Se requiere calma y ecuanimidad para interpretar los resultados electorales del domingo 19 de noviembre. Pero esa no ha sido, a mi juicio, la tónica prevaleciente durante los días posteriores a la elección.
Resulta crucial internalizar que el FA puso en marcha la construcción de un programa presidencial que presentaba un diseño participativo y deliberativo nunca antes visto en la historia política de Chile. Esto les permitió capitalizar una parte de la población que está descontenta con la forma tradicional de hacer política y con los partidos políticos tradicionales – particularmente en el electorado más joven, menor de 35 años de edad – en una coyuntura en que la sociedad chilena está mayoritariamente desencantada de la política y hastiada de los “políticos tradicionales”. Es decir, capitalizaron –inteligentemente, y quizás sin quererlo – el desprestigio de la actividad política. Como complemento, el estilo amigable, no confrontacional, y el carisma de su candidata presidencial – joven y desligada de los partidos políticos de antaño- resultaron funcionales a aquello.
Pero esto no necesariamente implica que todo el electorado del FA avale el contenido del programa de gobierno del FA, menos todavía en una coyuntura en que las expectativas de la inmensa mayoría de los votantes del FA eran que no tenían posibilidad alguna de ser parte del próximo Gobierno (lo cual deprecia la importancia del Programa de Gobierno para el votante promedio). No se cuenta con estudios que permitan estimar cuánto del porcentaje obtenido por Beatriz Sánchez corresponde a el “voto duro” del FA – en el sentido de que votó por ella porque avala los contenidos de su programa – y cuánto corresponde más bien a este nuevo estilo de participación política que entrenó el FA en la confección de sus bases programáticas de Gobierno, a la subsecuente capitalización de parte del electorado descontento con las formas tradicionales de participación política, y a las características de su candidata presidencial.
[cita tipo=»destaque»] El hecho de que en las elecciones presidenciales y parlamentarias del domingo 19 de noviembre haya emergido un nuevo conglomerado político de izquierda en Chile no implica que un 40% de la población chilena se haya expresado electoralmente por transformar a Chile en una economía socialista centralmente planificada, parecida poco menos que a la actual economía Venezolana. Tampoco implica que el centro político haya prácticamente desaparecido y que, súbitamente, Chile se haya transformado en un país de extremos. Estas son exageraciones que no se corresponden con la realidad.[/cita]
A priori, nadie puede descartar que sólo (digamos) la mitad de la votación obtenida por Beatriz Sánchez – es decir, 10 puntos porcentuales – correspondería a dicho “voto duro”. Por otro lado, sólo una parte de la votación obtenida por Alejandro Guiller refleja realmente una adhesión genuina al Gobierno de la NM; otra parte es una votación “anti Piñera” que no se identificaba con los otros candidatos de izquierda ni con la DC.
En consecuencia, inferir, a partir de simplemente sumar la votación de Beatriz Sánchez con la de Alejandro Guiller, que un 40% del electorado chileno está por un modelo de desarrollo esencialmente diferente al que ha seguido Chile durante los últimos 25 años, que un 40% no está a favor de un proceso de modernización inserto en un sistema capitalista, con una economía social de mercado, sino que está por la “retroexcavadora” y por arrasar con todo lo construido durante los Gobiernos de la Concertación, es una conclusión profundamente equivocada, que conducirá – nuevamente – a una lectura errónea de las preferencias de los chilenos.
Tampoco se puede concluir – por razones esencialmente equivalentes – que los resultados de estas elecciones indiquen que Chile dejó de ser “un país moderado”, que el 40% del electorado rechaza la idea de gobernar a través de acuerdos políticamente transversales (cuestión que, por lo demás, será inevitable, dada la nueva conformación del Congreso) y que Chile se transformó en un país sin un “centro político”. Cosa distinta es que el electorado potencial de dicho centro político no se haya visto interpretado por los actuales partidos políticos y / o candidaturas presidenciales que participaron en la contienda electoral.
En suma, el hecho de que en las elecciones presidenciales y parlamentarias del domingo 19 de noviembre haya emergido un nuevo conglomerado político de izquierda en Chile – el Frente Amplio, de composición política algo heterogénea y cuya permanencia en el tiempo requiere de un proceso de consolidación que está en sus inicios – no implica que un 40% de la población chilena se haya expresado electoralmente por transformar a Chile en una economía socialista centralmente planificada, parecida poco menos que a la actual economía Venezolana. Tampoco implica que el centro político haya prácticamente desaparecido (aunque sí que está sub representado por la actual DC) y que, súbitamente, Chile se haya transformado en un país de extremos. Estas son exageraciones que no se corresponden con la realidad.