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Los presidenciables en sus lechos de Procusto Opinión

Los presidenciables en sus lechos de Procusto

Los partidos políticos no dan el ancho para explicar ni dar conducción a la crisis que vivimos. La mayoría dejó de creer en ellos. No obstante su profunda crisis de representación, sus autoridades conservan poderes muy decisorios, incluida la capacidad para ahogar a sus propios presidenciables y dispensar poder a sus allegados. Para la mayoría de los candidatos, los partidos han sido sus lechos de Procusto.


En Chile, en poco menos de dos años, se entra a poner fin a la Constitución de Pinochet y, de facto, al pilar fundamental del modelo, las AFP, acompañado de profundos logros culturales: feminismo y diversidad de género, derechos de los pueblos originarios, derechos de la Tierra (ahora) y la lucha por el medio ambiente, y el reclamo vehemente por la Dignidad.

Las élites de todas las layas postularon reformas en la medida de lo posible y han cosechado un tremendo estallido social con la fuerza de un resorte comprimido de 30 años de ilusiones frustradas, sumada la fuerza exponencial de la pandemia, particularmente en sectores medios y bajos y en la juventud que siente que la sociedad está en deuda con ella. Emergen también los hijos e hijas de la modernidad con cultura y sicología propias de sectores jóvenes acomodados (la “Derecha Inclusiva”, Cristian Valdivieso, Criteria), aunque no necesariamente coincidentes ideológicamente con los partidos de Chile Vamos.

Los partidos políticos no dan el ancho para explicar ni dar conducción a la crisis que vivimos. La mayoría dejó de creer en ellos. No obstante su profunda crisis de representación, sus autoridades conservan poderes muy decisorios, incluida la capacidad para ahogar a sus propios presidenciables y dispensar poder a sus allegados.

Según la mitología griega, Procusto, hombre loco y cruel, daba alojamiento a los viajeros en su hostal de Ática. A los más altos les ofrecía el lecho más corto, a los bajitos el más largo; a los primeros les cortaba las piernas, a los segundos se las estiraba. En ambos casos, los cuerpos debían encajar perfectamente en la cama.

Para la mayoría de los presidenciables los partidos han sido sus lechos de Procusto. El PC lo es a Jadue pre y posprimarias (y él lo siente, se le nota), pero lo niega con expresiones de fe militante en un partido renuente a los lucimientos y a opiniones personales que se adelanten o disientan de la voz oficial. La UDI lo ha sido para Lavín, RN para Desbordes y la DC para Provoste. Sobre Narváez no se puede decir lo mismo, simplemente la dirigencia de su partido no se jugó por ella. Maldonado no tuvo problemas en ambos sentidos, pero de alguna manera fue ninguneado por sus aliados.

Lavín ya tiró la toalla y Desbordes casi murió en el intento; no cabían en los estrechos bordes ideológicos de sus partidos. Pero ¿por qué aquella “derecha inclusiva”, no partidaria, no votó masivamente por ellos en la primaria de Chile Vamos, siendo los más proclives a un modo progresista de mirar y hacer política? Quizás se deba a la desintonía cultural de ambos candidatos con esos sectores acomodados, permeables a soluciones asociadas a la revolución tecnológica y los desafíos civilizatorios, y no a negociaciones políticas cupulares e ideologizadas. Ese nuevo sentido común ciudadano de “derecha” podría explicar también la gran votación por el Apruebo en las comunas oasis.

[cita tipo=»destaque»]Boric ha sido el único capaz de enfrentar a sus fantasmas en toda la línea. Tuvo claridad y valentía políticas para, contraviniendo a su organización, firmar el acuerdo del 15N y pagar los costos de su decisión. Demostró su talante dirigencial, más importante que si estuvo o no en lo correcto. Esa voluntad da garantías de liderazgo y gobernabilidad. Provoste deberá dar muestras de lo mismo, y no le faltaría temple para aquello. Toda crisis está preñada de sorpresas.[/cita]

Pero ¿acaso esto significa que los poderes fácticos tras Sichel comparten aquel supuesto nuevo sentido común de derecha (inclusiva)? Sus razones principales van por otros lados y obedecen a la necesidad de representarse de forma directa, corporativa, en la escena política (tal como lo fue frente al Gobierno de Allende) en un cuadro de grave crisis de conducción de los partidos de derecha, los grandes derrotados en las primarias recientes. Sichel representa esa necesidad histórica: es el abanderado corporativo del gran empresariado (ya lo advirtió Matthei) y puede atraer con su talante de tecnócrata “self-made man” el apoyo de aquella derecha no partidaria y culturalmente moderna e inclusiva.

A Sichel no le pena Procusto, aunque le implica casi no disponer de piso partidario –su punto más débil al momento de entusiasmar y movilizar a los electores–. Las derechas partidarias lo consideran un invitado de piedra, muchos ya piden libertad de acción para votar por JAK.

Por último, la DC ha sido el lecho de Procusto de Yasna Provoste. Las ambigüedades en los gobiernos de la Concertación y con los gobiernos de Piñera y los acomodos de sus directivas y al modelo neoliberal pesan toneladas sobre la candidata democratacristiana. Sin embargo, Provoste, más que distanciarse del aparato DC –no celebró su triunfo en la Democracia Cristiana ni con sus dirigentes–, debe posicionarse como la continuadora histórica de “ese camino del que nunca debimos alejarnos” (como lo señaló en Vallenar): reforma agraria, promoción popular, chilenización del Cobre, y agitadora de la imperativa unidad política y social del pueblo (Tomic, Siglo XXI).

Boric ha sido el único capaz de enfrentar a sus fantasmas en toda la línea. Tuvo claridad y valentía políticas para, contraviniendo a su organización, firmar el acuerdo del 15N y pagar los costos de su decisión. Demostró su talante dirigencial, más importante que si estuvo o no en lo correcto. Esa voluntad da garantías de liderazgo y gobernabilidad. Provoste deberá dar muestras de lo mismo, y no le faltaría temple para aquello. Toda crisis está preñada de sorpresas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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