatación empírica, lo que no siempre es necesario para que algo se asuma como verdadero. El punto radica en que parecen desconocer justamente la disciplina en la que se apoyan para adquirir su legitimidad. En concreto, lo que subyace en estos planteamientos es la noción de metalenguaje y su corolario, una noción esencialista del sujeto, dos de los temas que han atravesado a la filosofía en las últimas décadas.

Cuando Marinovic afirma que todos los chilenos son ladrones, flojos y resentidos, se está atribuyendo para sí una capacidad muy particular y escasa en nuestros días: prescindir de la necesidad de interpretar. Cuando afirma que los chilenos son intrínsecamente ladrones, lo que hace es arrogarse para sí la capacidad de conocer la verdadera esencia de las cosas. Esto supone poseer una atalaya que permita aprehender el mundo desde una posición distinta del resto, la capacidad de elevarse por sobre los fenómenos y alcanzar el noúmeno. De esta manera, Marinovic parece desconocer la literatura que habla de la construcción simbólica de la realidad, de la textualidad de los fenómenos sociales, en fin, de la deconstrucción y el postestructuralismo.

De ahí que Marinovic emita un juicio irresponsable a través de un lenguaje extemporáneo a la disciplina con que se legitima. Esto no solo es reprochable, sino que es peligroso. Creer que tenemos acceso a la verdad de forma directa y sin intermediarios de ningún tipo contradice la principal característica de la democracia: la incertidumbre. Afirmar que se conoce la esencia de las cosas vuelve estéril a la democracia, ya que todo debate por la sociedad a construir carece de sentido si es que existe un significado objetivo e inmutable del mundo. Así, cuando se afirma que todos los chilenos son ladrones (o cualquier otra cualidad) lo que se hace es cerrar la discusión sobre el tema, ya que si esto es así por naturaleza, no hay más que hacer. La filosofía se convierte, así, en un dogma, en una generadora de respuestas, cuando en realidad debiese cuestionarse acerca del origen de los problemas.

Cuando en este mismo medio se ha abierto un debate sobre el estatus de la filosofía en nuestro país, columnas como las de Teresa Marinovic le hacen un flaco favor a esta causa. Leyéndolas me viene a la memoria una advertencia que hacía Fredric Jameson en Las ideologías de la teoría, cuando señala que “la ausencia de toda necesidad de interpretación es ella misma un hecho que exige interpretación”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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