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Artaud, el Terror de ISIS y las potencias bobas

Esteban Valenzuela Van Treek
Por : Esteban Valenzuela Van Treek Ministro de Agricultura.
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Antonin Artaud intuyó en 1934 el punto  exacto de la barbarie máxima de la guerra de civilizaciones de inicios del siglo XXI: describió la locura sádica del Templo de Baal en Palmira, la mismísima ciudad sirio-romana que dinamitó Isis en su ferocidad sectaria. El poeta francés investigó y escribió un libro críptico sobre los asirios y las derivas históricas que llevaron a Roma a nombrar emperador al adolescente de catorce años que luego es asesinado.

El Heliogábalo o el anarquista coronado es un texto duro, de belleza torcida y de profetismo histórico, además de una investigación erudita que adelanta la fiesta de muerte que hoy se padece y que el Papa califica de Tercera Guerra Mundial, dando la razón al politólogo Samuel Huntington, que anunció el choque de civilizaciones con el islamismo radical antimodernidad como piedra de tope y contestación a la globalización liberal, aquella ideología falsa de homogeneización en una idea de progreso que alentó Fukuyama con el espejismo del fin de la historia.

Tiremos el hilo de la historia al presente. El norte de Siria fue desde los inicios de la «historia» el lugar de disputas de los diversos imperios en expansión desde la Antigüedad; escenario fronterizo de persas e hindúes védicos, provincia conquistada por Alejandro Magno, posta del camino de la seda y lugar de paso de las caballerizas mongolas del Genghis Kan.

La Asiria, como lugar de mestizajes y origen del mundo como memoria (el Monte Ararat no lejos de allí), tenía su propia religión de tríada de deidades, siendo Baal en Palmira el culto principal de cananeos, semitas y los asirios, con edificaciones desde tiempos mesopotámicos el 2.500 AC. Los arqueólogos descubren el culto de los sacrificios humanos, las construcciones con canales para la sangre, restos de todos los excesos posibles de sus grupos dirigentes.

Artaud en su desvarío lúcido indaga en el misterio de la coronación del bello Heliogábalo hacia el año 215, con un corto reinado de orgías y muerte, para luego ser asesinado con escarnio en Roma. Su martirio fue una metáfora de los vínculos entre Oriente y Occidente, unidos por la violencia extrema. La obra comienza con la «Cuna de Esperma» en que el novato emperador es el hijo de mujeres poderosas en Emesa (Siria), donde los masculino y lo femenino se desdibuja, la disolución de los cuerpos, de los límites y la propia razón. Luego describió, en la «Guerra de los principios«, la potencia de la palabra, la tradición, los cultos, el «sello» de los pueblos en sus orígenes ancestrales, donde el choque cultural es inevitable. Finalmente, sobreviene «La Anarquía«; el vacío de poder y las disputas por la sucesión imperial, que los lleva a elegir a un jovenzuelo de una de las provincias súbditas. El propio poder lo mata con crueldad tras años de fiesta sin «superyó» (la culpa civilizatoria).

Hoy se vive la fiesta de la muerte en el norte de Siria y de Irak; conocieron la virulencia de la «nueva historia» cuando ISIS dinamitó Palmira y el Templo de Baal –como lo habían hecho los talibanes con el Buda gigante en un desfiladero de Afganistán–. El punto de inflexión fue el niño arrojado muerto por el Mediterráneo en la costa de la pétrea Turquía que no acoge y hace transitar a los civiles huyendo en botes y a pie hacia Europa.

De Habermas a Hannah Arendt se habla sin miedo de las razones del terrorismo y el mal superior que se repite en la historia: resentimiento de los derrotados y ocupados, dispersión de las potencias, ingenuidad banal, pobreza y falta de esperanza, luchas sectarias y mesianismo extraviado, desprecio cultural y resistencia a los códigos «modernos», lucha por oro (del dorado al negro), maquinarias de muerte, mercaderes, déspotas de diversos cuños, luchas de facciones fundamentalistas alejadas de la religión que es diálogo, respeto y presencia de Dios. Todo catalizado en el momento del madness (la locura colectiva), como las luchas fratricidas en la Guerra de Treinta Años a inicios del siglo XVII entre católicos y protestantes, como el cóctel de muerte entre sunitas y chiitas en el mundo islámico de hoy.

[cita tipo»destaque»]Hoy se vive la fiesta de la muerte en el norte de Siria y de Irak; conocieron la virulencia de la «nueva historia» cuando ISIS dinamitó Palmira y el Templo de Baal –como lo habían hecho los talibanes con el Buda gigante en un desfiladero de Afganistán–. El punto de inflexión fue el niño arrojado muerto por el Mediterráneo en la costa de la pétrea Turquía que no acoge y hace transitar a los civiles huyendo en botes y a pie hacia Europa.[/cita]

Las potencias, como ayer, actúan con bobería y la ceguera de los intereses, con falta de unidad y diálogo para regirse por el Consejo de Seguridad de la ONU. Rusos y gringos combatieron en Afganistán en la Guerra Fría armando a la «bestia de los talibanes” sentada en el opio. USA tuvo legitimidad tras el atentado a las Torres Gemelas para «liberar» a Afganistán de Al Qaeda. Comete luego el error de obviar a la ONU y la construcción paciente del consenso  para invadir Irak con la desestabilización que perdura. Ocupación y multiplicación del conflicto. Luego los USA tech camps promueven la salida de la autoritaria dinastía Siria; el Ejército Libre es superado por los fundamentalistas y volvemos a la Guerra Fría: Rusia con el gobierno Sirio, los «aliados» por botarlo: crece ISIS, imparable, ensuciando la fe joven en Alá (siglo VII) y haciendo vulnerables a las comunidades islámicas en el Viejo Continente a neonazis y xenófobos de ultraderecha. Como lo recordaba la comunidad islámica de Chile, la fe en Alá es pacífica y el terrorismo ofende la voluntad de Dios, «pero» hay causas del odio en la mala política exterior de las potencias. Verdad, como la de los franceses reivindicando la República y su tríptico de justicia, libertad y la esquiva «fraternidad universal».

Los poderosos tienen más responsabilidad y no habrá salida mientras los sauditas sunitas y los iraníes chiitas no pacten, mientras USA y Rusia no se sienten a buscar compromisos y pactos en Siria e Israel/Palestina, mientras Turquía e Irak teman a los kurdos, mientras no existan plazos y reconocimiento del otro. La «anarquía» o la fiesta de la muerte no se detendrán con bombardeos, como no se «pacifican» territorios con patrullaje en el sur del mundo.

Se requiere fuerza y política, cambios y negociación, racionalidades cruzadas y corresponsabilidad, autocrítica y reforma mental, aceptar «males menores» y no solo ver la maldad en el otro. Las víctimas civiles de París, Mosul y Kobane siguen esperando la conversión de los poderosos «camino a Damasco» o habrá que seguir haciendo hermenéutica del Heliogábalo de Artaud.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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