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La radicalización del camino propio

Rodolfo Fortunatti
Por : Rodolfo Fortunatti Doctor en Ciencias Políticas y Sociología. Autor del libro "La Democracia Cristiana y el Crepúsculo del Chile Popular".
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La Junta Nacional DC del 29 de abril no votó por el camino propio ni por abandonar la centroizquierda. Lo que hizo el 63 por ciento de su asamblea —que no la unanimidad anhelada— fue respaldar la voluntad de la senadora Carolina Goic de ir a primera vuelta. Nada más y nada menos. Sin embargo, el giro dado por la colectividad el pasado fin de semana tras el alejamiento de Pablo Badenier como jefe de campaña, se propone consolidar la ruta irreversible hacia ese puerto. El golpe de timón dado este domingo responde a la necesidad de pureza identitaria que se le quiere imprimir a la campaña. Y el perfil de los tres nuevos coordinadores que vienen a sucederlo así lo confirma.

Jorge Burgos representa la política de ruptura con el gobierno de Bachelet, con la Nueva Mayoría, especialmente con los comunistas, y, por cierto, con todos aquellos que acusaron alguna autoría en la apología de la retroexcavadora. Burgos personifica al laguismo democratacristiano. Es la evocación tardía de los primeros años de la transición democrática. El puente tendido hacia los liberales de la ex Concertación, hoy en franca retirada a sus los cuarteles de invierno.

[cita tipo=»destaque»]La radicalización del camino propio se revela así como el diseño de largo plazo —no refrendado por ninguna instancia superior— que, de paso, dinamita los pocos atajos que van quedando para arribar a un acuerdo de colaboración con la centroizquierda.[/cita]

Juan Carlos Latorre, como presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América, es el nexo con los partidos de derecha que actualmente confluyen en el cosmopolita centro reformista, eje del sistema de coaliciones que se pretende reproducir en Chile. Latorre, que en 2009 fue el más renuente de los timoneles de la Concertación a un entendimiento de Frei con Enriquez-Ominami de cara a la segunda vuelta, abriga la convicción, por lo demás ampliamente difundida, de que la coalición de centroizquierda es una trampa para la falange y un daño a su identidad.

Por último, Eduardo Saffirio pertenece a la tradición conservadora neoconfesionalista que —junto a Soledad Alvear, Carlos Massad, Sergio Micco, Patricio Zapata, entre otros— se ha opuesto al proyecto de interrupción voluntaria del embarazo en tres causales. Saffirio es de los que hubieran deseado que los parlamentarios y militantes del partido rechazaran este punto programático de la Nueva Mayoría y subordinaran su voto a lo que la iglesia Católica entiende por conciencia recta, informada y responsable. Por su fundamentalismo doctrinario, Saffirio será pues el cedazo que frenará en su origen los signos de mezcla, mestizaje y contaminación progresistas que pudieren exhibir los contenidos programáticos.

La radicalización del camino propio se revela así como el diseño de largo plazo —no refrendado por ninguna instancia superior— que, de paso, dinamita los pocos atajos que van quedando para arribar a un acuerdo de colaboración con la centroizquierda.

Las tensiones que sobrevendrán provocarán en la militancia una fragmentación mucho más severa que esa que, a instancias de una política de hechos consumados, está padeciendo la mesa directiva nacional, paradójicamente elegida como opción unitaria para unir al partido.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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