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Participación fuerte: cómo conducir las complejas transformaciones que vienen en Chile Opinión

Participación fuerte: cómo conducir las complejas transformaciones que vienen en Chile

Alfredo del Valle
Por : Alfredo del Valle Fundación para la Innovación Participativa.
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La acción violenta de algunos grupos en La Araucanía y el Biobío ha obligado al Presidente Boric y a su Gobierno a anticipar la acción política del Estado ante el pueblo mapuche, planteada como un diálogo, que se preveía iniciar después del plebiscito constitucional de septiembre próximo. Se ha acelerado así una transformación emblemática hacia el nuevo orden social de Chile.

Esta transformación –y todas las demás que se aproximan– será inevitablemente un proceso de alta complejidad. Comprenderá una infinidad de actores y de conflictos; abarcará un vasto abanico de temas; opondrá variadas interpretaciones de cada tema y cada conflicto; involucrará a culturas que no se entienden ni se comunican entre sí; deberá recurrir al conocimiento de ciencias sociales, biológicas y físicas con abismos que las separan; y enfrentará el hecho duro de que todos estos factores están entrelazados y no se pueden disociar.

Las transformaciones que se aproximan son decenas o cientos, a juzgar por los temas que emergieron en el estallido social, en los miles de cabildos que florecieron a lo largo del país, y luego en el proceso constitucional. Y la expectativa que ha surgido es grande y además es doble. Es una expectativa de cambio y también de participación. No se esperan solo cambios para el pueblo, sino cambios con el pueblo. El pueblo de Chile quiere ser protagonista de las transformaciones, más allá del voto, y no masa. Se trata de un desafío político enorme, que además es inédito y pionero. Aquí no hay modelos para imitar; hay un mundo que observa, para aprender, aquello que Chile realice.

¿Cómo abordar con alguna probabilidad de éxito un desafío de esta magnitud? ¿Cómo lograr que la acción política sea eficaz y produzca resultados? ¿Cómo lograr que sea legítima y sus resultados sean aquellos que el pueblo reclama? ¿Cómo lograr que sea oportuna y eficiente? ¿Cómo lograr que el pueblo sea protagonista efectivo de las transformaciones, y lo perciba?

El concepto de participación fuerte ofrece una contribución práctica para abordar estas preguntas. Es el fruto de cuatro décadas de trabajo teórico y aplicado en ámbitos muy diversos, en Chile y otros países. Ha permitido materializar transformaciones de alto impacto y significado. Se basa en un paradigma emergente que ha revolucionado otros campos de acción y tiene aportes que hacer a la política: el pensamiento sistémico, complejo o poscartesiano. Y cuenta con nuevos principios, procesos y herramientas para conducir transformaciones de alta complejidad.

Antes de ver una experiencia concreta, conviene intuir la distinción entre este concepto y su contrario, la participación débil. Se habla de participación a secas en diversas situaciones: un evento con muchos asistentes, un día de elecciones, una asamblea, una consulta, un focus group. Pero no se pierde significado si se evita esa palabra y se habla de asistencia, votación, reunión ampliada, opinión o conversación guiada. Son todos casos de participación débil. Es la presencia en un espacio de personas que aceptan el llamado de algún convocante, lo legitiman al aceptarlo, y lo fortalecen al darle información, conocimiento, apoyo u otro intangible valioso. Todo el escenario está definido de antemano y las personas convocadas no tienen ningún impacto individual en el resultado. Cuando hay impactos son colectivos, no personales.

La participación fuerte se manifiesta en otras situaciones: un equipo que formula un proyecto, un grupo ejecutivo que diseña una estrategia, un conjunto de amigos que organiza un asado. Aquí se espera por diseño que cada participante tenga impactos personales en el resultado. La diferencia es fácil de intuir. En los casos fuertes hay apropiación del resultado porque cada uno puede reconocer su aporte; hay compromiso personal con ese resultado; se satisface la necesidad humana de crear; hay generación conjunta de algo nuevo; se valora la dignidad de las personas como seres creadores; se enriquecen y multiplican las ideas a través de la interacción; y las personas se sienten realizadas cuando el proceso está bien hecho, y suelen recordarlo por largo tiempo. Nada de esto ocurre en la participación débil.

En suma, la participación fuerte considera a las personas y organizaciones como sujetos creadores o protagonistas de un proceso, mientras la débil las considera como objetos o fuentes de información. Lo que la ley chilena llama participación ciudadana es una instancia clara de participación débil.

Una experiencia con tres décadas de historia permitirá ilustrar el concepto de participación fuerte para una situación de alta complejidad. Entre 1993 y 1996 se formuló y comenzó a implementar a política nacional de seguridad de tránsito de Chile, que salvó entre 15.000 y 20.000 vidas en el tránsito, evitó lesiones a unas 300.000 personas, redujo la siniestralidad al nivel de los países desarrollados (la mitad que en los de ingreso medio), y logró un beneficio 500 veces mayor que su costo, según criterios de la OMS y el Banco Mundial. Además generó un cambio cultural profundo, que nos distingue de otros países de América Latina: se ha transformado la cultura machista de los conductores (yo arremeto porque soy más fuerte) en una cultura de cuidado (yo respeto al peatón y al ciclista porque son más vulnerables).

¿Quién formuló esta política, y cómo? La formularon 200 participantes representativos de los actores del tránsito: conductores de buses, carabineros, mecánicos, bomberos, jueces, psicólogos, ingenieros de transporte, instructores de conducción, analistas de accidentes y otros. Los seleccionó un grupo convocante de actores claves del tránsito, que dio orientación estratégica al proceso: ocho ministerios y Carabineros. Los participantes ordenaron la complejidad del proceso de construir seguridad, generando un mapa de acción que tiene nueve dimensiones y 55 líneas de acción. Sobre esta base definieron 129 innovaciones sociales y técnicas, que forman el contenido concreto de la transformación. Tales innovaciones se fueron diseñando e implementando gradualmente a lo largo de los años bajo la coordinación de CONASET, una gobernanza diseñada especialmente para estos efectos. No participó ningún consultor extranjero; por el contrario, varios profesionales chilenos actuaron después como consultores en otros países.

Cabe destacar que aquí no se utilizaron prácticas del sentido común de la política que provienen del viejo paradigma de pensamiento, el cartesiano, simplificador o analítico. No se partió simplificando, con algún actor poderoso que impusiera su visión al predefinir tres o cuatro ejes o prioridades; se partió por la creación participativa de una visión integral de la complejidad de la transformación, con todas sus dimensiones y sus líneas de acción. No se impuso el lenguaje ni los principios de alguna disciplina dominante; se construyó un lenguaje común y transdisciplinario a partir de la realidad concreta que se busca transformar. No se perdió tiempo ni dinero en análisis ni diagnósticos previos; se pasó a la acción directamente y desde el inicio. No se hicieron ensayos ni proyectos piloto; se operó siempre a plena escala. Y no se trabajó en mesas ni comisiones; se realizaron talleres plenarios para asegurar la perspectiva sistémica, con herramientas especiales que solo utilizan lenguaje común.

La participación fuerte está plenamente validada más allá de este caso. Sus experiencias han abarcado otras políticas públicas, empresas grandes y medianas, procesos de la sociedad civil y proyectos de investigación-acción con académicos. Esto ha ocurrido a diversas escalas –municipal, metropolitana, regional, nacional, latinoamericana– y en campos de aplicación muy diversos: desarrollo regional, medio ambiente, energía, transportes, cultura, gestión de cuencas, gestión de innovaciones y varios más. Estas experiencias no solo han demostrado que la participación fuerte funciona, sino que también es rápida y eficiente.

La práctica aquí descrita se apoya en tres principios. Primero, toda situación de alta complejidad esconde un enorme potencial de creación de valor para todos los involucrados, que se puede descubrir y activar a través de innovaciones sociales y técnicas. Segundo, la participación fuerte y sus herramientas permiten hacer comprensible esa complejidad, para que no abrume, y hacerla gobernable, para dar impulso a esas innovaciones. Tercero, lo anterior se lleva a la práctica a través de procesos ágiles de construcción de consensos entre los participantes.

En síntesis, la participación fuerte ofrece un camino práctico para esta era de transformaciones, complejidad y protagonismo ciudadano. Hace posible conducir transformaciones sociales con eficacia y legitimidad, aportando respuestas concretas a las preguntas planteadas al inicio. Su aplicación extendida se irradiaría como una forma de democracia participativa no solo al Estado y sus instituciones de la escala municipal a la nacional, sino también a otras instituciones del país que lo requieren. A la empresa, que descubriría y aprovecharía todo su potencial al innovar en alianza con sus trabajadores, y accedería a la actual sociedad del conocimiento. A la universidad, que podría priorizar la creación del conocimiento que el país requiere en todos los campos por sobre las publicaciones internacionales, y accedería al nuevo paradigma del pensamiento complejo. Incluso al impulso de grandes iniciativas de transformación multi-actor (público-privado-ciudadano-académico): ¿por qué no promover activamente, por ejemplo, la calidad energética de millones de viviendas, creando a la vez trabajo, salud y calidad ambiental?

¿Es utópico imaginar una difusión amplia de la participación fuerte? Más bien parece algo realista y oportuno para los tiempos que corren. Ha llegado al poder una generación política de recambio. Hay presencia fuerte y activa en el espacio público de actores nuevos, como las mujeres y los pueblos originarios. Las universidades cuentan con académicos jóvenes y bien formados. Numerosos emprendedores están creando empresas claramente innovadoras. Y el proceso constitucional ha manifestado una riqueza temática enorme y promisoria.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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