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TC y Gratuidad ¿Dónde queda la reflexión sobre la calidad?

Germán Díaz Urrutia
Por : Germán Díaz Urrutia Sociólogo y Master en Psicología Social, secretario ejecutivo del Comité para la Prevención de la Tortura.
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El fallo del Tribunal Constitucional, que en forma íntegra se conocerá el 21 de diciembre próximo, aparece como una piedra de tope más en el sinuoso camino del gobierno para acercarse a una progresiva y compleja fórmula que permita garantizar una educación pública, gratuita y de calidad. Con esto se corre el riesgo, una vez más, que la discusión quede reducida a criterios jurídicos y procedimentales y que los esfuerzos se malgasten en la consecución de acuerdos y concesiones de pasillo en desmedro de la activa ocupación reflexiva que una reforma de este tipo implica.

La gratuidad sólo tiene sentido en un horizonte que asegure un mejoramiento de la calidad educativa y revitalice el sentido profundo de la educación, no reducida a la mera adquisición de conocimientos y competencias técnicas, sino por el contrario, a la dotación de universos de sentidos, claves interpretativas y apertura hacia nueva posibilidad de conocer, hacer y estar en el mundo. Por ello se siguen algunas reflexiones sobre el tema de calidad educativa a fin de volver al problema de fondo de una de las reformas más vitales para el desarrollo del país.

[cita tipo=»destaque»]La verdadera crisis de la calidad educativa no radica en el aula ni en los estudiantes, radica en la mentalidad empobrecida de nuestros académicos, padres, directivos y políticos, que hemos llenado la educación de estructuras, de rentabilidad, de utilidad.[/cita]

Lo primero que es necesario decir es que más allá de los bajos y desiguales resultados alcanzados en las diversa mediciones sobre rendimiento educativo, que tanta fascinación e interés causan a los medios y a algunos expertos, la verdadera génesis de la crisis de nuestra calidad educativa pareciera estar radicada en una crisis bastante más amplia y compleja que como bien revela M. Waissbluth se ampara en más de 500 años de instituciones extractivas donde lo que prima es lo que se puede tomar de sistema y no lo que se puede aportar al sistema.

Desde ahí se cimienta un modelo educativo basado en la competividad, en la segregación y en un individualismo disfrazado de meritocracia, que hace olvidar que nuestros méritos, son siempre méritos de nuestra clase, de nuestra posición en el mundo, de la suma de infinitos esfuerzos y coincidencias de otros, que es como verdaderamente se desarrolla la vida, en una permanente colaboración entre especies, como aquella semilla que solo germina si es pasada por el tracto digestivo de otro organismo. Eso significaría volver a poner la vida y sus dinámicas al centro de lo educativo, y no el intelecto, como el punto de partida y de finalidad de todo proyecto educativo.

La crisis de la calidad educativa, no es una crisis de rendimiento, nunca nuestros estudiantes han sido tan sujetos de rendimiento como hoy en día. La crisis educativa no es una crisis de tecnología nunca nuestros estudiantes han estado tan preparado para manejar “al revés y al derecho”. Nuestra crisis educativa no es una crisis de falta de método, ya que nuca nuestro estudiantes han estado tan capacitados para adquirir por si mismo información y conocimientos en áreas ten específicas como complejas.

La crisis de nuestra calidad educativa es, ante todo, una crisis de humanidad, una crisis de negatividad como bien lo ilustra el Filósofo Byung-Chul Han, una crisis que niega el silencio y el aburrimiento fuentes por excelencia de inspiración y creación humana. Nuestra actual crisis de la calidad educativa es una crisis de profundidad, de philo-sophia, por eso bien dice el proverbio: “cuanto conocimiento perdemos por tanta información, cuanta sabiduría por tanto conocimiento…” La verdadera crisis de la calidad educativa no radica en el aula ni en los estudiantes, radica en la mentalidad empobrecida de nuestros académicos, padres, directivos y políticos, que hemos llenado la educación de estructuras, de rentabilidad, de utilidad. La “calidad”, es un concepto polisemántico proveniente de la raíz latina “qualitas” que podría traducirse como “lo que es”, “lo esencial”, “lo que hace propio”, la calidad no solamente apunta a una dimensión del intercambio (transaccional), sino también a una dimensión de lo vital, de la máxima expresión de todas nuestras “cualidades”.

Esto significa que no existirá calidad educativa sin que antes exista libertad educativa, sin que antes exista integralidad educativa, sin que antes aceptemos que cada quien florece cuando llegada su propia primavera, y que es la vida y no la ciencia, la que nutre nuestros anhelos de asombro, aprendizajes y descubrimientos.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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