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El año en que Chile perdió la inocencia Opinión

El año en que Chile perdió la inocencia

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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En 2015, Chile vivió un verdadero tsunami que dañó gravemente la confianza en las instituciones. Fue como si una ola gigante hubiera derrumbado nuestra propia autoimagen, pasando a llevar mitos y creencias asentadas desde siempre. El país más legalista y correcto de Latinoamérica, el país libre de la corrupción, el país de la libre competencia y el libre mercado, el país con una clase política a toda prueba, los “ingleses” de Sudamérica. La ola barrió con todo lo que encontró.


Exactamente hace un año, y como es tradicional, los medios de comunicación hacían sus primeros balances y las portadas de revistas, programas de radio y televisión nos mostraban sonrientes y alegres a aquellos personajes que gozaban de reputación y admiración entre la población.

Rostros a los que estamos acostumbrados a ver de manera frecuente e incluso conocemos su intimidad, familia, gustos y, por qué no decirlo, nos despiertan cierta curiosidad y una dosis de “sana” envidia. Me refiero a la elite criolla. La crème de la crème. Esos que parecían ser dueños indiscutidos de los rankings de fin de año, y cuya presencia era habitual en las páginas sociales. Ahí estaban Carlos Alberto Délano; Fulvio Rossi, Carlos Eugenio Lavín, Pablo Wagner, Jaime Orpis, Sergio Jadue, Sebastián Dávalos, Jovino Novoa, Ena von Baer, Natalia Campagnon, Eliodoro Matte, Patricio Contesse, Julio Ponce Lerou, Jorge Morel, Gabriel Ruiz-Tagle, Giorgio Martelli, Hugo Bravo, Cristián Wagner, Marco Enríquez-Ominami, entre mucho otros. En fin, lo mejor de lo nuestro.

Sin embargo, al poco andar, los veríamos nuevamente en portadas y titulares, pero esta vez desfilando en tribunales como imputados o formalizados. Algunos estuvieron en la cárcel, uno se fugó a Miami, varios están bajo sospecha –aunque insisten en que actuaron “de acuerdo con la ley”–, en Providencia tenemos un candidato menos a alcalde, otros están bajo arresto domiciliario, el CEP ya no tiene el mismo Presidente, el hijo y la nuera ya no saludan como rockstars al entrar a La Moneda; y, por último, Jorge Morel no recibirá este año el premio como ejecutivo representativo del “espíritu” de su empresa.

El país cambió bastante en un año. Seguramente muchos dirán que para mal. Yo creo lo contrario. Es necesario sincerar, transparentar, eso que estaba tan bien escondido debajo de la alfombra. Aquello que preferíamos no ver. Eso que no se comentaba en las reuniones sociales. Lo que se eludía en los premios al “mejor” en su categoría, que por cierto siempre recaían en los mismos. Esa verdad incómoda que era mejor enterrar, para seguir soñando que somos “distintos” a los otros.

[cita tipo= «destaque]La ola barrió con todo lo que encontró: la imagen protegida de la Presidenta, los empresarios más prestigiados (golpeando de paso al CEP y la Teletón), senadores, diputados, candidatos, hasta un ministro (quién iba a pensar que Rodrigo Peñailillo caería del último piso). La ola no perdonó nada. Así son los tsunamis.[/cita]

En 2015, Chile vivió un verdadero tsunami que dañó gravemente la confianza en las instituciones. Fue como si una ola gigante hubiera derrumbado nuestra propia autoimagen, pasando a llevar mitos y creencias asentadas desde siempre. El país más legalista y correcto de Latinoamérica, el país libre de la corrupción, el país de la libre competencia y el libre mercado, el país con una clase política a toda prueba, los “ingleses” de Sudamérica. La ola barrió con todo lo que encontró: la imagen protegida de la Presidenta, los empresarios más prestigiados (golpeando de paso al CEP y la Teletón), senadores, diputados, candidatos, hasta un ministro (quién iba a pensar que Rodrigo Peñailillo caería del último piso). La ola no perdonó nada. Así son los tsunamis.

Pareciera que hoy somos menos “OCDE” que antes. Pasamos a ocupar los últimos lugares en los rankings comparativos y de paso nos olvidamos que, en las democracias modernas, la transparencia no solo es ley, sino que también se vigila y las faltas e incumplimiento se castigan duramente. Chile se fue alejando del primer mundo y se instaló en un terreno que a muchos no les gusta. Parecía que estábamos más preocupados de compararnos en todo con Suecia, Estados Unidos y España, y finalmente descuidamos el barrio.

Es como si una burbuja nos hubiera envuelto y no nos dejara ver a nuestros vecinos. Reconozcámoslo, Perú y Bolivia han hecho lo suyo. Han logrado simpatía y solidaridad internacional en torno a sus reivindicaciones territoriales. Pero el problema no es de ellos, sino nuestro, ya que junto con “mirar para abajo”, nos atrincheramos en ese “legalismo” que tan pocos dividendos nos ha traído. Por suerte la Presidenta tomó la decisión –correcta, a mi juicio– de cambiar la estrategia eminentemente jurídica ante La Haya, por una más política, jurídica y comunicacional, pero todavía no es suficiente. Es necesario cambiar nuestra mirada y tener una visión más horizontal de la región.

Pero tras el desastre hay que levantarse e iniciar la reconstrucción. Hoy tenemos la oportunidad de hacer nuestro aporte para recuperar la confianza perdida y avanzar por ese camino durante el 2016. De una u otra forma los consumidores están haciendo lo suyo al no comprar productos “coludidos” y espontáneamente están enviando una advertencia a las empresas. Sabemos que en las próximas elecciones las candidaturas “millonarias” serán castigadas y las personas podrán, con su voto, premiar o rechazar ese tipo de conductas.

Los ciudadanos estarán más vigilantes y los políticos (ojo que unos pocos han dañado a muchos parlamentarios honestos, correctos y comprometidos) deberán aprender que siempre es mejor hablar con la verdad, y que las vueltas largas terminan perjudicando a aquellos que intentan eludir su responsabilidad o abusan de la puesta en escena al momento de declarar o ser formalizados. Por eso creo que sacar la “basura de abajo de la alfombra” es un primer paso para sincerar lo que somos como sociedad.

Un apunte final. Pese a todo lo que hemos conocido este año y que “parece”, “huele” y “se ve” como corrupción, estoy seguro que todos los chilenos estamos de acuerdo en que existe una institución en la que aún confiamos plenamente. Cuando nos jactamos que –a diferencia de otros países– un carabinero nunca aceptaría un soborno, estamos en lo cierto. Yo me atrevo a meter las manos al fuego por ellos, sin temor a quemarme, a diferencia de lo que le pasó a Hernán Larraín cuando lo hizo hace unos meses por los “Carlos”. Sin duda, todavía al senador le deben doler sus manos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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