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Chile atraviesa un momento crítico de desconfianza entre la sociedad civil y su clase política

Pierre Lebret
Por : Pierre Lebret Cientista político, experto en asuntos latinoamericanos, magister en cooperación y relaciones internacionales (Paris III), ex funcionario de la Agencia Chilena de Cooperación Internacional para el Desarrollo y ex consultor de la Cepal. Actualmente trabaja en una ONG para asuntos humanitarios.
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Dicen que de las crisis surgen las soluciones. Un hijo fuera de Palacio, una nuera condenada y una Presidenta afectada. Pero esta última fue la única en haber comprometido a toda la clase política en legislar desde el 2015 para combatir la corrupción y conflictos de intereses, lo que algunos definen aun como prácticas normales: “Si todos boletean, no es un delito, es una práctica aceptada”. Años de trampa y codicia: MOP-Gate, Chiledeportes, EFE, La Polar, colusión de farmacias y supermercados, colusión del papel higiénico, Penta, SQM, ausencia de justicia por tener apellido de “buena familia”, etc.

[cita tipo=destaque»]¿Por qué nuestros empresarios o políticos alaban tanto a los países del primer mundo? Los mismos que van de vacaciones una o dos veces al año al Viejo Continente, u otros destinos. Allá la carga tributaria es 15 o 20% más que la chilena, la educación un sinónimo de derecho y no de deuda.[/cita]

Hace meses ya, y por primera vez en la vida democrática chilena, la Presidenta anunció una agenda legislativa para instalar y exigir transparencia y ética, condenando el financiamiento ilícito de la política. Pero los senadores no tardaron en rebajar las penas de cárcel para quienes infrinjan la Ley Electoral. En este contexto, ¿cómo el “activo político” pedirá el voto de confianza a los chilenos en las próximas elecciones? Difícil, y la participación será baja, a menos que alguien surja con un mensaje de esperanza, con ética y desinterés por la riqueza económica personal. Pero parece que hay más de uno interesado en no darle paso a la esperanza.

Deberíamos celebrar el progreso social que significa el acceso gratuito a la educación. Ha costado tanto hacer entender que la educación es un derecho universal, ha despertado tanta oposición. Tantos fueron los que señalaron que la agenda de reformas tributaria y educacional iba a espantar la inversión extranjera, lo que resultó ser una pelea ideológica y no realmente centrada en el bienestar de la población.

¿Por qué nuestros empresarios o políticos alaban tanto a los países del primer mundo? Los mismos que van de vacaciones una o dos veces al año al Viejo Continente, u otros destinos. Allá la carga tributaria es 15 o 20% más que la chilena, la educación un sinónimo de derecho y no de deuda. Hoy es posible decir que el gobierno actual, a pesar del espíritu pesimista generalizado, ha realizado reformas transformadoras y esperanzadoras para la sociedad chilena: gratuidad de la educación, agenda de probidad, fin al binominal, voto de los chilenos en el exterior, etc. Michelle Bachelet ha sido el flanco de muchas críticas, pero logró concretar las esperanzas de su campaña en hechos visibles para el progreso de las futuras generaciones.

Sin embargo, hay un mensaje que aún no ha sido entendido en Chile: no puede haber estabilidad política sin justicia social, y menos sin ética. Y cuando las desigualdades, las injusticias o los retrasos de una sociedad no encuentran cambios, no hay ningún orden, por represivo que sea, que pueda resistir un alzamiento de la vida. Los chilenos deben atreverse a exigir más, y construir la esperanza colectiva, esa misma que la elite no ha querido promover y compartir.  ¿Revolución? ¿Elección? Independientemente del método, la homogeneidad de las elites en Chile o en Latinoamérica hace difícil una diversificación del ejercicio del poder político y económico, dejando la difícil tarea a la sociedad civil de empoderarse para exigir de sus autoridades un desarrollo más equitativo, y ética en el quehacer público. Al pueblo chileno debe decidir si quiere plasmar la esperanza necesaria, o, por inercia, dejar que todo opere igual.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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