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Acoso sexual en Hollywood… veinte años después

Adriana Guila Sosman
Por : Adriana Guila Sosman Escuela de Psicología UDP
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Están en las noticias de los últimos días rostros de afamados actores, admirados productores y controversiales políticos acusados de acoso sexual a mujeres, especialmente en el contexto laboral. Los tan controversiales casos de Dustin Hoffman o Harvey Weinstein, no dejan de llamar la atención principalmente porque son hombres famosos y con gran poder, que utilizaron este poder para dominar y doblegar a sus víctimas.

Algunos ofrecen disculpas después de años y años de prácticas abusivas en las que los deseos y aspiraciones de algunas mujeres debían sortear los obstáculos y trampas del acoso sexual para poder desarrollar sus carreras profesionales. Hoy en día estos hombres asumen su responsabilidad, con la cabeza gacha ante la opinión pública, sin embargo, esto hace un par de años no ocurría así, era una práctica habitual, naturalizada por hombres y mujeres.

De manera transversal, en distintos territorios del mundo público como la universidad, la política y el teatro, las mujeres debían pagar una cuota para estar presente en ese mundo que antes no les correspondía. El precio era caro y sigue siéndolo solo que ahora es más posible denunciar y que la comunidad respalde estas denuncias. En palabras de Wise y Stanley (1992), “el acoso sexual sería el resultado del temor de los hombres a la diferencia que representa la mujer y de su impulso de penetrarla, ya sea literal o simbólicamente, y así colonizarla: de ese modo, pasa a ser suya, por lo que ya no es diferente ni amenazadora”.

[cita tipo=»destaque»]o ya no podemos esperar veinte años para hacer justicia, no podemos apartar la mirada, naturalizar, ser cómplices, porque al serlo, nuestros hijos e hijas heredarán esa misma sociedad en la cual actrices, estudiantes y periodistas (por nombrar algunas) debieron tolerar el abuso y el acoso en silencio para sobrevivir, para poder trabajar, para ingresar al mundo público.[/cita]

Esta colonización del territorio femenino es una realidad tan patente, tan ominosa, que las mujeres que denuncian los acosos ocurridos en Hollywood lo hacen veinte o treinta años después de ocurridos y no los hacen solas, sino que acompañadas y de la mano de otras mujeres que vivieron la misma experiencia. El susurro tímido de una mujer, luego se transformó en un grito de varias voces, dando fuerza a otras que aún siguen en silencio, para que puedan finalmente hablar.

Existe otro escenario aún peligroso, todavía oscuro y que esconde violencia y ese es el ámbito privado, el hogar, la familia. Es en este lugar en el cual las parcelas de poder parecen menores, no son grandes empresarios, políticos o cineastas, pero en su pequeño terreno de dominación se erigen como propietarios, cosificando a las mujeres, ejerciendo violencia. Algunas de estas mujeres, de a poco, lentamente, no la mayoría, han podido escapar y denunciar lo que han padecido, sin embargo, aún nos queda por comprender y mirar qué sucede con los hijos e hijas de estas relaciones, estos hijos e hijas de separaciones traumáticas y conflictivas. Estos niños y niñas son los herederos de dinámicas de pareja poco sanas, de historias de sufrimiento y violencia que tiñen inevitablemente el vínculo que tendrán con sus progenitores.

La colonización del hombre que acosa y abusa sexualmente muchas veces se extiende no sólo a las mujeres como sus objetos y posesiones, sino que a sus hijos e hijas. Por eso ya no podemos esperar veinte años para hacer justicia, no podemos apartar la mirada, naturalizar, ser cómplices, porque al serlo, nuestros hijos e hijas heredarán esa misma sociedad en la cual actrices, estudiantes y periodistas (por nombrar algunas) debieron tolerar el abuso y el acoso en silencio para sobrevivir, para poder trabajar, para ingresar al mundo público. No podemos esperar veinte años más para hablar, ni esperar que otros hablen para hablar, porque el poder que detentan los abusadores famosos y no famosos, violenta, vulnera y siempre va en aumento.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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