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De viejas guardias y generaciones líquidas

De viejas guardias y generaciones líquidas

Bet Gerber
Por : Bet Gerber Directora del Programa de Comunicación Política, Chile 21.
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Es demasiado improbable que el aterrizaje forzoso de un par de antiguos ministros rescate al país de la crisis política en que se encuentra, pero resulta evidente que cierto establishment, dedicado desde hace un año a bombardear el programa de gobierno, ha apostado sin disimulo a esa posibilidad. No obstante, la presidenta ya ha dicho que no tomará ese camino y es lógico: bajar las banderas de las reformas sería la verdadera renuncia y deslealtad para con la ciudadanía que la eligió.


La atascada agenda política suma en estos días un ingrediente de dudosa calidad: la supuesta dicotomía “vieja guardia” versus recambio generacional, o peor aun, vieja guardia versus adalides de las reformas. Tramposo reduccionismo. En un escenario de desolación generalizada no parece buena cosa erigir falsas antinomias distractoras del problema que ¡por fin! debe encarar Chile: el financiamiento de la política.

Por empezar, para bien de la riqueza ética y política de este país, las generaciones mayores no se agotan en la “vieja guardia”, esa que aconseja moderación en los ritmos de las transformaciones y que nunca baja los brazos en la lucha por su propia reivindicación y reconocimiento. Los mismos que a través de las páginas de la prensa duopólica le indican el rumbo a la presidenta de la república y nos plantean un dilema sin solución: buscar luz en sus espíritus opacos.

Frente a este panorama poco seductor, hay quienes se atribuyen no sólo encarnar la renovación, sino las reformas mismas. Sin embargo, las semillas de la reforma están a la vuelta de la esquina como para perderles el rastro tan rápidamente. Lejos de ser obra de una generación iluminada, las reformas propuestas en el programa del actual gobierno son fruto de sentidas demandas ciudadanas. Si se busca algún distintivo generacional, se lo encuentra con claridad en el campo educativo, en donde agrupaciones estudiantiles, en promedio veinte años más jóvenes que la llamada G-90, lideraron las movilizaciones de altísimo impacto político e impulsaron el despegue de las transformaciones en este sector. No obstante, el apoyo a la reforma educativa y el reclamo por tantas otras, trasciende edades.

Es demasiado improbable que el aterrizaje forzoso de un par de antiguos ministros rescate al país de la crisis política en que se encuentra, pero resulta evidente que cierto establishment, dedicado desde hace un año a bombardear el programa de gobierno, ha apostado sin disimulo a esa posibilidad. No obstante, la presidenta ya ha dicho que no tomará ese camino y es lógico: bajar las banderas de las reformas sería la verdadera renuncia y deslealtad para con la ciudadanía que la eligió.

Así las cosas, ni la gobernabilidad es patrimonio de esa vieja guardia que con tanto gusto se pasea por las páginas de El Mercurio, ni las reformas son patrimonio de una generación, ni de un ministro. Un abismo separa del Mayo Francés. No se trata de una generación joven de alto vuelo político dispuesta a luchar por sus ideales contra otras, vetustas y reaccionarias. Ciertas disputas parecen más bien darse en torno a la administración del poder. En este escenario, los caminos de salida habrá que construirlos entre muchos más, con el imprescindible liderazgo de la presidenta, que tiene en sus manos armar equipo con las y los mejores. Y éstos no se concentran ni en un grupo, ni en una generación.

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