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Kast que ladra no muerde Opinión

Kast que ladra no muerde

Cristián Valdés Norambuena
Por : Cristián Valdés Norambuena Investigador Universidad Católica de Lovaina Militante RD
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José Antonio Kast es un político que como un fantasma ronda hace varios años la escena política chilena, logrando en la última elección presidencial, más que una abultada votación, un punto de atención y significación respecto a la subsistencia de ideas ultraderechistas que, ingenuamente, parecían desterradas de la opinión pública chilena o, al menos, de la derecha más visible, como RN y la UDI.

Sin embargo, con la reciente inscripción de su Partido Republicano se ha generado un cierto nerviosismo en estos conglomerados de derecha, ante los eventuales apoyos o fugas de militantes atraídos por su eventual potencialidad política, cosa que no habla de una falta de lealtad, sino más bien de la certeza que muchos de esos militantes, incluidos diputados y senadores en ejercicio, también piensan de ese modo, pero que por complejo político o conveniencia electoral no se habían permitido decirlo y defenderlo.

Entonces, el gran mérito de Kast es haber sido el primero en expresarlo después de décadas, logrando ventilar una visión de sociedad anclada en el militarismo y autoritarismo chileno decimonónico, pero que una derecha de neoliberales y mercachifles había omitido por completo.

Por lo mismo, para que Kast logre realmente enarbolar las banderas de la ultraderecha chilena y que sea un político realmente merecedor del nerviosismo que hoy genera, tendría que superar su carencia fundamental de carisma, de oratoria, de frases motivadoras y de toda la parafernalia necesaria para mover masas a partir del delirio de soluciones mágicas, cuestión bastante compleja en su caso, no solo porque no posee dichas competencias políticas sobre la sensibilidad, sino además porque ante una sociedad radicalmente desmovilizada poco queda por hacer ante las eventuales tareas de mediano y largo aliento que ameritaría la implementación de un proyecto de estas características, que, dicho sea de paso, no se conoce, salvo una aparente similitud con lo que debería llegar a pasar en el Brasil de Bolsonaro.

Lo realmente peligroso es que distraídos con Kast no logremos poner coto político a un líder carismático y de oratoria fácil que eventualmente pudiera aparecer como una nueva Bachelet arriba de su propia tanqueta populista, que en los últimos metros de la carrera electoral logre arrastrar a una gran masa de chilenos legítimamente disconformes con una política de lo inmediato, lo fácil y lo violento.

Es cierto que la ultraderecha ha reflotado en muchas partes del mundo, pero en muchos de estos países también ha reflotado un sentimiento ciudadano de alerta ante lo que ello significa, instalando dispositivos políticos transversales para evitar su crecimiento y expansión, aislándolos y presionándolos social e institucionalmente –el “cordón sanitario” como le han llamado en países como Bélgica–, en consideración de la experiencia nefasta que ha dejado en todos los lugares en los que ha accedido al poder.

El problema es que en Chile no estamos haciendo nada, a lo mucho caricaturizando y conformándonos con gritos y carteles, pero en términos concretos todos estamos un poco como la UDI y RN, sin saber qué hacer y dando palos de ciego, cuando lo que se necesita es estrategia política y de una vez por todas abordar la cuestión de fondo: el enorme malestar social que es caldo de cultivo de estos populismos.

De lo contrario, solo atacamos el síntoma, pero no la causa, de la cual Kast no es más que una pequeña expresión, pero el punto de inicio de algo que finalmente podría transformarse en una catástrofe social, salvo que aún pensemos que lo que ha pasado en Brasil sea una mera casualidad de la cual Chile no tiene nada que aprender.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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