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Libertad y temor: el caso del profesor Costadoat

Eduardo Fermandois
Por : Eduardo Fermandois Profesor de Filosofía, Pontificia Universidad Católica de Chile
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Era inevitable que una sanción como la aplicada a Costadoat hiciera surgir la cuestión de la libertad de cátedra. Pero era igualmente inevitable que al plantearse dicha cuestión surgiera también la del temor. Si a una persona se le vulnera una determinada libertad, otra persona que trabaja en condiciones y contextos análogos tenderá naturalmente a sentir algún tipo de temor. Entre las expresiones “falta de libertad de cátedra”, “censura”, “temor” y “autocensura” existen relaciones internas. En una carta publicada este martes Costadoat señala que “en la universidad hay miedo”. El asunto es ciertamente complejo –y no creo que él piense otra cosa–, por lo que no debiera prestarse para caricaturas fáciles o consignas simplonas.


Al menos los hechos centrales en torno al caso de Jorge Costadoat son ya de conocimiento público. En mi opinión y la de muchos, la medida tomada en su contra es incorrecta, y en varios planos o sentidos. Por de pronto, considerada en sí misma, puesto que carece de una justificación académica suficiente.

Se alude, sin nombrarlos, a juicios “poco prudentes” de Costadoat “que desdibujaban la enseñanza magisterial de la Iglesia”; se invocan “algunas falencias en su quehacer teológico y docente”. En su generalidad e imprecisión, tales intentos de justificación no logran cimentar una sanción tan severa como la de no permitirle continuar con su labor docente. Ligado a lo anterior, la decisión es también incorrecta en términos procedimentales. Nadie ha puesto en cuestión la facultad jurídica del Cardenal para decretar lo decretado, pero de ella no se sigue que sea adecuado evaluar el desempeño de un docente sin tener a la vista, o desatendiendo, informes pertinentes positivos. En tercer lugar, la medida resulta incorrecta en un plano puramente pragmático: piénsese en el deterioro causado a la imagen de la UC o la desventajosa posición en que queda el Rector para continuar defendiendo su carácter público en un año de proyectos de ley sobre educación universitaria. Se le ha generado un daño a la universidad. Por último, la resolución es incorrecta en un plano ético, es injusta. Si una universidad decide comprar 10 computadores en vez de 50 libros, la opción podría representar un error. Pero no la llamaríamos injusta, no al menos en un sentido enfático, dado que no afectaría en forma directa a nadie en particular. El presente caso es muy distinto: sin una debida justificación, se ha tomado una determinación que provoca un daño inmediato a un profesor con nombre y apellido. Este declara estar dolido –también nosotros–. Declara no saber aún de qué se le acusa –tampoco nosotros–. Nosotros: cerca de 1300 personas hemos prestado nuestra firma para discrepar públicamente de la sanción. 160 de ellas somos académicos de la UC.

¿Qué nuevos argumentos podrían alterar el diagnóstico anterior? Se ha enfatizado en los últimos días que no se trata de un despido, que el profesor podrá seguir realizando labores académicas en investigación y extensión. “Tampoco es una medida tan grave”, pareciera ser el mensaje. Pero el mensaje no llega a convencer. Por de pronto, porque el cese obligado de una labor docente de 21 años sí que representa una sanción muy drástica. Téngase presente que la actividad académica de todo profesor de planta de nuestra universidad, como lo era Costadoat, contempla dos tareas ineludibles: docencia e investigación. Es posible no hacer ni gestión ni extensión; no es posible dejar de hacer docencia e investigación. Por lo tanto, prohibir a un profesor de planta que continúe dando clases es, a nuestros ojos, una medida muy grave. Por lo demás, si a una persona se le quita sin justificación un bien preciado –como la docencia para Costadoat–, ¿por qué habría de aceptar esa situación conformándose con otros bienes –investigación, extensión– de los que más encima ya disponía?

[cita] Era inevitable que una sanción como la aplicada a Costadoat hiciera surgir la cuestión de la libertad de cátedra. Pero era igualmente inevitable que al plantearse dicha cuestión surgiera también la del temor. Si a una persona se le vulnera una determinada libertad, otra persona que trabaja en condiciones y contextos análogos tenderá naturalmente a sentir algún tipo de temor. Entre las expresiones “falta de libertad de cátedra”, “censura”, “temor” y “autocensura” existen relaciones internas. En una carta publicada este martes Costadoat señala que “en la universidad hay miedo”. El asunto es ciertamente complejo –y no creo que él piense otra cosa–, por lo que no debiera prestarse para caricaturas fáciles o consignas simplonas.[/cita]

Por otro lado, Monseñor Ezzati se ha mostrado dispuesto a evaluar la labor docente de Costadoat, aquella en entredicho, dentro de un año más. Pero aquí pareciera haber una inconsistencia: ¿cómo podrá realizar tal evaluación estando Costadoat impedido de hacer clases precisamente durante este año? Hay, por último, quienes sugieren que si una persona se incorpora a la Universidad Católica, lo hace voluntariamente y a sabiendas de que pasa a formar parte de una institución confesional, con todo lo que esto significa. Pero comentarios de esa índole parecieran apuntar, más que a un argumento, a una suerte de velada amenaza, por lo que me llevan directamente al tema del miedo.

Era inevitable que una sanción como la aplicada a Costadoat hiciera surgir la cuestión de la libertad de cátedra. Pero era igualmente inevitable que al plantearse dicha cuestión surgiera también la del temor. Si a una persona se le vulnera una determinada libertad, otra persona que trabaja en condiciones y contextos análogos tenderá naturalmente a sentir algún tipo de temor. Entre las expresiones “falta de libertad de cátedra”, “censura”, “temor” y “autocensura” existen relaciones internas. En una carta publicada este martes Costadoat señala que “en la universidad hay miedo”. El asunto es ciertamente complejo –y no creo que él piense otra cosa–, por lo que no debiera prestarse para caricaturas fáciles o consignas simplonas.

Pueden existir miedos de distinta índole, los puede haber también infundados, y esto en mayor o menor medida. Pero en lo fundamental pienso que la afirmación de Costadoat encierra, y vaya que lo lamento, no poco de verdad. Mal que mal, a nadie podrá sorprender, menos después de lo sucedido, que exista una sensación de miedo en muchos miembros de la Facultad de Teología. En este punto –que no en otros– conviene recordar la condición sacerdotal del profesor perjudicado: si le quitan el permiso para enseñar a un teólogo sacerdote, ¿en qué situación de indefensión quedan teólogos laicos y, todavía más, teólogas laicas? Tal como no se puede tapar el sol con un dedo, tampoco se puede negar que en la Facultad de Teología exista temor ante eventuales sanciones futuras. Y si bien es cierto que dicha Facultad representa en muchos sentidos un caso especial dentro de una universidad católica, no lo es menos que en muchas facultades de teología católica del mundo reina un ambiente de mayor libertad.

Por cierto, no se trata solo de una determinada unidad académica. Creo de corazón que a la comunidad universitaria en su conjunto le haría muy bien comenzar a afrontar más directamente el complejo tema del miedo. En estos días la palabra ha estado en boca de muchos profesores, bien para referir a colegas que por algún tipo de temor no han firmado la declaración de “Académicos UC”, bien para confesar que se ha adherido a ella con cierta aprensión. El temor y la universidad son dos cosas que definitivamente no se llevan bien. Así como una universidad sin libertad de cátedra resulta una contradicción en los términos, así también una universidad compuesta de académicos que no sienten temor, así sean sutiles o de difícil descripción, debiera ser una completa trivialidad. Ahora bien, declarar que se siente temor puede ser un buen comienzo, y acaso necesario, para dejar de sentirlo; quien dice su miedo, de algún extraño modo, comienza a conjurarlo. Quiero pensar que la comunidad universitaria UC irá sacando con el tiempo lecciones muy profundas de la difícil situación que atraviesa actualmente. El primer paso puede ser el dado justamente por Jorge Costadoat en su carta del martes.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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