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Día Mundial de la Agricultura: un sistema alimentario que riegue más la lechuga y menos el trigo Opinión

Día Mundial de la Agricultura: un sistema alimentario que riegue más la lechuga y menos el trigo

José Navea
Por : José Navea Investigador
 Rimisp – Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural
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A propósito del Día Mundial de la Agricultura, la importancia del sector en la economía del país y los desafíos del contexto actual, nos parece importante preguntarnos cómo estamos observando nuestra agricultura, cuál es su rol en el sistema alimentario y de qué forma podemos avanzar hacia una agricultura y un sistema alimentario que permitan satisfacer las necesidades alimenticias de la población y sean resilientes a los posibles desafíos que se les presentan.

En este sentido, no puedo no recordar las palabras de José Graziano da Silva (exdirector de la FAO) en el contexto de una conversación en las oficinas de Rimisp el presente año, en la cual nos preguntamos de qué forma transitamos de un sistema alimentario que riega por sobre todo el trigo, hacia uno que riegue la lechuga, considerando el trigo como un producto insigne del sistema alimentario actual, el que a pesar del continuo aumento de la producción de calorías, sigue manteniendo a 820 millones de personas sin acceso a alimentos suficientes y con dietas de baja calidad. Por otro lado, la lechuga la asociábamos a un sistema alimentario al que debiéramos avanzar, con formas de producción que no solo busquen aumentar las calorías producidas o el rendimiento por hectárea, sino que logre abordar el problema del acceso y la calidad de los alimentos.

La pandemia causada por el COVID-19 sin duda planteó desafíos considerables para los sistemas alimentarios del mundo y para el caso de Chile el panorama no es diferente. Podemos observar una recuperación incompleta de los impactos de la pandemia, una inflación acumulada que supera ampliamente el 10% desde marzo del 2020, un aumento en el precio de los alimentos que alcanza un 10% desde inicio del 2022 y un alza del precio de importación de fertilizantes que alcanza un 215% entre diciembre de 2020 y mayo del 2022, lo que determina un contexto delicado para el sistema alimentario y particularmente para la agricultura (Albacete, 2022).

Considerando que el sector silvoagropecuario comprende el 2.9% del PIB nacional, un 6.4% del empleo nacional y un 18.6% de las exportaciones totales según datos de ODEPA (2022), además de ser un elemento clave del sistema alimentario, es que parece importante preguntarse qué tan preparado se encuentra el sector agrícola para enfrentar este contexto adverso y de qué forma podemos transitar hacia uno más resiliente.

Para dar respuesta a esta interrogante, es importante tener claro que tenemos un sistema alimentario y particularmente una agricultura bajo un modelo agroexportador dominante, resultado de las políticas de contrarreforma agraria y la orientación neoliberal de las políticas posdictadura (Kay, 2002). En este contexto se describe que en los últimos 20 años el sector agrícola se ha modernizado en cuanto a productividad y calidad de empleo, aumentando la cantidad total de alimentos producidos, además de disminuir las brechas de precarización de empleo en el sector. Sin embargo, se describe que este desarrollo se ha realizado a expensas de una concentración de los recursos productivos y un desplazamiento de la agricultura familiar campesina (Cabrera, 2016).

Si bien la agricultura familiar campesina ha enfrentado y enfrenta dificultades en términos productivos, importantes brechas de ingresos, empleo y bienestar, este subsector de la agricultura es muy importante para el sistema alimentario chileno, considerando su aporte de un 22% del PIB agrícola, que emplea al 33% del empleo agrícola y posee el 25% de los activos agrícolas (Jara-Rojas et al., 2020), además de comprender una importante participación en la producción hortícola nacional, fundamental para sostener la oferta de productos frescos (Berdegué & Rojas, 2014). Junto con esto, según datos levantados en los trabajos de campo del proyecto Siembra Desarrollo, se observan importantes potencialidades vinculadas a estrategias para enfrentar situaciones de crisis, tales como formas tradicionales de producción ligadas a la agroecología, las que muestran una menor dependencia de fertilizantes (Albacete, Martínez y Ovalle, 2022).

Considerando lo descrito, tenemos un sistema alimentario en el que conviven dos agriculturas con diferentes racionalidades. Una agricultura orientada a la exportación, intensiva en uso de tecnología y recursos naturales por un lado y, por otro, una agricultura menos intensiva, con limitado acceso a tecnología, entre otras profundas brechas. Esto es importante de tener en cuenta al momento de impulsar políticas públicas que busquen transformar el sistema alimentario, debido a que es un factor determinante en la relación entre los actores del sistema alimentario, los que poseen diferentes intereses y recursos de poder.

En este sentido, nos parece importante posicionar la gobernanza del sistema alimentario como concepto clave, planteando el desafío de dar centralidad a su abordaje en el diseño y la implementación de las políticas. Esto, con miras a lograr abordar la complejidad de los territorios y sus sistemas alimentarios, para lograr avanzar hacia uno que riegue más la lechuga y menos el trigo. Con esto queremos decir que el motor para la transformación del sistema alimentario debe ser político y no solamente técnico.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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