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Las semánticas del poder Opinión

Las semánticas del poder

Mauricio Onetto y Rodrigo Torres
Por : Mauricio Onetto y Rodrigo Torres Mauricio Onetto Pavez, es Doctor en Historia y Civilizaciones por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS), París. Miembro del Instituto de Estudios Sociales y Humanísticos (IDESH) de la Universidad Autónoma de Chile Rodrigo Torres es Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de París 1“Panthéon-Sorbonne”) Miembro del Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Juventud de la Universidad Católica Silva Henríquez
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“Este fue un año duro y difícil y sin dudas dejó heridas en el cuerpo y alma de nuestro país”,  Mensaje de fin de año del Presidente Sebastián Piñera (31-12-2019)

“La violencia en las manifestaciones tienen consecuencias, no son actos románticos, ni heroicos como han señalado algunos medios, quienes lo propician, sino que es jugar con fuego” , Declaraciones del General Enrique Bassaletti sobre el incendio del Cine Arte Alameda, (30-12-2019)

 A lo largo de los dos meses que han pasado desde el estallido social, hemos sido testigos de un particular uso retórico por parte de la esfera del poder (clase política, autoridades de gobierno, autoridades policiales, etc.) para interpretar lo ocurrido. La particularidad retórica no solo radica en la completa disonancia con la realidad que vive la mayoría de las y los chilenos, sino que, además, en lo desacertadas de las intervenciones de algunas autoridades en los medios que, a nuestro parecer, ha fomentado, desde el simbolismo político, la respuesta violenta de una parte de los manifestantes.

En efecto, pensamos que hay algún grado de relación y, por ende, de responsabilidad política, entre los discursos y representaciones hechas por quienes detentan algún nivel de poder (expresadas en el marco de una violencia simbólica) y la respuesta social que ha derivado en las expresiones de violencia vistas durante el proceso de movilización.

Podríamos enumerar y describir varios casos que han generado polémica. Tomemos por ejemplo lo acontecido el 16 de octubre cuando Clemente Pérez, presidente del directorio de Metro durante el gobierno de Michelle Bachelet, se dirigía a los estudiantes y a su estrategia de manifestación mediante la evasión con un coloquial “Cabros esto no prendió”. La frase, que ya es un ícono sobre cómo la clase dirigente no comprendió el malestar que dio inicio al proceso de movilización, cobró sentido cuando pocos días después varias estaciones de metro “prendieron” en llamas producto del descontento ciudadano. Prácticamente un mes después, el 22 de noviembre, el general de Carabineros Enrique Bassaletti, en respuesta a las críticas y denuncias sobre las prácticas de las fuerzas policiales en las manifestaciones, realizaba una analogía entre los ataques de la policía con balines a los manifestantes y el tratamiento contra un “cáncer”, justificando la falta de respeto a los protocolos y a los DDHH con la siguiente frase: “se matan células buenas y células malas”. A pesar de pedir disculpas públicas sobre sus dichos, la frase no deja de representar la movilización social como una enfermedad, la cual debe ser enfrentada independiente del daño a ser producido. Por otro lado, el 25 de noviembre la ministra de Educación, como consecuencia de unos cánticos de niños en un colegio, comunicaba a la opinión pública que mandaría un proyecto de ley para castigar el “adoctrinamiento político” en los establecimientos. Pocos días después, ella acudía con un grupo de niños en edad preescolar para cantar el cumpleaños feliz al Presidente Piñera.

Las críticas a cada una de estas declaraciones no se dejaron esperar, no solo por los errores comunicacionales que exhibieron, sino que también por manifestar una falta de empatía con respecto a las demandas ciudadanas y una desproporción en relación a lo que ocurría en el país para cada momento en que se transmitió. Uno de los ejemplos más relevantes sobre este punto es la importancia que dio el Gobierno a expresiones como “el que baila pasa”, catalogándolas como violentas o inaceptables, superponiéndolas a sucesos como el protagonizado por el estadoudinense John Cobin, supremacista blanco quien disparó a un grupo de manifestantes que le pedían bailar, provocando una batalla campal en las calles de Viña del Mar. Nadie castigó este hecho de suma gravedad, sino que, al contrario, la energía de las autoridades continuó centrada en criminalizar “lo del baile”, representándolo en su discurso como una acción más violenta que la acción de Cobin o que las prácticas de represión policial denunciadas por los informes internacionales en materias de DDHH. Coincidimos con que lo del baile para muchas personas puede no corresponder, pero las proporciones en política deben cuidarse, puesto que en caso contrario legitiman consignas que otorgan sentido a un lenguaje que violenta la propia historia, como cuando vemos en la calle frases que dicen que “Chile es una dictadura” o “Piñera Genocida”. El efecto de cambiar los ejes comunicativos o de que se haga nula referencia a un hecho como el de Cobin provocó que el descontento se haya acrecentado y que una sensación de impunidad se impregne en todo aquello con lo que la ciudadanía no se siente representada.

De inmediato surgen algunas preguntas como ¿cuál es el denominador común de todas estas desacertadas expresiones de las autoridades?, o ¿qué grado de responsabilidad política se les puede imputar al provenir estas frases de quienes son las y los responsables de administrar el poder? En suma, ¿en qué medida la violencia vista en las calles es en parte una respuesta a la violencia que estas frases han provocado en el sentir de la población? Con esto, nos referimos a si ¿se podría establecer una relación entre la frase del “no prendió” y los incendios en las estaciones de metro? ¿se pueden ligar la violenta “funa” que recibió el Ministro de Salud a sus palabras sobre que el sistema de salud chileno es “uno de los mejores del mundo”? O, simplemente, si ¿es factible imaginar que las palabras de Cecilia Morel tratando a una parte de sus compatriotas como “alienígenas” pueden en parte explicar la aparición de decenas de lasers al final de las manifestaciones que quita visibilidad y acrecienta el ambiente de “guerra” con el que se justifica el actuar de la policía?

El problema que plantea esta semántica en el poder –y que ha mantenido las tensiones por más de sesenta días–, reside en que su efecto, a diferencia del pasado, no solo impacta dentro del mundo político y de poder al cual estas figuras estaban acostumbradas a lidiar y convivir. El peso de las palabras no es el mismo que antes, puesto que los canales de comunicación no son los mismos y los filtros para mediarlas tampoco. De hecho, dada la rapidez en que se transmiten los mensajes es que no se presentan filtros. Las redes sociales al viralizar todo disminuyen la distancia entre quien enuncia y quien escucha, forjando un inmediato “cara a cara” entre los ciudadanos y el mundo político. Por ello es que, para la ciudadanía, dichas frases de la elite han adquirido el peso de una piedra o la fuerza de otro perdigón.

Las autoridades no pueden permitirse decir las cosas “como les nacen”. El liderazgo se gana con empatía y la empatía no es sinónimo de ser “buena onda” o espontaneo, es ante todo escuchar y comprender la angustia del otro. Por ejemplo, nada justifica que luego de tres informes internacionales sobre el abuso de los DDHH en Chile, el General Luis Soto justifique la creación de una “residencia psiquiátrica” para Carabineros, delante de una comisión del Senado, como una medida para evitar “pagar un ojo de la cara” en una clínica externa a la institución. Tanto el Ministro del Interior, jefe directo de las policías, como los propios senadores deberían haberse referido a este comentario como un error que no “volverá a repetirse”.

La soberbia y desconexión que han caracterizado a las frases señaladas no debe ser interpretada solamente bajo la caricatura del “patrón de fundo”, aunque si se encuentra presente otra idea caricatural que en parte las explica: el pensar que la sociedad tiene rasgos infantiles. Esto se aprecia tanto en la pretensión de saber lo que necesitan las y los ciudadanos para sus vidas, sin cuestionamiento ni de considerar sus demandas, como también en la manera que creen cómo estos comprenden el conflicto. No se puede decir que “estamos en guerra” contra un “enemigo poderoso” sin decir contra quién y sin afirmar que se han entregado todas las informaciones al Ministerio Público o al Congreso (en caso de que sea influencia exterior). Es en este escenario donde la esfera de poder debe dejar de infantilizar a sus ciudadanos y crear aseveraciones que promuevan el entendimiento por medio de argumentaciones reales, con informaciones comprobadas. Los problemas son de este mundo, no alienígenas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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