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Chile: infierno, cielo y purgatorio

«Créanme que con castillos intelectuales y especulaciones revolucionarias nos vamos a ir derecho al infierno. La purificación es lo contrario a la revolución: es progresiva, conserva lo bueno y cambia lo malo: hay que seguir purificando mucho, con humildad. Con soberbia no se purifica nada. ¿Se imaginan ustedes como le iría en el purgatorio a un alma soberbia?».


Quiero hablar de la contingencia nacional y de paso hacer una catequesis a mis queridos lectores, duchos en la ciencia del poder y otras cosas profanas pero ignorantes de las cosas divinas. Les hablaré de virtudes y de las últimas realidades.

Hay quienes no cesan de repetir que en Chile estamos en el infierno: el país más desigual, más racista, más clasista y no sé quÉ otras cosas infernales más. No niego que nuestro país –como toda nación latinoamericana- adolezca de estos defectos y otros muchos, pero les pido con urgencia no exagerar. Les pido con humildad a que lean un poco de historia de Hispanoamérica.

¿Por qué esta gente nos dice que estamos en el peor de los infiernos? Es su dialéctica, es su juego preferido: “Estás en el infierno, yo te llevaré al Cielo”. La teología católica –apoyada en la Escritura, ciertamente- sostiene entre estos dos estados o lugares hay un abismo insondable, imposible de franquear. Lamentablemente ese abismo no existe en la cabeza de estos iluminados, y ellos se empeñan todavía en llevarnos al Cielo, que finalmente termina siendo el peor de los infiernos que el hombre puede construir. Es que a estos hombres les falta doctrina Católica: no es el hombre quien construye el cielo, es Dios. Construir cielo en la tierra es la consecuencia lógica de quien niega el Cielo. Su labor enfermiza nace del ateísmo, ya sea teórico o práctico.

Estos profetas seculares de desgracias y salvación no tendrían razón de existir si es que al otro lado de la calle no hubieran gente de la misma raza que no cesa de decir: “Chile es el Cielo” (no lo dicen así ciertamente, si no con complejos números y otros indicadores económicos que en perfección mental y falta de realidad, no tienen nada que envidiarle al proyecto ideológico revolucionario). Con esa insolencia alimentan la ira y excitan las pasiones de los profetas de la revolución, porque ciertamente señores: ¿Es Chile un país justo? Dejo la pregunta.

Toda la dialéctica chilena del último tiempo se trata de la lucha de estos dos grupos, donde cada cual se empeña en ser más duro y en no escuchar. En mi opinión, aunque estos dos grupos son hijos de nuestro tiempo ideológico, más peligrosos son los primeros: muestran más arrojo, más soberbia intelectual, más propensión a los castillos y pajas mentales (ver mi columna anterior) y están más convencido de la dialéctica cielo- infierno intramundano.

Como solución les propongo situarnos en el purgatorio: no todo está perdido, de hecho en el purgatorio uno está salvo. Obviamente, queda mucho -muchísimo- que purificar, pero la mejora es progresiva, sin saltarse paso alguno, con paciencia, escuchando.

Estimados lectores, créanme que con castillos intelectuales y especulaciones revolucionarias nos vamos a ir derecho al infierno. La purificación es lo contrario a la revolución: es progresiva, conserva lo bueno y cambia lo malo: hay que seguir purificando mucho, con humildad. Con soberbia no se purifica nada. ¿Se imaginan ustedes como le iría en el purgatorio a un alma soberbia?

Y en medio de esta soberbia: ¿Quién se fija en este gran purgatorio chileno en los más pobres, en los inmigrantes? ¿Qué pasa con la instituciones de la familia y las regiones? Ellos son los que están más cerca del infierno y no se han mencionado en medio de esta lucha ideológica de los poderosos.

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