En 1860, un médico forense francés llamado Ambroise Tardieu empezó a observar, por primera vez, que un alto número de niños (desde los primeros meses de vida) presentaban una serie de lesiones graves en su cuerpo (incluso llegando a la muerte), no atribuibles a factores ambientales sino provocadas por otras personas.
Este médico analizó 632 casos de abuso sexual en niñas, 302 casos en niños, 555 casos de infanticidio, y muchos otros casos de niños que trabajaban en las minas, niños torturados por sus padres, y maltratos físicos graves normalizados por las prácticas de crianza de la época. Asimismo, descubrió lo que actualmente es una evidencia irrefutable: alrededor del 80-90% de los abusos son perpetrados por los cuidadores principales del niño.
Posteriormente, siguieron las investigaciones sobre los efectos psicológicos y físicos del trauma, donde en la actualidad se ha evidenciado, a través de estudios de enorme magnitud, que haber sido víctima de abuso (donde el número de eventos abusivos y la edad temprana del abuso son determinantes), se relaciona con los trastornos más graves de salud mental (alcoholismo, drogadicción, trastorno de personalidad, suicidios, depresión, promiscuidad, y otros) y físicos (cáncer, enfermedad del hígado, corazón y sistema digestivo, diabetes, obesidad, y otros).
Durante los últimos años, las investigaciones han estado centradas en conocer los mecanismos y efectos neurobiológicos y psicofisiológicos del abuso, el maltrato y la negligencia, demostrando que este se queda grabado en nuestro cuerpo y cerebro.
Considerando todo este enorme acopio de evidencia científica sobre la gravedad de los malos tratos extremos que sufren los niños, se podría pensar que ya es una realidad asumida. Pero la realidad, por ahora, solo sigue estando en las personas que investigan estos temas y en aquellos profesionales que trabajan diariamente con estos niños (aunque esto no siempre es el caso).
Más aún, existe otra realidad más oculta, a saber, que todos estos niños que sufren maltrato, viven en un estado de trauma crónico que va deteriorando progresivamente sus vidas, en todos los niveles de experiencia (biológico, emocional, cognitivo, psicológico y social). Pero los estudios han demostrado que nadie quiere usar la palabra “trauma” porque es un término que nos enfrenta a una realidad más dolorosa aún. Pareciera mejor usar eufemismos tales como “vulneración psicosocial” o, simplemente, quedarnos en el tipo de maltrato (abuso sexual, maltrato físico y negligencia).
Pero el hecho (y la evidencia) es que miles de niños, especialmente durante los primeros cuatro años de vida, sufren cotidianamente una experiencia crónica de trauma, y no solo por las tres condiciones anteriormente mencionadas, sino que por escuchar balazos, por ser testigos de violencia en la casa y violencia en su barrio, por haber estado hospitalizados, por no vivir con sus padres, por haber sufrido un accidente automovilístico, por haber sido víctima de o presenciado un asalto, por sentir dolor físico y/o emocional sin una respuesta de contención por parte de sus cuidadores, por desastres naturales (tales como los terremotos), por tener al padre o la madre privado de libertad, por bullying crónico, y muchos otros.
[cita tipo=»destaque»]En la actualidad, una de las preocupaciones principales en el tema del trauma es la actitud constante y continua de las personas, de los profesionales, de los gobiernos y de toda la sociedad, de no querer tomar conciencia de ese sufrimiento crónico de muchos niños. Esta conciencia aparece esporádicamente cuando hay noticias de casos de abusos (tales como el de Erika Olivera o de los niños institucionalizados en los centros dependientes del Sename). Pero así como tan súbitamente aparecen, tan súbitamente desaparecen.[/cita]
Entonces, en la actualidad, una de las preocupaciones principales en el tema del trauma es la actitud constante y continua de las personas, de los profesionales, de los gobiernos y de toda la sociedad, de no querer tomar conciencia de ese sufrimiento crónico de muchos niños. Esta conciencia aparece esporádicamente cuando hay noticias de casos de abusos (tales como el de Erika Olivera o de los niños institucionalizados en los centros dependientes del Sename). Pero así como tan súbitamente aparecen, tan súbitamente desaparecen.
Solo hasta que la sociedad chilena vaya aprendiendo la capacidad de tomar conciencia, responsabilidad y tolerar el dolor en la infancia, es que se producirá una verdadera protección de esta. Al final, quizás lo más difícil de tomar conciencia es la realidad de que la principal causa de ese dolor, somos los mismos seres humanos.