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La derrota simbólica que se fabricó Piñera Opinión

La derrota simbólica que se fabricó Piñera

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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El primer Mandatario no logra una conexión afectiva con la ciudadanía, más aún en un momento en que, además de soluciones y apoyos económicos, se requiere empatía. Eso, por más que lo intente, difícilmente lo va a lograr, no está en su ADN. A lo que se suman los errores frecuentes que comete a la hora de improvisar, como caminar sin mascarilla por la playa y, por supuesto, el acto fallido que realizó a los pies del monumento en que antes estaba el general Baquedano, el cual, de seguro, no regresará al lugar que ocupó desde 1928. 


No sé si el Presidente tenía un objetivo o actuó inconscientemente cuando se bajó de su auto aquella tarde de viernes, en plena cuarentena y a la misma hora en que unos meses antes miles de personas rodeaban el monumento a Baquedano, hasta antes de la pandemia. La imagen de un Piñera solo y pensativo, además de una conducta bizarra, fue una provocación. El estallido social solo había quedado entre paréntesis gracias al virus, pero seguía latente. Sin duda fue un error de diagnóstico y de cálculo político. Ese día, el Mandatario selló una trágica asociación: la escultura se convertía en un signo de triunfo momentáneo, para transformarse, unos meses después, en una derrota simbólica profunda.

Qué duda cabe que la Plaza Italia es el centro neurálgico de Santiago, pero también de Chile. Allí se celebraban los triunfos y las derrotas deportivas y electorales por décadas. Hasta el estallido social, en que el monumento a Baquedano pasó a convertirse en una suerte de trofeo. Las barras bravas se pusieron de acuerdo para custodiar al general. Otros lo llenaron de banderas y colores como una demostración de fuerza y, por supuesto, provocación. El Gobierno reaccionó tarde a la “toma” del sector y empezó a jugar de la misma forma. Pintaba a Baquedano en la noche de negro, aunque de día volvía a estar rojo o azul. Oscilaba entre llenar de miles de Carabineros un día y dejar abandonado el sector al día siguiente. Pero la verdad es que el campo de batalla lo tenía perdido hasta la llegada del virus. Y, claro, Piñera se tentó y pensó que poner una bandera en estado de excepción, militares en las calles y la ciudad confinada –aquel viernes 3 de abril– marcaba la recuperación de la llamada zona 0. 

Además de la derrota simbólica de Piñera frente a los grupos que siguen protestando casi a diario –un grupo pequeño en relación con la gran cantidad de personas que copaban pacíficamente la zona en octubre de 2020– y de la opinión pública, el retiro de la estatua del general fue duramente criticado por su propio sector. Señalaron que los violentistas ganaron la batalla, que Piñera claudicó ante la violencia, que el Estado de Derecho se había perdido –lo mismo le dicen por la crisis de La Araucanía–. De hecho, el jueves pasado, llegaron hasta los pies del monumento José Antonio Kast junto a Rojo Edwards –el “único Rojo de derecha”, según él– y un reducido grupo de militantes del extremo partido Republicano, y fueron duros con la autoridad actual. Por supuesto, prometieron recuperar el campo de batalla si llegan al poder. 

Sin duda, este episodio tendrá impacto en la percepción del Presidente. La explicación de la salida de Baquedano fue pobre y poco creíble: que se restauraría durante un año. Justo lo que le queda a Piñera en el poder, es decir, una forma no muy fina de traspasarle el problema a otro u otra.

Creo que el episodio debilita la imagen de autoridad, especialmente entre la gente más cercana a la centroderecha que deposita en el orden público gran parte de sus convicciones. Esto puede repercutir en el ya bajo respaldo ciudadano que tiene el Primer Mandatario –en torno al 14%, según las dos encuestas más sólidas metodológicamente, y 20% en Cadem–, lo que sigue siendo una paradoja si consideramos el exitoso proceso de vacunas que lleva adelante Chile. El dato está llamando fuertemente la atención en otros países. La semana pasada, me tocó analizar este tema para un medio sueco y uno francés, quienes miran el proceso de la inoculación masiva con sorpresa. Me preguntaron entonces si pensaba que el Presidente podía revertir su bajo respaldo ciudadano. Creo que no. Lo que hemos visto en las vacunas es al empresario Piñera manejando un gran problema de negociación, logística y distribución, algo similar a cuando gestionó el rescate de los 33. Pero el déficit del Jefe de Estado en esta megacrisis extendida –desde octubre de 2019– ha sido político, de ahí que la gente no valora el rol cumplido en las vacunas por un exitista Piñera y sí, en cambio, el del ministro Paris.

El Mandatario no logra una conexión afectiva con la ciudadanía, más aún en un momento en que, además de soluciones y apoyos económicos, se requiere empatía. Eso, por más que lo intente, difícilmente lo va a lograr, no está en su ADN. A lo que se suman los errores frecuentes que comete a la hora de improvisar, como caminar sin mascarilla por la playa y, por supuesto, el acto fallido que realizó a los pies del monumento en que antes estaba el general Baquedano, el cual, de seguro, no regresará al lugar que ocupó desde 1928. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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