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Post mórtem: la anatomía cultural del Partido Comunista tras la crisis de Arcis Opinión

Post mórtem: la anatomía cultural del Partido Comunista tras la crisis de Arcis

Mauro Salazar Jaque
Por : Mauro Salazar Jaque Director ejecutivo Observatorio de Comunicación, Crítica y Sociedad (OBCS). Doctorado en Comunicación Universidad de la Frontera-Universidad Austral.
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Una cosa es que una Universidad tenga un impronta política, pero otra, muy distinta, es reducir o limitar la razón universitaria a una inscripción ideológica. Esa opción socavó la soberanía del campo académico y restó pluralidad al proyecto Arcis.


Es un lugar común la interpelación sobre las responsabilidades del PC en la crisis del proyecto universitario (Arcis). En los últimos días, se sugieren directamente o de modo sibilino culpabilidades no asumidas. En el campo de la izquierda se dibuja un estado de impunidad, de “cómplices rebeldes” o, bien, de obstaculizaciones –de diverso calibre– en materias que eventualmente se podrían haber investigado con mayor profundidad. Hay una sensación de hastío en algunos sectores del denominado “campo progresista” –so pena de graves confusiones– cuando se sostiene con insistencia que los informes de Mineduc, como las conclusiones de la Cámara de Diputados, no son suficientes para alcanzar la prueba de la blancura. A este respecto solo resta añadir que se cumplieron “religiosamente” todos los rituales establecidos por las instituciones del Estado chileno –de tal suerte la UDI no logró consumar los objetivos más estratégicos impuestos en su cruzada mediática–. Sin perjuicio de ello, el tema no concluye ahí, para algunos actores del mundo académico persiste una “sensación de impunidad”. En este sentido, el poderío medial de la derecha instaló un “cono de sombras” que también enloda y desorienta, cual rehén de la duda, a los editoriales del campo progresista. A esto me quiero referir, más bien en la perspectiva de un análisis crítico que busca fijar una lectura no complaciente con los sucesos que originan la crisis.

En el campo de la izquierda chilena existe una alta valoración del Partido Comunista por su vocación de consensos desde mediados del siglo XX. Nos referimos al famoso “tronco histórico” en el periodo que va desde 1938 a 1973. La construcción de alianzas, los frentes populares y la cultura de la reforma, forman parte de las “piochas de bronce” de una especie de “comunismo-parlamentarista” que, incluso bajo la persecución de González Videla, siempre abogó por su reinserción dentro del sistema de partidos. El fortalecimiento del sistema democrático chileno, aunque a muchos no les guste, se debe en buena parte a la tradición comunista y a su inquebrantable “pasión” por la institucionalidad y la construcción de acuerdos nacionales. En el tiempo de la UP, fueron los “dueños de la cordura” frente a la cubanización del mundo Socialista. En general, buena parte de la izquierda valora la lucha que libraron contra la Dictadura: no hay que perder de vista que la ‘policía secreta’ estableció una feroz persecución en contra de sus direcciones centrales. Desde el año 77 en adelante, el PC chileno perdió, mediante verdaderas jaurías, varias comisiones completas y muchos militantes dieron sus vidas en condiciones de absoluta adversidad. De hecho, fue el único partido que tuvo la osadía de atentar contra la tiranía de Pinochet. Para el PC, la Dictadura fue un verdadero trauma en su psicología política, por cuanto los obligó a romper con los clivajes íntimos de la institucionalidad democrática. Había que volver a la política del trapecio.

[cita] Cuando entraron a la Universidad Arcis les resultó inconmensurable comprender los códigos de un proyecto polisémico. Una Universidad que fusionaba imaginarios de la cultura progresista, mundo laico, campo humanista, enfoques postmarxistas y “derivas posmodernas”, aparecía como un organismo kafkiano. Un proyecto que asomaba como “algo” exótico, por cuanto agrupaba a estudios culturales, historiografía, postestructuralismo, feminismo y las relaciones entre estética y política et al.[/cita]

Sin embargo, hay una cuestión que debe ser subrayada con más vehemencia: la perversión de Jaime Guzmán no tuvo límites. Su tarea esencial fue exterminar al PC como proyecto crítico-social y acotarlo a un estado de “denuncia”, a un plano “testimonial”. Guzmán hizo caducar “temporalmente” al PC como proyecto de sociedad. El líder del gremialismo vino a cercenar la gramática patrimonial del universo comunista, pero en cambio dejó “existir” al PC en medio de un proceso de descerebración. De un lado, le arrebató la lengua patrimonial; de otro, dejó “subsistir” al Partido de Recabarren (proscripción mediante) en estado de reactividad y resistencia. Por fin, una vez que se consumaron los pactos transicionales (1988), el PC insistió en denunciar con firmeza el “continuismo” del modelo económico-social implantado en tiempos de Dictadura. Pese a la denuncia contra el neoliberalismo, la Concertación y sus estéticas modernizadoras dejaron en condición de interdicto al partido.

Pese a todo lo anterior, el vínculo con la Universidad Arcis a través de ICAL, no guarda relación con la llegada de los herederos del “parlamentarismo liberal”. A la Universidad no arribaron los nietos de Luis Corvalán para refundar un proyecto crítico. De otro modo, no se trataba de “liquidar” un proyecto para reconstituir otro  alternativo. Ello se explica –en parte– porque bajo la Dictadura perdieron “masa crítica”, dimensión proyectual y quedaron relegados al campo de la “denuncia”, la “resistencia”, la oposición al neoliberalismo (cuestión que aún nos une…) y la “testimonialidad” en materia de DD.HH. En medio de la clandestinidad tuvo lugar un proceso que no es necesariamente inédito en el historial comunista, a saber: padecieron un forzado proceso de militarización de sus cuadros que muchas veces minó el peso cultural de sus acciones. Si convenimos que sus estructuras fueron desmanteladas, tuvieron que resistir en la organización social, en el mundo alternativo, en las calles y en ONGs, solo de este modo se puede comprender el deterioro patrimonial. Entonces, tuvo lugar una pérdida de sus activos culturales, políticos y conceptuales. Una involución cultural. En suma, ya no se trata del universo comunista que dio lugar a Quimantú

Entonces, cuando entraron a la Universidad Arcis les resultó inconmensurable comprender los códigos de un proyecto polisémico. Una Universidad que fusionaba imaginarios de la cultura progresista, mundo laico, campo humanista, enfoques postmarxistas y “derivas posmodernas”, aparecía como un organismo kafkiano. Un proyecto que asomaba como “algo” exótico por cuanto agrupaba a estudios culturales, historiografía, postestructuralismo, feminismo y las relaciones entre estética y política et al. Una Universidad que estaba lejos de sustentar una versión trasnochada del marxismo (un, dos, tres). Como sus cuadros se encontraban algo carenciados (respecto a los debates de la contemporaneidad) no tenían mayor capacidad para  dialogar con un proyecto académico que preservara la pluralidad del texto fundacional y que hiciera prevalecer la razón universitaria. No existían condiciones para levantar un proyecto que había generado “pensamiento complejo” contra las tecnologías de gobernabilidad de la Concertación. De otro lado, la presencia política se hizo sentir y ello también comprendió una lamentable subordinación del proyecto académico a las dinámicas partidarias. Ese fue un proceso nefasto que condujo a la desacademización. De tal suerte, se fue configurando un “sistema de dádivas” permeado por la lógica de la militancia. En ese contexto, comenzó a tener lugar un fenómeno de fragilización que afectó profundamente a la “masa crítica”. De aquí en más, la soberanía de Arcis en tanto Universalidad (creación, intangibles, experimentación, arte y política) fue perdiendo proyección pública. Si bien se obtuvieron meritoriamente dos acreditaciones, que en ningún caso se pueden desestimar, también se fue configurando un modelo de inclusión social acrítico (compatible con la misión-visión), pero que también fue carenciando el espacio Universitario, porque en los años 90 tuvo lugar una despopularización del mundo popular (la higienización de la Concertación contra el sujeto popular) que no fue consolidada en un diagnóstico institucional. Con ello comenzamos a perder “mesocracia crítica” (diversidad) que también era parte del texto fundacional.

No es casual que desde el 2006 en adelante la Universidad gradualmente comenzara a perder presencia en el espacio público, en los debates nacionales, y ello tiene que ver con una incomprensión de la razón universitaria. Esto último empíricamente se tradujo en un desfile de actores incrustados en puestos claves, pero que no respondían al ethos fundacional de la Universidad. No podemos desconocer que la voluntad de Gladys Marín le dio continuidad al proyecto, tampoco se trata de negar que la Universidad se mantuvo en pie y que los militantes a su manera intentaron hacer bien las cosas, pero el balance no es positivo porque estructuralmente no había capital humano para preservar un proyecto que se investía con la heterogeneidad cultural de la izquierda post mórtem. La pauperización fue inevitable. Y ello sin desconocer el efecto de acciones de “tomas”, muy destructivas, caracterizadas por crear un clima hostil, donde primó un anticomunismo primario, que no se puede avalar porque es la expresión de una izquierda suicida. Sin embargo, una cosa es que una Universidad tenga un impronta política, pero otra, muy distinta, es reducir o limitar la razón universitaria a una inscripción ideológica. Esa opción socavó la soberanía del campo académico y restó pluralidad al proyecto Arcis.

Finalmente, si bien sería injusto concluir que el proyecto académico de Arcis se deterioró exclusivamente por el desencuentro del PC con la academia, no podemos soslayar su responsabilidad patrimonial frente a los sucesos del último año. Ante este diagnóstico que solo busca retratar una arista de una tragedia mayor, solo me cabe recordar un nombre: Fernando Castillo Velasco.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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