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Metro, machismo y desconfianza

Martín Canessa
Por : Martín Canessa Egresado Derecho PUC
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Un par de semanas atrás. Metro de Santiago. Hora punta. Me subo con una chaqueta colgada del brazo doblado, mano a medio pecho. Todos apretados. En Baquedano se baja medio vagón, se sube el doble de gente. En esa lata de sardinas, quedo apretado contra una cabra como de mi misma edad. Durante unos segundos, mi mano quedó apretada contra su pechuga. Me apuré en sacarla y, cuando lo hice, sentí que lo mínimo era pedirle disculpas, a pesar de la incomodidad. Todavía entre los empujones de quienes intentaban subir, lo hice, con autoconciencia casi incapacitante y mi mejor sonrisa nerviosa-buena-onda.

La reacción, obvio, no fue la que esperaba. Me dedicó una de las miradas de odio más duras que he recibido en tiempo, seguida de una mueca de asco y un incómodo intento de escape a otro lado del vagón. No llegó muy lejos, demasiada gente. Resultado: el par de estaciones que nos restaban por recorrer juntos se me hicieron eternas; no quiero ni pensar para ella.

Mis primeras sensaciones fueron una mezcla de vergüenza y rabia. Vergüenza, porque la reacción más usual ante estos roces incómodos en el metro – accidentales o intencionales; mala suerte los primeros, abusos los últimos –parece ser hacerse el loco y simplemente moverse; mientras que yo, contra ese sentido común, no respeté aquella silenciosa convención. Rabia, no sólo porque no fue la reacción esperada, sino principalmente por la sensación de ser victimario sin serlo, porque esa mirada era en verdad acusatoria… y yo no tenía nada de culpa. Mi única culpa en la situación: ser hombre. Y las disculpas, por supuesto, eran incapaces de cambiar aquello. Al revés, fue como si ese contacto visual y el nervioso “chucha, perdón” reiteraran lo que ella percibió como agresión, fue como si yo se la enrostrara. Una honesta disculpa por un accidente convertida en un cínico regodeo de un abuso que no era. Todo eso me pareció tremendamente injusto.

Es que, en la cultura machista, las mujeres deben aprender rápidamente que todo hombre es potencial depredador en una ley de la selva que se aplica a todos los tiempos y a todos los lugares.

[cita tipo=»destaque»]El machismo es terrible por tantas razones. Una de las menos conversadas es la desconfianza. Quizás porque no es tan evidente o por ser menos impactante, versus los abusos, violaciones, femicidios, o incluso la presencia mediática de la cultura de la violación. También nos escandaliza menos, porque la desconfianza es una defensa, una suerte de medio de supervivencia que las mujeres han tenido que adoptar ante el machismo imperante. Pero no podemos perdernos: la desconfianza es el despeñadero de toda sociedad.[/cita]

Cuántas veces a ella, en ese mismo trayecto, le habrán corrido mano; cuántas veces habrá callado por impacto o miedo; cuántas más no se habrá atrevido ni a mirar al abusador. Súmenle a eso las experiencias de sus amigas, las cosas de las que se enteró por televisión y todas las ocasiones en que escuchó de alguien que la culpa fue de la mujer. La rabia y vergüenza iniciales, tan centradas en mí, dieron paso a la empatía. Y la empatía trajo consigo una sensación casi de angustia… su tan legítima angustia de sentirse acorralada en un vagón de metro.

El machismo es terrible por tantas razones. Una de las menos conversadas es la desconfianza. Quizás porque no es tan evidente o por ser menos impactante, versus los abusos, violaciones, femicidios, o incluso la presencia mediática de la cultura de la violación. También nos escandaliza menos, porque la desconfianza es una defensa, una suerte de medio de supervivencia que las mujeres han tenido que adoptar ante el machismo imperante. Pero no podemos perdernos: la desconfianza es el despeñadero de toda sociedad.

Si aspiramos a cualquier modelo de sociedad que valga la pena, es decir, uno que asigne importancia a lo común, que descanse en la capacidad de construir juntos, de colaborar, de crecer sin dejar a nadie atrás; si no creemos en un mundo del todos contra todos, en el individualismo de el-hombre-es-lobo-para-el-hombre; incluso si lo que buscamos es reconquistar la política como lugar y posibilidad del ejercicio de voluntad colectiva… la confianza es la piedra angular. Sin confianza no hay cohesión y sin cohesión no puede haber comunidad.

De niño me enseñaron que la confianza es un regalo que no se gana, pero que sí se pierde y que cuesta mucho recuperar. Llevamos mucho tiempo perdiéndola, de tantas formas. La mentira y falsas promesas, las colusiones y demás artimañas que inventan los poderosos para no cumplir la ley, la explotación, la corrupción política, la xenofobia y toda forma discriminación, la post-verdad, el abuso y el abandono, la marginación, la violencia… el machismo. Creer en la posibilidad de construir una comunidad no puede sino llevarnos a romper toda estructura de opresión. El sueño de una sociedad de todos y para todos se juega también en la lucha por una sociedad feminista.

A la mujer del metro: no te voy a pedir perdón por haber transgredido el silencio, ni por habernos causado incomodidad; mucho menos por ser varón. Es más, quiero seguir haciéndolo, disculpándome nerviosamente, rompiendo todos los demás tabúes inútiles que me encuentre, esas complicidades indebidas con que el machismo desnaturaliza la sinceridad, asegurando tu victimización. Sí te voy a pedir perdón por lo que tus compañeros en la sociedad te hemos enseñado acerca de viajar en transporte público, de caminar por la calle; por haber dejado pasar tantas veces los abusos sin decir nada, por haber sido, otras, victimario sin saberlo, o más bien sin pensarlo; por ser cómplice de una cultura que te exige desconfiar para sobrevivir. Ojalá la próxima vez que nos topemos en el metro podamos mirarnos a los ojos, con pudor, pero también con franqueza. Que un sencillo y honesto “chucha, perdón” valga por esa vez y por todo lo demás, que nos sacuda de encima el machismo. Ojalá nos volvamos a regalar el confiar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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