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Femicidio Opinión

Femicidio

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Aïcha Liviana Messina
Por : Aïcha Liviana Messina Profesora titular y directora del Instituto de Filosofía de la Universidad Diego Portales
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El día de la llamada “Nochebuena” circuló de manera no oficial la noticia acerca de una joven estudiante de obstetricia encontrada sin vida en el departamento de su expareja. Una investigación está en curso para determinar si se trata de un femicidio o si la muerte es debido a otras causas. ¿Por qué la palabra femicidio cobra importancia ante un hecho que, sea lo que sea lo que lo ha causado, es infinitamente doloroso?

El uso de la palabra femicidio es reciente, tanto en el lenguaje cotidiano como en su aplicación jurídica. Este no designa toda muerte de mujer, sino las situaciones en las que patrones de dominación, o, de manera más amplia, patrones relacionales, condujeron al asesinato de una mujer. Algunos diarios hacen un reporte sistemático de los femicidios, los cuales muestran que la mayoría de estos son “íntimos”, es decir, que tienen lugar dentro de la relación de pareja y en general en un ambiente doméstico. En 2019, en Francia por ejemplo, se registró un femicidio cada dos días aproximadamente. En la última semana, en Chile, se registró al menos uno y otro está en curso de investigación. Uno ocurrió durante la “Nochebuena” en la ciudad de Viña del mar.

Algunas personas encuentran forzado el uso de la palabra femicidio. Afirman que con estas palabras las mujeres se victimizan, que debiera hablarse de homicidio. Se piensa así que un homicidio no es nada más que un asesinato. Sin embargo, si existe una tipología de crímenes y de actos violentos no es por razones “esenciales”, sino porque cada acto violento despliega un tipo de racionalidad, social e individual. Es el caso, por ejemplo, de la violencia homofóbica, que por lo general no es cometida por una sola persona, sino por gremios, los cuales no buscan lastimar sino humillar, es decir, rebajar, hasta aniquilar. Recordemos que la violencia homofóbica muchas veces se expresa a través de la tortura, en actos crueles que pueden incluso llegar a provocar formas de goce.

Del mismo modo, el femicidio despliega una racionalidad específica que obliga a cuestionar a la sociedad en su conjunto y que, por lo menos, revela situaciones de dominación y de subordinación que perduran incluso donde parece haber situaciones de igualdad (de derecho). Que cada dos (o tres, o cuatro…) días, una mujer pueda llegar a ser asesinada hasta por su propia pareja, revela que el hogar, es decir eso mismo que debería constituir un amparo y la base de toda construcción de sí como individuo, puede tornarse en un lugar de máxima desprotección.

Asimismo, el femicidio no despliega solo una lógica de dominación persistente, nos cuestiona en lo más profundo de lo que nos constituye como sociedad y como individuos. Es más, si cada dos o tres o cuatro días (no importa tanto la precisión de la cuenta, cuanto la realidad de la frecuencia) una mujer es asesinada por su pareja o marido, una niña es violada y enterrada viva por su vecino o por un familiar, una trabajadora es acuchillada por un cliente, una estudiante es violada y asesinada por un compañero, entonces la situación de dominación no significa un poder efectivo o un real control de sujetos por sobre otros. Pues, se llega a matar cuando ya no se tienen más armas para controlar, cuando ya no se tiene poder sobre otro.

Muchos de los femicidios “íntimos” que relata la prensa acontecen tras una decisión de separación efectiva, cuando la razón calculadora, dominadora, no opera más. El asesinato es la máxima expresión del afán de control, y es también su límite. Con la muerte no se posee a nadie, y es esta libertad del otro, ante la cual el poder de matar en realidad no puede nada, que el autor del femicidio no tolera. El femicidio habla entonces de una manera de calcular y de dominar, como también de una manera de relacionarnos con los límites. Habla de un afán de dominación que finalmente lo que no puede tolerar es la libertad. Muestra que una sociedad que pretende afirmar la libertad en realidad no la tolera. Es el espejo de los límites de nuestras categorías políticas. Por esta razón, la palabra femicidio no victimiza: cuestiona y responsabiliza al conjunto de una sociedad.

Hablar de femicidio y no de homicidio para cualificar ciertos tipos de asesinatos permite entender la violencia en términos políticos y no como hechos contingentes. En la calle Londres, encontramos grabados en el piso el nombre y la edad de algunas de las personas asesinadas durante la dictadura. Cuando se constituye una lista de difuntos, buscamos una manera de relacionarnos con nuestra propia historia. Buscamos de alguna manera acordarnos de lo que no cabe dentro de ningún recuerdo porque la muerte no se ajusta a ningún parámetro medible que hiciera posible su recuerdo. Los nombres grabados en el piso de la calle Londres hacen que este paseo no sea como cualquier otro, que nuestros días atropellen. Pueden también relacionarnos con la fragilidad del presente y de nuestros sistemas políticos, que no cumplen siempre con el deber de protegernos y de garantizar nuestros derechos, que por definición son frágiles.

Algo de esta índole puede pasar cuando un diario dedica una página semanal o mensual a los femicidios, o cuando se registran los femicidios anuales a través de una lista que relata también historias singulares. Ahí la prensa no se encarga solo de informar. Reporta lo que somos como sociedad y los patrones relacionales que no conseguimos aún romper para que esto, estos asesinatos, esta subyugación y esta violencia llevadas hasta el extremo, no se repitan.

Si se buscara darles a los femicidios que ocurrieron en los últimos años una forma de inscripción histórica, se haría necesario construir paredes donde inscribir estos nombres y estas historias, y quizás una ciudad dentro de otra. La palabra femicidio existe. No aún el monumento a las muertas. La palabra femicidio tiene una apuesta política, pero no ha pasado aún al ámbito político, el cual funciona por su manera de visibilizar, de recordar, de conmemorar las muertes, de ubicarnos dentro de un tiempo y un espacio. Hay para esto quizás buenas razones. Las sociedades cambian también si cambia su manera de recordar y de visibilizar. Lo que es cierto, es que las muertes de estos últimos días no son “hechos diversos”: son hechos políticos que no caben dentro de las categorías “guerra”, “conflicto”, “inseguridad”; “política nacional” o “internacional”. Hablan de una exposición al asesinato ahí mismo donde debiera haber amparo y confianza; de una situación de violencia que no es una guerra y que, por lo mismo, deja sin tregua, incluso los días festivos. Incluso el día de la “Nochebuena”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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