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Las vallas de La Moneda

Por: Rodrigo García


Señor Director:

El jueves pasado y para sorpresa de muchos, fueron retiradas las vallas que por largo tiempo circundaron el frontis de La Moneda impidiendo que los peatones circularan libremente por la Plaza de la Ciudadanía. Las barreras se encontraban dispuestas desde 2012, y aunque fueron retiradas a intervalos, permanecieron durante todo el gobierno anterior: diversas marchas y protestas con eje en la Alameda y el palacio de gobierno motivaron su instalación, acciones como las marchas de los estudiantes -sistemáticas desde 2011-, el ingreso de un grupo de ellos al patio de los cañones en 2016, así como las manifestaciones de los empleados públicos en noviembre de ese mismo año, definieron su perpetuidad.

La orden de retirarlas la dio el Presidente Piñera con el objetivo de devolver este espacio a la ciudadanía, intención que está en la esencia original del proyecto ejecutado por el arquitecto Cristián Undurraga, quien además buscó realzar el edificio de Toesca y los que lo flanquean, en su mayoría sedes ministeriales. La planimetría del lugar jamás previó ningún sistema de límites, por lo tanto, cualquiera sea el que se instale, desvirtúa no sólo su diseño, también, y sobre todo, su espíritu como punto de encuentro cívico en un lugar cargado de simbolismos. Así, sólo se podría pensar en un sistema de cierre provisorio e instalado de manera excepcional, algo que para pesar de ciudadanos y turistas –quienes se vieron privados de acortar camino por la diagonal o tomarse una foto cerca del palacio-, decidió mantenerse, afeando y ensuciando el espacio.

Varios nos preguntamos hasta cuándo podremos disfrutar las bondades de este lugar que, valga decirlo, todos tenemos derecho a usar, esperamos que sea por mucho y que cuando se vuelva necesario cerrarlo –por las razones que sea-, se haga efectivamente de manera transitoria. Tal vez el punto de quiebre de esta medida no se encuentre en la población y sus masivas y válidas manifestaciones, sino en replantearse las rutas para su desplazamiento rompiendo con el mito de que toda muestra de opinión o descontento debe transitar por la avenida principal de la ciudad. Es necesario entender que los costos de imagen y fuerza política son, en ocasiones, mayores a los potenciales beneficios de visibilidad o impacto mediático en cuanto afecten negativamente al resto de la población.

Rodrigo García

Académico Escuela de Diseño

Universidad Diego Portales

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