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La buena política


Estamos a pocos días de la elección de alcaldes y concejales y, al mismo tiempo, vemos cómo se empiezan a posicionar los interesados en disputar la elección presidencial del próximo año. Evidentemente, vivimos tiempos en que la crisis de legitimidad de la política y sus organizaciones y liderazgos ha llegado a límites superiores. Ello, probablemente, se traducirá en una bajísima participación de personas votando en las próximas elecciones.

Por su parte, en el surgimiento de liderazgos presidenciales observamos personas, como Alejandro Guillier, apoyados por un partido pero sin militancia política, con altísima popularidad y reconocimiento surgidos de una trayectoria en la televisión, pero sin una organización o doctrina que lo preceda o enmarque sus acciones.

Al otro lado del espectro está el ex Presidente Piñera, quien, luego de años de militancia en Renovación Nacional, renuncia a ese partido al ingresar a La Moneda y, después de concluir su mandato, opta por mantener su despliegue cerca pero independiente de los partidos de derecha. A él se agrega una serie de precandidatos en uno u otro lado que renuncian a sus partidos para competir “por fuera”.

Y, por último, tenemos a varios potenciales candidatos en la Nueva Mayoría, militantes de partidos, los cuales, sin embargo, sufren el desprestigio y desconfianza ciudadana.

Los partidos políticos han devenido en organizaciones humanas con preocupantes signos de descomposición. Las reformas legislativas introducidas en el último tiempo, esperamos, contribuirán a su recuperación. El deterioro de los partidos es atribuible a seres humanos concretos que, en muchos casos, con sus reprochables conductas han alejado a las personas de ellos.

Pero las causas de la descomposición tienen su origen en la intencionada estrategia de supresión y desprecio a la política organizada en la Dictadura y, desgraciadamente, en un cierto desinterés de la Concertación en hacerse cargo del problema. Fue típico de los 90 o 2000 escuchar a gente decir que votaba por las personas y no los partidos o el uso del adjetivo “político” peyorativamente para referirse a alguien o algo. El debate se mantenía al nivel de las políticas públicas, pero omitiendo el diálogo acerca de las doctrinas políticas en las cuales esas “políticas” se enmarcaban.

Varios vieron en lo anterior un fenómeno irreversible derivado de la postmodernidad, en virtud del cual no valía la pena hacerse la pregunta acerca de doctrinas o paradigmas políticos. Este diagnóstico lo desarrolla bien La Democracia Semisoberana de Carlos Huneeus o el más reciente esfuerzo de Daniel Mansuy, entre otros.

[cita tipo= «destaque»]Puesto en positivo, el desafío por reconstruir la política entendida como actividad, no de liderazgos solo personales, sino con organizaciones humanas sanas y fuertes, es fundamental. No basta tener buenas políticas públicas de excelencia, muy relevantes por cierto, si no tenemos partidos sanos y basados en esfuerzos doctrinarios. Fernando Atria y otros en la derecha o izquierda han demostrado que la necesidad de doctrina en política ha recuperado su pertinencia. La insistencia de Carolina Goic en el programa como condición previa de decisiones presidenciales apunta en la misma dirección.[/cita]

Ahora sabemos (o deberíamos saber) que la mala política no da lo mismo, que partidos decadentes, instrumentales, sin democracia o transparencia interna, desvinculados de la base social cotidiana le hacen muy mal a Chile. Puesto en positivo, el desafío por reconstruir la política entendida como actividad, no de liderazgos solo personales, sino con organizaciones humanas sanas y fuertes, es fundamental. No basta tener buenas políticas públicas de excelencia, muy relevantes por cierto, si no tenemos partidos sanos y basados en esfuerzos doctrinarios. Fernando Atria y otros en la derecha o izquierda han demostrado que la necesidad de doctrina en política ha recuperado su pertinencia. La insistencia de Carolina Goic en el programa como condición previa de decisiones presidenciales apunta en la misma dirección.

En este contexto, es de esperar que el surgimiento de liderazgos en las próximas elecciones contribuya al desafío de mejorar la política y sus organizaciones. Chile lo demanda.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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