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El rodeo y el día de la marmota Opinión Crédito: Agencia Uno

El rodeo y el día de la marmota


Tal como sucede en la cinta protagonizada por Bill Murray, una laberíntica discusión se repite año tras año hasta el punto incluso de pensar que nos desayunamos con el mismo día en una especie de círculo vicioso ad infinitum. El rodeo es una vieja práctica nacida en los campos del Valle Central y su origen radica en la antigua tradición de separar el ganado e identificarlo entre cada uno de sus dueños, grandes propietarios o latifundistas por cierto. Junto con ello, se recurría a juegos de destreza que eran del beneplácito de las autoridades coloniales y los patrones. No está de más decir que a ambos grupos los dividía una delgada línea y era bastante común que dueños de fundo detentaran el poder político.
Con el paso de los años aquella práctica se fue institucionalizando y adquiriendo cada vez más notoriedad y la independencia no fue más que un continuo en la manera de concebir el rodeo: se valoraba, se relevaba e incluso se promovía como una tradición ecúmene, daba lo mismo si en Punta Arenas, miles de kilómetros más al sur, no hubiese clima templado de estación seca prolongada, igual se debía contar con una media luna.
Llega 1962 –el año del mundial y el rock de Los Ramblers– cuando el rodeo es oficialmente declarado como deporte nacional.
Varios lustros más tarde comenzó de forma paulatina a abrirse un debate sobre la obsolescencia del rodeo y el continuo maltrato hacia los animales que protagonizan el espectáculo. Incluso algunas comunas recientemente optaron por prohibir el espectáculo; fue el caso de Recoleta, mientras que en Las Condes el alcalde Joaquín Lavín intentó infructuosamente sacar las exhibiciones de la comuna.
Creemos que el rodeo en si está obsoleto, ¿Por qué debe mantenerse la exhibición de colleras que atentan contra la salud de los animales? O si fuera por tradición, ¿Por qué no se mantuvieron legales hasta nuestros días las peleas de gallos si “tradicionalmente” vieron la luz durante todo el periodo colonial? Algunos defensores manifiestan que se vela por la salud de los bovinos y equinos involucrados, incluso, existen planes de bienestar en criaderos y haras. Ese no es el punto, es la imagen sobrecargada de estrés y sometimiento involuntario del animal. Ningún veterinario, por más prestigio y doctorados que posea, es capaz en estos tiempos de trabajar con el estrés vivido en una medialuna.
Es sabido que existe esta especie de doble moral respecto a los animales, es decir, unos son más “valiosos” que otros. Unos son mascotas, otros son ganado. Pero bajo nuestra mirada no existe una distinción arbitraria. Cualquiera quedaría estupefacto al ver un rodeo que en vez de tener a vacas y caballos como protagonistas, este fuera entre dos tiernos perros poodle y un oso panda prestado por el Buin Zoo.
Las sociedades avanzan, maduran –se supone– y viejas prácticas que conllevan la barbarie como mantra no juegan el mismo rol social de antaño, las medialunas se vacían, ya no convocan el mismo público de antaño. Los recientes ataques incendiarios no contribuyen a eliminar el rodeo, al contrario, ayudan a los involucrados mostrándolos como víctimas del delincuente común y a su vez alimenta el espectáculo televisivo siendo los matinales los animadores del triste show.
En fin, es necesario sentarnos seriamente a debatir, ya no a través de los caracteres trasnochados de twitter, que más que ayudar, transforman el tema en un tétrico guion típico de El Día de la Marmota…una y otra vez.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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