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Reflexionemos el paro reflexivo

Por: Diego Villegas Aleksov, Estudiante de Derecho, Universidad Diego Portales


Señor Director:

Hace unos días comenzó a rondar la información respecto a las pretensiones de la Confech en relación al paro reflexivo convocado para este martes 17 de mayo. En un medio de prensa escrito, la vocera Marta Matamala, indicó que el objetivo es “profundizar demandas y la estrategia para este año”, lo cual me parece acertado, pero insuficiente en tanto la condición “reflexiva” del paro al que se está haciendo llamado.

Desde el inicio de las movilizaciones como estudiantes hemos fallado en las consideraciones con que hemos construido nuestro ideal de reformar la educación del país, especialmente en el ámbito universitario. En específico, siendo la gratuidad el principal grito de guerra, hoy en día ésta demanda ha dejado de lado discusiones que, me parecen, son incluso más importantes que el financiamiento y que con motivo de la actividad de este martes 17 debiesen ser tratados, me refiero a la problemática sobre los rasgos o misión que queremos de una universidad.

El debate, hasta el momento, ha sido superfluo. Expresiones tales como “rol público” son tan vagas y ambiguas como hablar de ética y moral; mientras que hacerlo respecto de estándares cuantitativos como números de profesores por estudiante, puntajes PSU mínimos, o años de acreditación, no dejan de ser menos superficiales. La cuestión es más profunda, y es vital para definir una reforma a la educación universitaria más allá etiquetas de nombres o exigencias de número.

La universidad se enfrenta a un desafío, redefinirse. Kant plantea en un texto titulado El conflicto de las facultades, por allá en 1798, que la universidad cuenta con un doble rol –esto a raíz de una clasificación que hace entre las facultades en relación a la escuela de filosofía–, a saber, en primer lugar, difundir, contagiar y atesorar el saber, lo que es casi evidente; y en segundo lugar, cuestionar de un modo crítico cuáles son sus posibilidades, lo que creo, no es realizado por todas. Esta distinción es profundizada por Carlos Peña en un diagnostico de la educación superior que realizó hace ocho años atrás llamado: ¿Obsolencia de la universidad moderna? Del conflicto de las facultades al capitalismo académico. En aquel escrito, plantea que las distinciones kantianas desembocan en los dos modelos de universidades que se desarrollaron en la modernidad, estos son, el modelo napoleónico y el modelo humboldtiano, o en otras palabras, la universidad que forma profesionales para un proyecto de emancipación política o la universidad de la ciencia, el conocimiento crítico y los cuestionamientos.

¿A qué se acogen las universidades chilenas? En su mayoría únicamente a lo primero pero de manera defectuosa, vale decir, la universidad se ha transformado en una especie de fábrica de profesionales, de productoras de cartón en interés del mercado. Entender el modelo napoleónico como mera producción de capacitados es un error, pues la primera pretensión de Kant, me parece, es siempre en beneficio de algo más, esto es, la sociedad. Así las cosas, por mucho que tengamos instituciones de educación superior que reproduzcan el conocimiento y aumenten las titulaciones, la universidad no estaría cumpliendo su rol si esto no se hace con un motivo, el que evidentemente, debe ser construido como país –lo que hasta hoy no se ha hecho– y no depender de las reglas de oferta y demanda.

¿Y en qué queda el examen crítico del modelo humboldtiano? En nada. Son contados con los dedos de una mano las instituciones que son capaces de cuestionarse a sí mismas no sólo como órganos, sino que más importante aún, respecto a lo que transmiten. Así entonces resultaría anecdótico notar en nuestras casas de estudio planteamientos como los que hace Searle respecto a la irrupción del posmodernismo en la universidad, o respecto a los valores que son los pilares fundamentales de éstas, según dice Peña en el texto antes indicado: desinterés institucional, comunismo de resultados, búsqueda de la verdad sin otra consideración, entre otros.

Por lo tanto, no cumpliendo del todo con el primer ideal kantiano, y con nada del segundo, vivimos una universidad semejante a lo que en su momento sugirió Readings: los profesores administran nuestra enseñanza, los profesores administran la investigación entre ellos, y la burocracia interna que administra todo también se llama administración. En definitiva, las casa de estudio se cierran, a ellas y a la sociedad.

¿Es prudente estando este problema sobre la mesa hablar sólo de gratuidad en el paro de este martes? Reflexionemos sobre el paro reflexivo, pues hoy en día la construcción de la universidad que queremos va mucho más allá de su financiamiento, es una cuestión de compromiso social que trasciende el corto plazo y que requiere sacrificio, no sólo en la calle, también frente a los libros.

Diego Villegas Aleksov, Estudiante de Derecho, Universidad Diego Portales

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